miércoles, 30 de diciembre de 2009

Sherlock Holmes, héroe de acción

Se que este tema es más propio de Testigos del Crimen, pero me tomaré la licencia. El pasado lunes 21 de diciembre apareció en la sección Kiosko del periódico El Universal este artículo de Nicolás Alvarado que puede constituir un estupendo entremés para ver la reinterpretación que el cineasta británico Guy Ritchie ha hecho del memorable detective creado por Arthur Conan Doyle. La cinta se estrenará el primer día de 2010. Tal vez sea una forma interesante de iniciar el año.
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Sherlock Holmes, héroe de acción
Nicolás Alvarado

LONDRES.— La idea misma se antoja perturbadora, si no es que absurda. Porque, cuando imaginamos a Sherlock Holmes, nos lo figuramos en interiores, y ocupado en la práctica del violín o entregado a complejas (y estáticas) cavilaciones. Porque su vestuario emblemático —el pesado abrigo a cuadros y esa gorra con visera que en inglés lleva el nombre de deerstalker ya sólo porque su función sería la protección de la cabeza del cazador de venados— parece poco propicio a movimientos bruscos, no digamos atléticos. Y porque su hábitat natural —el Londres aristocrático de la Inglaterra victoriana— se antoja más conducente a la ingesta de té con scones que a despliegues de acción heroicos. Cierto: Holmes sale a la calle con mayor frecuencia que Hercule Poirot o que Miss Marple, los sedentarios héroes de las más bien pedestres tramas detectivescas de Agatha Christie. Pero también es cierto que lo visualizamos más afín a ellos que a Sam Spade o a Philip Marlowe, los rudos paradigmáticos de la posterior novela negra estadounidense.
He aquí, sin embargo, que, de acuerdo a la literatura propagada por Warner Brothers en ocasión del próximo estreno de su versión fílmica de las aventuras del detective creado por Arthur Conan Doyle en 1887 —dirigida por Guy Ritchie y estelarizada por Robert Downey Jr.—, el Holmes literario sería, antes que nada, un hombre de acción (un experto en artes marciales y en boxeo, un conocedor del gran mundo pero también de los bajos fondos) y la cinta buscaría no tanto dinamitar el mito holmesiano originario como restituirlo al espíritu que le sería propio.
En la conferencia de prensa para la presentación de la película celebrada en Londres, a la que tuve oportunidad de asistir, el productor Joel Silver se esforzaría en culpar de la perversión del mito de Holmes a las versiones cinematográficas previas, particularmente al ciclo de 14 películas protagonizadas por Basil Rathbone entre 1939 y 1946, las más populares. De acuerdo a Silver, fueron estas cintas, y no las cuatro novelas y los 56 relatos canónicos de Conan Doyle, las que confinaron a Holmes a un mundo de salas de estar y drawing rooms, las que le dieron la apariencia de un señorito inglés hipoactivo, las que hicieron de su secuaz Watson (interpretado por el mofletudo y atildado Nigel Bruce, tan distante del Jude Law alerta y, sí, sexy al que Ritchie asignara el papel) una suerte de niño grande y torpe.
Tiene razón pero sólo a medias. Una relectura de Conan Doyle me lleva a concluir que los creadores de esta novísima Sherlock Holmes han hecho una interpretación correcta pero convenenciera del material. Si bien es cierto que todos los elementos que citan para apuntalar la identidad de Holmes como hombre de acción (y la de Watson como un aliado, si no brillante, cuando menos competente) están ahí desde un principio, lo cierto es que no constituyen sino ingredientes menores en la composición del personaje y en el atractivo de sus aventuras. ¿Holmes boxeador? En efecto, hay una mención de ello en Estudio en escarlata… pero apresurada y notablemente forzada. ¿Holmes bohemio? Watson menciona dos o tres veces, de pasada, una cierta tendencia a la extravagancia vestimentaria y un cierto desdén por el orden doméstico, pero rara vez se detiene en un asunto en modo alguno consustancial a la caracterización del héroe. ¿Holmes callejero y aventurero? Algo hay de eso en algunos de los relatos pero lo cierto es que lo que recordamos de Holmes —y lo único para lo que se antoja dotado ese Conan Doyle que no es sino un escritor mediocre— es su inteligencia deductiva y la deslumbrante (y a veces un pelín tramposa) aplicación que hace de ella. Por mucho (o más bien poco) que afane su cuerpo, el Sherlock Holmes de los libros es, ante todo, un hombre de palabras; así, se antoja, de entrada, particularmente poco susceptible de viajar con facilidad al cine, ese mundo de imágenes y, sobre todo, de hechos (es decir de acción). Las películas protagonizadas por Rathbone son, en efecto, mediocres: productos de serie B, con la apariencia de haber resultado anticuadas incluso en su tiempo. (O, como me dice el propio Silver en entrevista, “hace ya rato que Sherlock Holmes parecía algo manido: incluso cuando se filmaron las películas de los años 40, el material era ya percibido como viejo”.) Sin embargo, la calidad igualmente inocua de las aventuras literarias del detective —“Sherlock Holmes es, a fin de cuentas, sobre todo una actitud y algunas docenas de parlamentos inolvidables” sería la sentencia lapidaria de Raymond Chandler— hace del personaje y sus premisas materias singularmente adecuadas a la reinvención profana pero eficaz. En 1970, el subversivo Billy Wilder exploró, en La vida privada de Sherlock Holmes, las posibilidades cómicas de su neurosis obsesiva y el halo marginal de sus coqueteos con la cocaína y acaso con la homosexualidad (y es que su relación con Watson se antoja aún menos convencionalmente fraternal que la de Batman y Robin). En 1976, Herbert Ross llevó a la pantalla La solución del siete por ciento, que añade a los señalamientos incómodos de Wilder una osada intervención psicoanalítica —¡a manos de Sigmund Freud!—, de acuerdo a la cual el afán justiciero del detective derivaría (¡cómo no!) de un trauma infantil. Así, no debe escandalizar, y menos sorprender, que Guy Ritchie ofrezca ahora una visión cuando menos revisionista del mito y que, aunque parezca regodearse en la inclusión de detalles literarios marginales, termine por convertir a Holmes y a Watson en personajes en gran medida apartados de su identidad canónica.
Ritchie parecería una elección osada, si no es que incongruente, para la dirección de una película de época de gran presupuesto: la mayoría de sus cintas son historias íntimas del submundo londinense contemporáneo, filmadas con poco dinero, henchidas de posmodernidad y editadas al ritmo trepidante del videoclip. Sin embargo, al revisitar Lock, Stock and Two Smoking Barrels, Snatch y Rock’n Rolla antes de ver su Sherlock Holmes no podré sino concluir que conoce bien el mundo del crimen que es también el de Holmes y que su mezcla de atletismo e intelectualismo parece propicia a la reconversión del detective cerebral en héroe de acción (su recurso frecuente a la edición rápida combinada con cámara lenta se presta notablemente a la ilustración dinámica de los procesos mentales del detective). Una vez que haya yo visto la película, sin embargo, terminaré por pensar no sólo que Ritchie es bueno para Holmes sino que Holmes es buena —es decir a un tiempo congruente y liberadora— para Ritchie.

