La música ocupó los reflectores de la pasada emisión de Mórbido. Cuando tuve en mis manos el catálogo del festival, de inmediato me cautivó un texto que rendía tributo, con gran respeto y erudición, a una película que estimo entrañablemente. Pedí a su autor, el periodista y escritor Miguel Cane, su permiso para compartirlo con ustedes en este espacio. Como me lo concedió amablemente, lo publico. Que lo disfruten.
Glam Horrorock
Miguel Cane
En 1973, la carrera cinematográfica de Brian De Palma ya era bastante extensa cuando filmó esta sátira cáustica y ultrasofistiacada (y muy violenta) de la industria discográfica ostensiblemente basada en El Fantasma De La Ópera de Gastón Leroux con elementos del Fausto de Goethe, El Retrato de Dorian Gray y una fuerte dosis de glam rock.
DePalma ya había alcanzado reconocimiento con su inquietante homenaje a Hitchcock, Hermanas, que había realizado por muy poco dinero en Nueva York y estaba a unos meses de consolidar los filmes que rodó en 1974-75, Obsesión y la monumental Carrie: Extraño presentimiento, que cimentarían su carrera. Mientras tanto, su nombre hacía las rondas en los estudios, que se abrieron para ofrecerle proyectos: 20th Century Fox le dio carta blanca para que hiciera lo que quisiera. El resultado fue un guión escrito por él mismo, con una asociación con el músico Paul Williams: un ingenioso pastiche que ágilmente mezclaba géneros como el musical, la comedia negra, el melodrama y el terror.
Para ello contó con actores con los que ya había trabajado en su obra, como William Finley o Gerrit Graham (como el amaneradísimo Beef), reservando el rol de villano sin escrúpulos para Paul Williams, un maquiavélico genio musical que responde al nombre de Swan con su imperio en la discográfica Death Records, mientras que Jessica Harper – que años más tarde alcanzaría la cima del alarido como la protagonista de la estilizadísima Suspiria, de Argento – fue la elegida para encarnar a Phoenix, pálida y temblorosa jovencita que florece en absolutamente fabulosa rockstar.
De este modo, El Fantasma del Paraíso retoma la figura arquetípica del aliado de Satán, representada en el cruel Swan, capaz de todo con tal de acumular el mayor número de discos de oro en su suntuoso despacho. En su camino se cruza el pobre infeliz Winslow Leach, talentoso compositor con problemas de autoestima, al que despoja de su obra maestra, convenientemente llamada Fausto, y manda al bote a traición. No se imagina que Leach, por un accidente brutal con una prensa de discos de vinilo, terminará transformado en un monstruo vengador.
Contemporánea de The Rocky Horror Show, que ese año hizo su debut en teatro, ésta cinta es la primera ópera rock de terror de la historia del cine, aunque en la cinta hay múltiples géneros que cuajan de forma equilibrada: De Palma se va hasta la cocina y prepara un plato espectacular que probablemente no sea del gusto de todos: lo mismo la mezcla de clásicos literarios, y otros elementos como las coreografías de Busby Berkeley, la angustia gótica de Murnau y el expresionismo alemán, así como los infaltables elementos hitchcockianos (la escena de la ducha, que maneja un tono terrorífico para luego dar un giro más bien de carcajada) y las rúbricas del propio director (su clásico travelling circular, la cámara subjetiva con largos planos-secuencia y las pantallas divididas que alcanzaría a manejar con maestría en Carrie), hacen de esto un delirante y barroco musical, que en su momento suscitó estupefacción, y eventualmente derivaría en película de culto.
No obstante, el tiempo es el mejor crítico: hoy por hoy, El Fantasma del Paraíso ha envejecido con elegancia, sostiene su colmillo mordaz, y demuestra la habilidad de su director, que captura una época de rock, excesos y maquillaje, dejándola como un tesoro negro a descubrir.
Es bueno saber que no soy el único que aprecia esta maravillosa película. Y la música, excelente.
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