miércoles, 30 de noviembre de 2011

Exequias para Eduardo Ruiz Saviñón

La noche del pasado viernes, un grupo de devotos al teatro nos reunimos para celebrar los primeros 40 años de carrera de Eduardo Ruiz Saviñón, talentoso director escénico, niño terrible, melómano y cinéfago incorregible, incansable estudioso de las zonas oscuras del hombre. En el Auditorio Julián Carrillo de Radio UNAM, los maravillosos actores Elena de Haro, Mauricio Davison, Nicolás Núñez, Gilberto Pérez Gallardo, Gabriel PingarrónSimón Guevara y Guillermo Henry, así como los brillantes escritores Vicente Quirarte y Hugo Gutiérrez Vega, rodearon el cadáver exquisito del homenajeado y recordaron algunos de los momentos más ejemplares de su trayectoria. Fue un privilegio y un deleite ser orador en el acto, un funeral en vida digno del que el inolvidable poeta Manuel Núñez Nava calificó como "íncubo hematófago y necrosádico". Pedí su amable permiso a Vicente para reproducir su texto en este espacio, palabras muy justas y emotivas a un hombre al que debo mucho: el amor al arte dramático y la confirmación cotidiana que el miedo nos devuelve a ese maravilloso territorio llamado infancia.
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Exequias para Eduardo Ruiz Saviñón
Vicente Quirarte


Por ello a sus exequias dolorosas
Luces han de faltar, flores y rosas

Francisco de Quevedo y Villegas


Si la poesía es infancia recuperada, Eduardo Ruiz Saviñón ha sabido y podido mantenerse fiel a los fantasmas que desde sus primeros años lo encontraron para iniciarlo y convertirlo en lo que ahora es: un cazador de sombras que anhela la claridad, un alquimista que purifica el horror para transformarlo en belleza. En su muy personal orquesta de pasiones, es un director cuyo conjunto está integrado por voces y gestos, temperamentos e inteligencias, cuerpos y almas, luces y notas que bajo su batuta apasionada y lúcida dan como resultado el hecho teatral marcado por su sello inconfundible.
En ese cada vez más lejano país llamado infancia, conocí a esos mismos fantasmas que han sido mis inseparables compañeros, de manera particular los monstruos que nacieron para él y para mí, sin que entonces nos conociéramos, en esa temporada cuando el mundo era blanco y negro, cuando cada criatura, cada grito, cada escena que corta el aliento nos llevaba a encontrar un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disecciones.  Todo niño se aproxima  ese universo de horrores que altera su domesticidad. Escasos son, como Eduardo, quienes se afanan en demostrar que la oscuridad es otra luz.
Mi relación más profunda y gratificante con nuestro querido monstruo  tuvo lugar cuando me encaminó a escribir una obra que tuviera como personaje a Oscar Wilde, en su centenario de entrada en la inmortalidad.  No es una hipérbole afirmar que ese texto convertido por Eduardo en un hecho que modifica el tiempo y el espacio ha sido una de las experiencias más altas de mi vida.
Si el verdadero artista es un ser que nunca deja de jugar, Eduardo ha sido fiel a ese niño que lo habita, pero al cual ha tenido que domesticar, disciplinar. Sin dejar de ser arbitrario, pues el gran artista y el gran arte lo son y lo serán siempre, ha sabido incorporar a su sentido del espectáculo sus más arraigadas vocaciones: la iluminación, que estudia de manera obsesiva lo mismo en un tratado de arquitectura que en un concierto de rock, la música que es para él una liturgia, son tan importantes en sus obras como el trabajo de los actores, su asimilación del texto, la pausa en el momento preciso, todo lo cual contribuye a hacer del teatro una actividad colectiva e interdisciplinaria que lo lleva a establecer con su espectador una comunicación que se convierte en comunión, pues eso y no otra cosa debe de ser el teatro: transgresión de la sucia rutina y consagración del instante.
Exequias son, de acuerdo con el Diccionario de autoridades, “las honras funerales que se hacen al difunto”. Para Massimo Izzi, un monstruo es aquel “en cuyo aspecto o en cuyas pautas de comportamiento o manifestación se evidencian anomalías o variantes sustanciales respecto de la realidad natural.” Celebrar el día de hoy las exequias del monstruo es celebrar lo que se sale de la norma, aceptar en cada uno de nosotros lo excepcional. “La belleza ha de ser convulsiva o no ser”, dijo el joven clásico. Desde su Teatro Gótico, Ruiz Saviñón espanta y edifica. Hace del horror una experiencia estética. Monta la yegua de la noche y la conduce a la reincidente claridad del alba. Por todo eso hoy lo celebramos y agradecemos sus cuarenta años de hechicero, sus cuatro décadas de explorador de la conciencia humana.

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