La fascinación por los detectives
Una de las películas menos conocidas de este director —pero acaso su mejor— es Revólver, cinta que parte de su habitual premisa gangsteril para exponer una compleja teoría sobre la voluntad y el control mental, influida no sólo por su práctica entonces vigente de la Cábala sino por el psicoanálisis. En Revólver Ritchie hace mutar su universo posmo / cockney / hyper de mero entretenimiento en metáfora metafísica. Y he aquí que en Sherlock Holmes, aun si bajo los ostentosos aparejos de la superproducción hollywoodense, nos ofrece el exacto reverso de la moneda. La cinta, que en lugar de adaptar alguno de los relatos holmesianos toma elementos de varios —“Sentimos que necesitábamos desarrollar una nueva trama para dar a la película el rango que necesitaba”, me confesará Susan Downey, coproductora de la película y esposa de su protagonista—, postula como antagonista de Holmes a Lord Blackwood (Mark Strong), un villano acaso redolente del universo de James Bond (su objetivo, como el de Blofeld bondiano, es sabotear el imperio británico y dominar el mundo) pero que echa mano de la superstición y la magia para obrar sus maldades. Su derrota, entonces, equivaldrá a la de la superchería y, para sorpresa de los seguidores de Ritchie, al triunfo de la razón.
Suponiendo que el cambio de cosmovisión obedecería a su divorcio de Madonna —Ritchie ha abandonado las prácticas cabalísticas tras ser abandonado él mismo por su esposa—, cuestiono al director al respecto. Su respuesta, sin embargo, se revela más compleja y rica, asaz reveladora de su verdadera visión artística. “No creo que Sherlock Holmes y Revolver sean películas necesariamente antitéticas”, me dirá. “En cierto sentido, funcionan como Watson y Holmes: una representa la mente racional y la otra la mente, digamos, salvaje… Aunque Holmes es percibido como el gran empiricista, cuando la lógica queda fuera de contexto se desmorona —deja de ser lógica en el sentido primigenio del término— y de ahí deriva una gran cantidad de preguntas filosóficas. El hecho de que nos atraigan tanto los detectives parece apuntar a algo que bulle en nuestro interior y que busca aprehender las grandes verdades o los grandes misterios que conforman la vida o la razón. Ignoro cuál sea la manera de acceder a esa verdad, pero creo que el hecho mismo de que nos planteemos preguntas nos hace interesantes; así, el hecho de que Sherlock Holmes tenga una mente inquisitiva produce una resonancia en cualquiera”. Puesto en palabras llanas, Sherlock Holmes se insertaría en la filmografía del director como otra manera de plantear(se) preguntas que acaso no tengan respuesta pero que estimulan no sólo su creatividad sino nuestro interés.
Esto no es sino mero subtexto. Iconoclasta y entretenidísima, Sherlock Holmes funciona, sobre todo, en sus propios términos, es decir como divertimento masivo pero inteligente, enriquecido no sólo por las actuaciones competentes de Downey, Law y Strong sino por su magnetismo estelar. No hay gorra con visera ni “Elemental, mi querido Watson”, no hay largos monólogos explicativos ni (demasiada) flema británica. Lo que hay, para regresar a Chandler, es “la aventura de un hombre en busca de una verdad oculta, que no sería aventura si el hombre en cuestión no fuera, en esencia, un hombre de aventura”. Eso es buena literatura detectivesca, dice Chandler. Y buen cine de acción, digo yo.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Mi contribución a las fiestas

Lo publiqué anteriormente, pero helo aquí de nuevo.
¡Feliz navidad!

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Querido Santa...
Roberto Coria

Muchos curiosos se congregaron frente a la casa de los Castañeda aquella noche. Había una gran movilización policiaca en torno al inmueble, con agentes entrando y saliendo de él frenéticamente. Los reporteros de los programas amarillistas permanecían a la expectativa, esperando cazar alguna información sobre el macabro suceso que había ocurrido en el lujoso vecindario. Dos helicópteros, uno de una televisora y otro de una estación radiofónica, sobrevolaban el lugar como modernos buitres rondando un cuerpo putrefacto.
Arribé al lugar en mi autopatrulla y descendí de él. Eché un rápido vistazo y me abrí paso con dificultad entre la multitud. Mostré mi identificación a un policía uniformado –detective Serrano- y crucé la cinta amarilla que advertía en grandes letras negras “Escena del crimen. No pasar”. Avancé por el jardín y observé a dos empleados del Servicio de Protección a Animales conduciendo afablemente a seis renos hacia una camioneta azul. Los animales lucían inconsolables, lo cual confirmaba el fatal acontecimiento. No podía creer que algo así pudiera suceder jamás. Comprendí por qué el Jefe me había arrancado del festejo familiar en plena madrugada y comisionado la resolución del caso. Este era sin duda el caso más singular que atendería en toda mi carrera. Saludé a otro uniformado y penetré por fin en la casa.
Desde el pasillo observé el comedor y me percaté que sobre la mesa descansaban los restos de un enorme pavo, flanqueados por elegantes cacerolas de plata. Giré y a mi derecha distinguí el amplio salón donde se concentraba toda la actividad policial. Crucé el umbral y esquivé a un fotógrafo que se colocaba a ras de piso captar con su cámara un casquillo de bala rodeado por un círculo trazado con gis. Concentré entonces mi atención en el cuerpo inerte que descansaba en el suelo, en decúbito dorsal, al lado de un frondoso árbol de navidad derribado. Era el cadáver de un individuo rechoncho y de gran tamaño. Vestía un traje de paño color rojo con blanco, un cinturón con una enorme hebilla dorada y unas lustrosas botas negras. Poseía una espesa barba plateada. Tenía tres orificios de bala en su cabeza, de cuyas salidas manaba un oscuro chorro de sangre que había formado ya un lago de considerable tamaño y escurría hacia el hogar de la chimenea. A escasos centímetros reposaban en el suelo dos casquillos más, justo al lado de un gran saco de regalos. Muchos niños pasarán una navidad muy triste. En la pared había salpicaduras violentas de sangre, pelos grises y fragmentos de cerebro manchando el fino papel tapiz. Me dirigí al Técnico en Criminalística e intercambiamos comentarios. El experto me informó que la temperatura del cadáver era inferior a la corporal y que habían comenzado a formarse livideces. No tenía más de tres horas de haber sido asesinado. Un especialista en Química recogía muestras del fluido hemático, tanto del suelo como de la pared, mientras un Perito en Planimetría dibujaba un detallado diagrama del la escena del crimen. Dos empleados, con una camilla, esperaban indicaciones para trasladar el cuerpo hasta el anfiteatro de la demarcación para proseguir con su estudio.Esto parecía ser todo; había visto el lugar de los hechos.Ahora era el turno de interrogar al probable responsable del delito.

