Tengo el placer de conocer personalmente a muchos de los escritores mexicanos (vivos) que más admiro. La mayoría me honran con su amistad. Les debo incontables emociones y entrañables momentos. Pensé en ello ayer que llegué al desenlace de La octava plaga (Ficción Zeta, 2011), la más reciente novela de Bernardo Esquinca. Son muchos los aspectos que aprecio de su narrativa. Su prosa ágil y precisa, su respeto por autores fundamentales como David Lynch, Alfred Hitchcock o Stephen King, su gusto por la pornografía, el horror, la novela negra, el sensacionalismo y, sobre todo, la nota roja y los periódicos amarillistas. J (Will Smith) pregunta a su mentor K (Tommy Lee Jones) si busca información sobre el caso que indagan en Hombres de Negro (Barry Sonnenfeld, 1997). Por respuesta éste se dirige hacia el puesto de periódicos más cercano. Toma tres tabloides que tienen los encabezados más extravagantes e irrisorios. El novato le cuestiona sobre la seriedad de esos impresos. “Son el mejor periodismo investigativo”, responde el veterano. “Lee el New York Times si quieres. A veces aciertan”. La llamada nota roja ha sido tradicionalmente menospreciada por la sociedad, incluso dentro del medio noticioso. No sólo lucra con la desgracia ajena, sino utiliza el lenguaje más escandaloso para comunicársela a los demás. Pero si la estudiamos con cuidado descubriremos gran ingenio en el uso de las tipografías, los colores y las palabras. Todo en conjunto busca provocar el morbo del lector y, de paso, vender muchos diarios.
En este mundo se desarrolla precisamente la nueva historia que nos entrega Bernardo. Casasola (el apellido encierra ya un gran significado) es un periodista cultural caído en desgracia que acepta un empleo como reportero policíaco. Realiza esta labor sin ocultar su repudio e inexperiencia. Pero las cosas cambian cuando da seguimiento a una serie de crímenes cometidos por la misteriosa “Asesina de los moteles”.
A este drama el autor añade un elemento insólito, que nos anticipa la portada misma del libro: los insectos, esas criaturas presentes en este planeta antes que el hombre se apropiara de él. “Nosotros somos los verdaderos constructores de este planeta. Por eso nos pertenece”. Prefiero no arruinar la sorpresa, sólo diré que a sus futuros lectores que el relato me mantuvo cautivo hasta sus últimos instantes. Ellos encontrarán incontables guiños, desde la presencia de un apóstol –que se apellida como un seminal director mexicano de películas de horror- encerrado en un manicomio y que devora libros, entre ellos una edición de las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, referencias a Richard Matheson, J. G. Ballard y Thomas de Quincey, la presencia de un inolvidable fotógrafo de nota roja, la breve mención a uno de mis cuentos preferidos del autor (el de “un entomólogo visitado por su esposa muerta”) y muchísimas reflexiones sobre la ciudad. Porque el sitio donde transcurre la historia no tiene nombre; puede ser cualquier gran urbe “conformada por el material de las pesadillas”. Al final uno de sus personajes asegura: “Todos estamos en el mismo manicomio, los de dentro y los de afuera. Tan sólo nos divide un muro”.
En un post scriptum, Bernardo nos informa todas las fuentes a las que acudió en la construcción del relato –porque se nota que hizo su tarea- y el posible regreso de su protagonista. Ojalá esto suceda pronto.
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