***
Todos salieron por fin del reducido salón de muros grises.Comenzaba a sentirme exasperado por las preguntas agresivas de los detectives y por el llanto afligido de mi mamá, quien se recriminaba por haberme dejado solo después de la cena para ir a dar el abrazo navideño a los tíos de mi papá. Sé que una vez superado todo lo ocurrido mi padre me propinará una buena tunda, pero eso no me importa. En unas cuantas horas estaré libre; los abogados de papá están haciendo todo tipo de gestiones en mi favor en este preciso momento. Para mi buena suerte papá es un hombre acaudalado. Tengo todos los ases bajo la manga. ¿Seguramente se preguntan por qué lo hice, no es así? ¿Alguna vez han despertado la mañana de navidad, ilusionados, con el corazón palpitante de alegría, y bajado las escaleras a toda prisa en busca de los soldados y artefactos bélicos que habían solicitado en su cartita, solo para descubrir un estúpido juego de memoria, una enciclopedia para la computadora o un suéter estampado con muñequitos de Plaza Sésamo? ¿O han regresado a clases y visto en el recreo a sus compañeros de la escuela jugar con sus juguetes favoritos –que sí les había traído el Gordo- mientras ustedes solo se limitaban a ver?No puedo explicarme el porqué Santa no complacía mis peticiones. Sé bien que no soy el mejor ejemplo de buena conducta, y que alguna vez un psicólogo aseguró que soy agresivo y antisocial, pero tengo calificaciones muy por encima del resto de los niños de mi grupo.La gota que colmó el vaso se derramó el año anterior, cuando por fin encontré bajo el árbol el video juego que tanto anhelaba. Mi felicidad no duró mucho, pues veinticuatro días después el aparato desapareció misteriosamente. Mis papás me dijeron que Santa se lo había llevado de regreso porque había golpeado a dos niños en mi escuela.Mi resentimiento se acumuló los siguientes 341 días.Ahora estoy aquí, encerrado en una sala de interrogatorio de la Delegación de policía, mientras afuera los adultos deciden mi suerte. Pero yo, Aldo, a mis escasos 10 años de edad, soy más listo que todos ellos. Jamás encontrarán la flamante pistola Pietro Beretta 9 mm. que sustraje del estudio de mi papá. La compró clandestinamente y las autoridades nunca podrán rastrearla. Después de utilizarla la escondí meticulosamente en el jardín, bajo la casa de mi perro Kaiser, y nadie se aproximará ahí sin correr el riesgo de que mi fiel pastor alemán le devore un brazo. Es el perfecto escondite hasta que vuelva a necesitarla. Sé también, con toda seguridad, que las pruebas de Harrison y Walker que me practicaron, que se usan para buscar residuos de pólvora en manos y ropa, serán negativas. Usé los guantes con que Jacinta limpia la estufa y me cambié convenientemente de pijama después de disparar en tres ocasiones a la cabeza de Santa. Es sorprendente lo que se puede aprender si uno ve programas de televisión como “La Ley y el Orden” o “Detectives médicos”.
Aún puedo ver el rostro sorprendido del Gordo, quien había bajado dificultosamente por la chimenea y se disponía a tomar la cartita que le dejé bajo el árbol, cuando salté de detrás del sillón con el arma en las manos y abrí fuego.Solo es cuestión de esperar. No tienen suficientes pruebas en mi contra, y la ley dice que si no hay pruebas contundentes contra ti ¡eres libre! Las leyes son maravillosas. Tal vez decida estudiar Derecho Penal, pero para eso faltan ocho o nueve años. Debo concentrarme en asuntos más importantes e inmediatos.Tengo que escribir otra cartita.
Solo faltan once días para ajustar viejas cuentas con Melchor, Gaspar y Baltazar.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El tapiz del vampiro

Como antecedente notable de Vampire, the masquerade, Susie McKee Charnas se aventuró más allá en su serie de relatos compilados como The vampire tapestry (1986). La autora nos presenta a un vampiro completamente diferente del que conocemos y, más allá, pretende dar una explicación biológica de su ser. Weyland, el vampiro que se hace pasar como un respetable y excéntrico profesor universitario que investiga trastornos del sueño, nos habla de su naturaleza:
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El vampiro corpóreo, de existir, sería por definición el mayor de todos los depredadores, dado que estaría viviendo en lo más alto de la cadena alimenticia. El hombre es el animal más peligroso, el que devora o destruye a todos los demás, y el vampiro tiene al hombre por presa. Cualquier vampiro inteligente decidiría evitar los riesgos inherentes en el ataque a los seres humanos consumiendo la sangre de animales inferiores, si le fuera posible; por lo tanto, debemos suponer que nuestro vampiro no puede hacer tal cosa. Quizá la sangre animal sea capaz de ayudarle a subsistir durante un tiempo, igual que el agua de mar puede mantener con vida a un náufrago durante unos cuantos días, pero no puede reemplazar de forma permanente el agua dulce para beber. La humanidad seguiría siendo el ganado del vampiro, aunque resultaría un ganado bastante peligroso y difícil de tratar, y allí donde viva ésta debe vivir él.
En el mundo antiguo, escasamente poblado, tendría que permanecer junto a una ciudad o aldea para asegurarse su provisión de alimento. Tendría que aprender a vivir con el mínimo posible, quizá medio litro de sangre al día, dado que le resultaría incómodo ir dejando un rastro de cadáveres sin sangre y no podría esperar pasar desapercibido si lo hiciera. Periódicamente, debería marcharse para su propia seguridad y para darles a los habitantes del lugar tiempo en el que se recobrase de sus depredaciones. Un sueño que durara varias generaciones le proporcionaría una población ignorante e intacta situada en el mismo lugar. Debe ser capaz, por tanto, de hacer más lento su metabolismo, de inducir en sí mismo y en forma natural un estado de animación suspendida. La movilidad en el tiempo se convertiría, pues, en su alternativa a la movilidad del espacio.
Durante esos largos periodos de reposo es posible que al haberse vuelto más lentas las funciones corporales del vampiro le sirva para prolongar su vida; y lo mismo podría ocurrir al tener que subsistir durante largos periodos, despierto o dormido, al borde del hambre. Sabemos que una alimentación mínima produce una sorprendente longevidad en algunas otras especies. Una vida larga sería una alternativa más que deseable a la reproducción; floreciendo en su grado máximo cuanto menor fuera la competencia, el gran depredador no sentiría deseo alguno de engendrar sus propios rivales. Por lo tanto, no podría ser cierto que su mordisco convirtiera a sus víctimas en vampiros, como él mismo... [...]
Los colmillos son demasiado fáciles de ver y no resultan suficientes para chupar la sangre. Los caninos grandes y afilados han sido diseñados para desgarrar la carne. Algunas versiones polacas de la leyenda vampírica podrían acercarse más al blanco: hablan de alguna especie de ingenio punzante, quizá una aguja en la lengua semejante al aguijón de los insectos, la cual segregaría una sustancia anticoagulante. De ese modo, el vampiro podría pegar los labios a una herida mínima y sorber libremente la sangre de ella, en vez de estar obligado a desgarrar grandes y antieconómicos agujeros en su infortunada víctima. [...]
¿El vampiro dormiría en un ataúd? Ciertamente que no. ¿Lo haría usted si se le permitiera escoger? El vampiro corpóreo necesitaría un acceso físico al mundo, algo que todas las costumbres funerarias tienen por objeto evitar. Podría retirarse a una cueva o descansar en un árbol igual que merlín o que Ariel en su arbusto, suponiendo siempre que le fuera posible encontrar un árbol o una curva que estuviera a salvo de los amantes de la naturaleza y las excavadoras de las promotoras inmobiliarias. Encontrar un sitio donde descansar durante largo tiempo de forma segura es un problema obvio para nuestro vampiro en los tiempos modernos. [...]
Dado que en nuestra hipótesis hablamos de un ser natural y no de uno sobrenatural, envejece pero con mucha lentitud. [...]
Los hombres primitivos que encontraran por primera vez al vampiro no serían conscientes de que ellos eran productos de la evolución, y mucho menos de que también él lo era. Crearían historias para explicar su existencia e intentar controlarlo. En los primeros tiempos es posible que él mismo creyera en algunas de esas leyendas: la bala de plata, la estaca de roble, [el ajo, la cruz]...Cuando despertara para encontrarse en una era no tan crédula, abandonaría tales nociones, al igual que lo habían hecho todos los demás. Es posible que incluso llegara a sentir un apasionado interés, con el tiempo, hacia sus orígenes y evolución. [...]
En la naturaleza, los depredadores no se permiten el lujo de esas tristezas y melancolías románticas que los seres humanos les atribuyen. Nuestro vampiro no tendría tiempo para la melancolía. A cada nuevo despertar tiene más cosas que aprender.

Máscaras y vampiros

El vampiro debe actualizarse para conservar su capacidad de atemorizarnos, no bastan reinterpretaciones para jóvenes lectores. Un vampiro adaptado a nuestra época es presentado por Mark Rein Hagen en el prólogo de su exitoso Vampire, the Masquerade, cimiento del popular juego de rol que se ha erigido como una de las más elaboradas propuestas para explicar la estructura y entorno del monstruo, lo que Guillermo del Toro calificara como biología vampírica. Esta obra, lejos de su valor como forma de entretenimiento, es una excelente pieza de narrativa, recomendable para todo estudioso del tema. A continuación reproduzco la parte donde uno de estos seres explica su fisiología a una joven mujer que está por recibir el Beso oscuro.
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No obstante que nuestra apariencia exterior se asemeja mucho a la de los vivos, hay algunos de nosotros que insistimos en que el Cambio transforma a su sujeto en otras especies –Homo Sapiens Sanguineus, Homo Sapientissimus y Homo Vampiricus ya han sido adoptados como nombres para esta nueva raza...
Los grandes cambios físicos son temas de todos conocidos, por lo cual hemos dejado que permanezcan en el dominio de la ficción popular. Los dientes caninos son en efecto largos y puntiagudos, adecuados para desgarrar y posteriormente succionar la sangre. Sin embargo, alcanzan su extensión total sólo en el instante del ataque, mientras que en otras ocasiones se mantienen retraídos en las encías gracias a la contracción de un tejido flexible en su base. De otra manera, se dificultarían el habla y la secreción de saliva. Algunos, de un clan decadente, carecen de los medios para contraer sus colmillos y resultan fácilmente identificables.
Para alimentarnos, básicamente necesitamos morder, retirar los colmillos de la herida y comenzar a beber. Si lamemos la herida después de beber, no quedará ningún rastro de ella. De hecho, si lamemos cualquier herida que hayamos causado con nuestras garras o colmillos, podemos curarla completamente.
Nuestra piel, como la del vampiro cinematográfico, se encuentra invariablemente pálida. Se debe, en parte, a nuestra aversión a la luz del día, pero también a nuestro permanente estado de muerte. Darüber noch später (Sobre eso, más tarde).
Nuestro apetito está motivado por la subsistencia, de ello no puede caber duda. De tal hecho, y de amargas experiencias con los alimentos que más he disfrutado en mis tiempos mortales, parece que las entrañas de un vampiro han perdido su facilidad para la digestión. Pocas veces se ve a un vampiro sobrado de peso, y casi todos descubren, después del Cambio, una nueva esbeltez. Al no ser requeridos, presumiblemente los órganos se atrofian.
El cuerpo del vampiro permanece como estaba en el instante de la muerte. El cabello y las uñas continúan creciendo durante algunos días, como lo hacen en un cadáver fresco, pero eso es todo. Si deseo que mi pelo o mis uñas sean mas cortos, debo cortarlas cada tarde después de levantarme. Conjeturo que el cuerpo de los vampiros está en realidad muerto, y detenido en su proceso degenerativo sólo por el poder del Cambio. La piel se vuelve un poco más tirante sobre los huesos, como les sucede a los muertos recientes.
Los pulmones de un vampiro ya no respiran –aunque muchos han aprendido a fingir la respiración para andar entre los vivos- porque la sangre fresca de la presa provee la pequeña cantidad de oxígeno necesaria para mantener en actividad los tejidos muertos. Sólo un vampiro joven o inexperto toma sangre de la vena yugular, donde casi se halla al fin de su viaje y llena de impurezas; es preferible la sangre de la arteria carótida, limpia y plena...
Así como los pulmones ya no respiran, el corazón ya no late. De algún modo, la sangre de la presa se difunde a través del cuerpo por un proceso de ósmosis, en lugar de fluir por las venas y arterias. Esto puede verse en el hecho de que cuando un vampiro llora –lo cual en verdad hacemos, y con más frecuencia de lo que un mortal supone- las propias lágrimas son de sangre. Si se corta la garganta de un vampiro, se encontrarán las venas vacías. La clausura y el atrofiamiento de los vasos sanguíneos más próximos a la piel es otra causa de la pálida complexión que caracteriza al vampiro, aunque en el instante posterior a que un vampiro se alimenta es posible ver un tinte rosáceo.
La sangre de la presa...parece tener algunas propiedades notables. Somos capaces de sanar de nuestras heridas con una rapidez asombrosa. Aún sentimos dolor y un reflejo envía sangre al área afectada; tal como ocurre con los vivos, la sangre se difundirá en el tejido afectado y alcanzará una coloración púrpura. La excepción a esta regla es la estaca tan querida por escritores y cineastas. Esta causará un cierto estado de trance o parálisis, pero no provocará la muerte. Por qué ocurre esto no lo sé, pues el corazón ya no late y no es necesario bombear el flujo sanguíneo. He escuchado varias explicaciones míticas a este fenómeno, pero confieso mi incapacidad para explicarlo racionalmente.
El cuerpo ya no produce ni regenera su propia sangre, y depende por completo de la presa para la obtención de sangre fresca y los nutrientes que la ciencia ha encontrado en ella. Algo en la sangre...merced al Cambio, estimula la llama de la Vida y evita su terminación, pero para impedirla se necesitan regulares infusiones de sangre fresca. Y cuando un vampiro es destruido, la degeneración es asombrosamente rápida, como si el Tiempo cobrara la deuda de décadas o siglos. Nada queda sino polvo, por lo cual resulta imposible un estudio anatómico y mucho hay que dejarlo a la conjetura.
Somos capaces de curar nuestras heridas mediante la sangre con la cual nos alimentamos. Podemos utilizarla para regenerar miembros y órganos, con el tiempo y el espacio necesarios. La regeneración nos devuelve siempre al estado físico que teníamos en el instante de morir, incluyendo el largo del cabello, la forma del rostro, el peso –todo. Cuando el cuerpo resulta herido, se regenerará a partir del mismo molde una y otra vez. Ya estamos muertos, y por lo tanto no podemos morir excepto por obra de las fuerzas de la vida. El Sol eterno y la llama primigenia.
Queda sólo una última cuestión in re corporis, un tanto lasciva, que trataré de responder con la mayor delicadeza posible. A través de la tradición popular, el vampiro se ha convertido en una de las más poderosas figuras románticas –y más que románticas-. Si bien el acto amoroso es físicamente posible para el vampiro de cualquier género, los impulsos asociados y los estímulos han muerto junto con la carne. Con un esfuerzo de la voluntad podemos hacer que vuelvan todos estos impulsos, obligando a la sangre a dirigirse a áreas determinadas, del mismo modo en que curamos una herida, pero eso es todo. El éxtasis del Beso reemplaza cualquier otra necesidad dentro de nosotros. La sangre es el único objeto de nuestro deseo.
Vivir como vampiro es vivir con el horror...El Ansia nunca puede ser plenamente saciada. La llamamos Ansia, pero el término es lamentablemente inadecuado. Los mortales conocen el hambre, incluso la inanición, pero eso no es nada. El Ansia reemplaza a casi cualquier otra necesidad, cualquier otro impulso conocido por los vivos –comida, bebida, reproducción, ambición, seguridad- y es más urgente que una combinación de todos.
Más que un impulso, es una droga, a la cual nacemos con una desesperanzada adicción. Al beber sangre no sólo garantizamos nuestra sobrevivencia, sino experimentamos un placer más allá de cualquier descripción. El Ansia es un éxtasis físico, mental y espiritual que ensombrece todos los placeres de la existencia mortal.
Ser un vampiro es estar atrapado por el Ansia. Tal es la paradoja de nuestra vida. Es la maldición de mis semejantes.
Toma mi brazo, querida. ¿Todavía no tienes miedo?
Deberías.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Vampiros en habla hispana

En el pasado reciente hablé de la estupenda antología Ajuar funerario (Páginas de espuma, 2004) del escritor peruano Fernando Iwasaki. Del libro les presento, con la amable autorización del autor, su aportación a la literatura vampírica, ejemplo de la minificción en habla hispana. Confirma una máxima: la historia de vampiros de calidad no requiere imprescindiblemente de etiquetas para referirse al monstruo.
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Monsieur le revenant
Fernando Iwasaki

Todo comenzó viendo televisión hasta la medianoche, en uno de esos canales por cable que sólo pasan películas de terror de bajo presupuesto. Luego vinieron el desasosiego y los bares de mala muerte, las borracheras vertiginosas y las cofradías siniestras de la madrugada. Por eso perdí mi trabajo, porque dormía de día hasta resucitar en la noche, insomne y hambriento.
No es fácil convertirse en un trasnochador cuando toda la vida has disfrutado del sol y de los horarios comerciales, pero la noche tiene sus propias leyes y también sus negocios. Así caí en aquella mafia de hombres decadentes y mujeres fatales. Malditos sean.
Siempre regreso temeroso de las primeras luces del alba para desmoronarme en la cama, donde despierto anochecido y avergonzado sobre vómitos coagulados. Tengo mala cara. Me veo en el espejo y me provoca llorar. Lo del espejo es mentira. Lo de los crucifijos también.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Drácula a la americana

Stephen King, uno de los autores contemporáneos más vendidos y exitosos, equivalente al horror de una Big Mac con queso –en palabras de un respetado experto-, escribió en su primera época una historia que puede resumir su trama en cinco palabras: Drácula viaja a Estados Unidos. Esto no demerita en forma alguna el resultado de la novela de 1975 La hora del vampiro (o El misterio de Salem´s Lot, según nuevas ediciones). En ella un señorial vampiro europeo, Kurt Barlow, pretende apoderarse de Jerusalem´s Lot, un pintoresco pueblo de Maine. Para impedirlo un atormentado escritor –como en muchos relatos de King- conforma un ecléctico equipo de cazadores de vampiros que incluye a un sacerdote alcohólico, un profesor de secundaria, un incrédulo galeno y un niño detentor de la fantasía –como ocurre en muchas otras historias de King-. También hay una damisela en peligro: Susan, un antiguo amor del héroe. El enemigo dista mucho del nosferatu de piel azul y exasperante mutismo que conocimos en la adaptación televisiva de Tobe Hooper (1979). Está mejor representado en el remake de Mikael Salomon (2004) por el otrora androide Rutger Hauer, modelo e inspiración para Anne Rice y su Lestat de Lioncourt. A continuación reproduzco la carta que el vampiro dejó a sus perseguidores cuándo éstos creyeron haberlo acorralado, misiva que confirma la compulsión por escribir de algunos hijos de la noche. Nótese la traducción española de Marta Guastavino.
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4 de octubre

Estimados y jóvenes amigos:
¡Qué amable de vuestra parte haber venido por aquí!
No soy en modo alguno adverso a la compañía, que ha sido uno de mis más grandes placeres durante una vida larga y, con frecuencia, solitaria. Si hubierais venido por la noche habría tenido el mayor placer de recibirlos personalmente. Sin embargo, como sospechaba que podríais preferir haceros presentes durante el día, me pareció mejor no estar.
Os he dejado una pequeña prenda de mi aprecio; alguien muy próximo y querido para uno de vosotros está ahora en el lugar donde yo pasaba mis días hasta que decidí que otro refugio podría resultarme más simpático. Es una muchacha encantadora, señor Mears, muy apetitosa, si me permite usted la pequeña broma. Como ya no la necesito, os la he dejado para que con ella os vayáis entusiasmando para lo que vendrá después. Para abriros el apetito, si os parece. Así veremos qué tal os sienta el aperitivo antes del plato fuerte que esperáis hallar, ¿verdad?
Jovencito Petrie, tú me privaste del servidor más fiel y más ingenioso que haya tenido jamás. De manera indirecta, hiciste que yo me convirtiera en causante de su ruina, al dar motivo para que mis propios apetitos me traicionaran. Indudablemente, le atacaste por la espalda. Me causará un gran placer vérmelas contigo. Aunque creo que empezaré por tus padres, esta noche… o mañana por la noche… ya veremos. En cuanto a ti, entrarás a integrar el coro de niños de mi Iglesia como castratum.
Respecto del Padre Callahan… ¿así que le persuadieron de que viniera? Me lo imaginaba. Desde mi llegada a Salem´s Lot le he observado con cierto detenimiento… como un buen jugador de ajedrez estudia las partidas de su contrincante, ¿no es eso? Sin embargo, ¡la Iglesia católica no es el más antiguo de mis contrincantes! Yo era ya viejo cuando ella era joven, cuando sus miembros se ocultaban en las catacumbas de Roma y pintaban peces en el pecho para poder distinguirse entre ellos. Yo era fuerte cuando ese estúpido club de comedores de pan y bebedores de vino que veneran al salvador de las ovejas era débil. Mis ritos eran milenarios cuando los ritos de su Iglesia aún no habían nacido. Pero nada subestimo. Conozco los caminos del bien tanto como los caminos del mal. Y no estoy saciado.
Y os venceré. ¿Cómo, preguntáis? ¿Acaso Callahan no lleva el símbolo de la Blancura? ¿Acaso él no se mueve de día tanto como de noche? ¿No hay encantamientos y pócimas, tanto cristianos como paganos, de los que mi excelente amigo Matthew Burke os ha puesto al tanto para defenderos de mí y de mis compatriotas? Sí, sí y sí. Pero yo he vivido más tiempo que vosotros. Yo no soy la serpiente, soy el padre de las serpientes.
Así y todo, decís, esto no es bastante. Pues claro que no lo es. Finalmente, “padre” Callahan, quiero decirle que usted solo se destruirá. Su fe en la Blancura es blanda y débil y cuando habla de amor se trata de una presunción de su parte. Sólo cuando habla de la botella está bien informado.
Mis buenos, excelentes amigos –señor Mears, señor Cody, jovencito Petrie, padre Callahan-, disfrutad de vuestra estancia. El Médoc es excelente; me lo procuró especialmente el difunto propietario de la casa, de cuya compañía personal jamás llegué a disfrutar. Os ruego que os consideréis mis invitados y bebáis, si aún os quedan ánimos para hacerlo cuando hayáis terminado vuestra tarea. Ya volveremos a encontrarnos, en persona, y en ese momento os daré mi enhorabuena en forma mucho más personal a cada uno.
Hasta entonces, adiós.
Barlow.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Una segunda oportunidad para Drácula, tercera y última parte.

Si es indignante que te califiquen como plagiario (cuando no lo eres), es doblemente ofensivo que cuestionen tu capacidad literaria en un planteamiento de ficción. Y en todos los ámbitos. Así hicieron Dacre Stoker e Ian Holt en la secuela oficial de Drácula, cuando refirieron que Bram Stoker simplemente llevó a la letra impresa la narración que Abraham Van Helsing le hizo como un intento de alcanzar la inmortalidad y prevenir al mundo de la existencia de los no muertos –en un principio los autores lanzaron la pista que apuntaba a un alcoholizado y seguramente drogado Jack Seward-. Bram Stoker no tiene la talla de otros escritores de su época, pero es un eficaz narrador de historias de horror que nos ofreció obras ejemplares del género. Su amor por el pasado, el folklore y la historia de su país son evidentes en las exhaustivas investigaciones que cimentaron su creatividad. Alguna vez escuché que toda obra maestra es autoría de un escritor formidable. Nada más justo en el caso del señor Stoker. Su narrativa es muy superior en calidad e ingenio a un producto comercial que busca aprovechar un poco del fenómeno Crepúsculo. Concluí mi lectura de Drácula, el no muerto por dos razones: persistencia y hacerme de elementos críticos para establecer si es una aportación valiosa al subgénero.
El crítico gastronómico Anton Ego, personaje de la entrañable cinta Ratatouille, dijo: “no cualquiera es un gran artista, pero un gran artista puede provenir de los lugares más insospechados”. Dacre Stoker no es un escritor profesional, es un maestro de educación física. Y no lo digo despectivamente. No percibo un auténtico interés artístico detrás de su obra, simplemente aprovechó su apellido y el legado de su ancestro, con resultados pobres, irrespetuosos e indignantes. Pero sin duda los económicos serán abundantes.
Sobre el previsible y decepcionante desenlace de la novela –que incluye romances inconclusos, líneas memorables de una popular space opera y el trágico viaje de un afamado trasatlántico- evito revelar detalles. Drácula, el no muerto sería remotamente disfrutable si se leyera como una historia alternativa, no como una secuela. A este respecto son mil veces más interesantes Drácula desencadenado de Brian Aldiss y El año de Drácula de Kim Newman.
Me acompaña la edición de Conaculta de la novela canónica mientras escribo estas líneas. Iniciaré mi enésima relectura como una forma de purificación y un tributo a la memoria de un autor al que debo tanto.
Una pregunta para poner punto final a este tópico: ¿alguien sabe si la secuela oficial de Peter Pan sufrió el mismo miserable destino?

lunes, 7 de diciembre de 2009

Noticias del imperio (de los vampiros)

Guillermo del Toro busca con su novela mostrar la maldad del ser humano

(AFP) GUADALAJARA, México — El cineasta y escritor mexicano Guillermo del Toro dijo que su novela 'Nocturna', que coescribió con Chuck Hogan, intenta rescatar la imagen aterradora del vampiro, distanciándose de la ideal de vampiro romántico que impera actualmente en libros y películas. De hecho "los vampiros de 'Nocturna' son tan adorables como una hemorroide asesina", se burló el director de películas como 'El laberinto del Fauno', en una presentación en la Feria del Libro de Guadalajara (en el centro de México), el mayor evento editorial del mundo hispano, ante un auditorio desbordado de estudiantes."Un vampiro, actualmente, es más bien la encarnación de la otra vertiente principal del mito vampírico, que es mito romántico; el vampiro que se vuelve como el niño malo con el que las chicas sueñan, que va a la ópera o que es vegetariano, sensible y adorable".Del Toro dijo que la idea de la novela era contrastar los actos brutales y voluntarios de maldad del ser humano con los actos brutales biológicamente compulsivos del vampiro. Queríamos "tratar de decir de alguna forma que aún con estos monstruos la maldad más profunda viene del ser humano".'Nocturna' forma parte de la llamada 'Trilogía de la Oscuridad', cuyos dos otros títulos, 'Oscura' y 'Eterna', saldrán a la luz en los próximos dos años.El mexicano, que reside en Los Ángeles (al oeste de Estados Unidos), explicó que en la primera novela querían reformular la anatomía y la biología vampírica, en la segunda empezaron a reconfigurar lo mítico y espiritual y en la tercera quisieron presentar una reformulación total del origen del vampiro.

Memoria vampírica

El pasado 20 de noviembre el diario Reforma publicó una sección especial en su suplemento Primera Fila con motivo del estreno de Luna nueva, la secuela del fenómeno Crepúsculo. Una de las personas tras la idea de vindicar al vampiro fue Mario Abner Colina, quien platicó con numerosos conocedores del tema y amablemente compartió conmigo -y ustedes- su exhaustiva investigación. Vale mucho la pena. Hela aquí.


Son leyenda
Mario Abner Colina

"¡Bienvenido a mi casa! ¡Entre libremente y por su propia voluntad", invitó el Conde Drácula a Jonathan Harker.
Atemorizado, el joven notario inglés traspasó el umbral del oscuro castillo transilvánico en Drácula, la novela de Bram Stoker. Y como él, millones de lectores, temerosos y excitados, por propia voluntad, han aceptado y siguen aceptando la tenebrosa invitación que los vampiros literarios les hacen. ¿Pero por qué?
"El vampiro transmite la idea de la juventud eterna, de la no corrupción de la carne, salir de cacería, y de, básicamente, pasarla bien de noche. Eso resulta atractivo más allá de las épocas y más allá de la literatura", señala el crítico y escritor argentino Rodrigo Fresán.
Inmortal más allá de todo rayo de sol, crucifico, estaca o agua bendita con que se le combata, el vampiro hizo su aparición en el folclor de distintas civilizaciones europeas, asiáticas y americanas, gracias a mitos como el de lilith, los súcubos o las lamias.
Su poder, incluso, logró hacerse de un espacio en mentes como Voltaire, Rousseau, o el benedictino Dom Augustine Calmet, quien aventuró un tratado sobre los vampiros. ¿Meras superticiones?
"Los vampiros existen para quienes creemos en ellos", señala Vicente Quirarte, autor del ensayo de culto Sintaxis del vampiro. "El vampiro se alimenta de nuestra imaginación y nosotros de su mito poderoso y creciente".
El siglo 19 fue el siglo del estallido de la sed vampírica. Primero con poemas como El gaiour (1813) de Lord Byron, y después, en prosa, con El vampiro (1819) de John William Polidori, asistente a la legendaria reunión de escritores en Villa Diodati, donde también nacieron seres como Frankenstein, de Mary Shelley.
"Con Polidori el vampiro adquiere el aire de seductor. Fríos ojos grises, fascinante, terrible", apunta el especialista en literatura de horror Roberto Coria.
Varney, el vampiro (1845-1847), atribuido a James Malcolm Rymer, inauguró la imagen del vampiro introduciéndose en la habitación de la doncella. Y el erótico Carmilla (1872), de Joseph Sheridan Le Fanu, hizo de una mujer, por vez primera, la asesina sedienta de sangre.
Pero apenas eran bosquejos del terror. A punto de que muriera el siglo 19, fue un irlandés de nombre Bram Stoker quien dio vida al punto de referencia para siempre, Drácula (1897).
Argumentaciones científicas, trama ubicada en fechas contemporáneas, e inspiración en el personaje histórico real Vlad Tepes, fueron algunos de los elementos que hicieron del libro, aún hoy, el más imitado y el más admirado.
"Es una novela reflexiva, con voces cruzadas. Además, en Drácula el Conde aparece muy poco. Es el mal presente siempre ausente. No sé si fue una idea meditada de Stoker o una genialidad casual", se pregunta Fresán.
No obstante, a pesar de su éxito, la capa del Conde no podía cubrirlo todo, y en el siglo 20, los vampiros comenzaron a mutar. En los 20, H.P. Lovecraft revitalizó al no muerto con relatos como "La casa maldita", con un monstruo que se alimenta de energía. Otro norteamericano, Fritz R. Leiber, crea en "La chica de los ojos hambrientos" (1949) una vampiresa de hermosura indescriptible que absorbe recuerdos de sus víctimas.
Sin embargo, una de las más grandes vueltas de tuerca del género llega en 1954 con Soy leyenda. La novela de Richard Matheson propone un mundo donde una plaga ha convertido a todos en vampiros —que no necesariamente temen a la cruz—, y hay un único sobreviviente humano.
"El mensaje es muy interesante. Neville, el protagonista, es el único humano en un mundo de vampiros. Entonces, es el anormal. Es el monstruo", comenta Coria, autor de la pieza teatral El hombre que fue Drácula.
Los 70 fueron un caldo de cultivo para obras de potencia. Con el libro La voz de Drácula (1975) de Fred Saberhagen, Drácula tuvo su revancha: el Conde hace una apología de los eventos de la novela de Stoker y despotrica contra quienes lo combatían.
El joven Stephen King, por su parte, luego de hacer sudar de miedo a todo Estados Unidos con Carrie, propuso en Salem's Lot (1975) una historia de vampiros de aires stokerianos en que Barlow, un tenebroso ser, invadía un pequeño pueblo de la Costa Este.
"A algunos les molesta que Stephen King sea un bestseller, pero este libro es maestro, una gran pesadilla sin concesiones", dice el escritor Bernardo Ruiz, autor de Antes y después de Drácula.
Una escritora de Nueva Orleans, firmando como Anne Rice, publicó en 1976 Entrevista con el vampiro, una irreverente historia de la vida privada y la psicología de los vampiros, con elementos sexuales y homoeróticos.
"Anne Rice dice que Lestat lleva el signo de la cruz en el cofre de su auto. Sus vampiros adaptan su esencia a cada época para conservar su casi omnipotencia", anota Coria.
Con novelas como El tapiz del vampiro (1980) de Suzy McKee Charnas, sobre un vampiro hecho pasar en la sociedad como un brillante antropólogo, El ansia (1981) de Whitley Striber, con una tesis que plantea que los vampiros son una especie paralela al humano con anomalías en la sangre, sagas como Necroscopio (1986) de Brian Lumley, sobre un necromante al servicio del Imperio británico que combate vampiros, o la trilogía iniciada con El año de Drácula (1992) de Kim Newman, donde un Drácula victorioso es príncipe consorte de la Reina Victoria y ha vampirizado Inglaterra, finaliza el siglo 20. Y con pocas obras a destacar, según algunos.
"El siglo 20 es abundante en el tema, pero es redundante. ¿Qué le da una nueva fuerza al mito?", se pregunta Ruiz.
En 2003, luego de esconderse brevemente en sus ataúdes, salieron a la luz. Charlaine Harris planteó comedia con Southern Vampire Mysteries, donde los vampiros conviven con los humanos y beben sangre artificial.
Déjame entrar, del sueco John Ajvide Lindqvist, cimbró en 2004 los países nórdicos con Eli, una niña vampira de 200 años que se relaciona con un adolescente de 12 objeto de burlas en un suburbio de Estocolmo.
Pero el verdadero boom estaba por llegar. Un año después, en 2005, mientras Elizabeth Kostova y La historiadora buscaban la verdad detrás de Vlad Tepes, Crepúsculo de Stephanie Meyer, una narradora que aseguraba tener miedo de leer Drácula, apasionó a millones con Bella, una chica que se enamora de Edward, miembro de una familia de vampiros que no caza humanos.
Con una mezcla de elementos de Shakespeare o Jane Austen, Meyer, en clave vampírica, planteó temas como el despertar sexual a una audiencia que había crecido leyendo las aventuras de Harry Potter y necesitaba un objeto de deseo acorde a su edad: chupadores de sangre hermosos.
La trama se convirtió en una tetralogía que vendió 70 millones de ejemplares. ¿El resultado? Libros de vampiros para adolescentes por todas partes. Vampirismo literario más que literatura de vampiros, considera Fresán.
"Quizás vivamos una edad de oro vampírica porque están de moda, pero por calidad me parece más bien una edad de plomo".
Avivados por el fenómeno, este 2009 y en tiempos de influenza, Guillermo del Toro y Chuck Hogan publicaron Nocturna, un relato que rechaza la idea romántica de los vampiros: son enfermos, horribles, y muy, muy virales.
Y, recientemente, un sobrino bisnieto de Bram Stoker, Dacre, junto con el especialista Ian Holt, revivieron a Drácula con una secuela autorizada por la familia del escritor irlandés: Drácula, el no muerto.
Los puristas ponen el grito en el cielo, mientras que las nuevas generaciones, con la emoción de la primera mordida, hacen suyo el mito sin ver demasiado hacia atrás. Pero sin importar quién tenga razón, es el vampiro el que triunfa. Ha caído la noche y los colmillos asoman, sentencia Vicente Quirarte.
"Aunque el resultado sea malo, todo texto añade un elemento por mínimo que sea. El vampiro confirma su inmortalidad".

domingo, 6 de diciembre de 2009

Aristócratas del vampirismo, tercera parte.

Un escándalo similar al de Gilles de Rais giró en torno a la condesa húngara Erzsebet Báthory (1560-1614), quien fue juzgada en 1611 por haber secuestrado y torturado hasta la muerte a un sin número de jóvenes mujeres que vivían en las villas aledañas al castillo Csejthe, ubicado en lo alto de las montañas en una región de Hungría cercana a los Cárpatos.
De acuerdo a las crónicas de la época el número de aldeanas muertas oscila entre las 80 y las 300, aunque la cantidad exacta tal vez nunca la sepamos. La Báthory tenía la extraña costumbre de beber la sangre de sus víctimas y de bañarse en el vital líquido para mantenerse bella y joven tanto como fuera posible.
Antes de embarcarse en su terrible carrera, Báthory era la flamante esposa del Conde Ferencz Nadasdy, un guerrero reconocido por su valentía. Mientras su marido se encontraba en campaña, la Báthory combatía el aburrimiento estudiando magia negra. Con la ayuda de Thorko, un sirviente que se convirtió en su hombre de confianza, comenzó a secuestrar y a torturar a las campesinas. Tras la muerte de su esposo en el año 1600, Báthory se dedicó de lleno a sus depravadas actividades, ayudada por Thorko, su enfermera Ilona Joo, su mayordomo Johannes Ujvary y su hechicera Darvula.
Por más de una década las desapariciones continuaron, y los rumores de que Báthory se encontraba detrás de todo comenzaron a propagarse. En 30 de diciembre de 1610 en Conde Gyogy Thurso, primo de Báthory, condujo a un destacamento de soldados y policías al castillo Csejthe donde descubrieron la orgía de sangre que se desarrollaba en el lugar. Encontraron docenas de cadáveres y algunas prisioneras vivas en los calabozos.
Los cómplices de Báthory fueron ejecutados en la hoguera o por decapitación, mientras su sangre real la salvó de la pena capital –su tío abuelo Esteban Báthory combatió al lado del mismísimo Vlad Drácula-. Fue condenada a permanecer cautiva en una habitación sin puertas ni ventanas en su propio castillo, donde murió el 21 de agosto de 1614, lanzando gritos incoherentes y espeluznantes.
La Báthory ha sido ligada al tema vampírico no sólo por sus hábitos sanguinarios, su condición nobiliaria o su procedencia rumana. Muchos aseguran que es descendiente, en línea directa, del famosísimo y ya mencionado Voivoda Drácula. De este parentesco se han valido novelistas como Jeanne Kalogridis –con su serie Covenant with the vampire- y más recientemente Dacre Stoker e Ian Holt con su secuela de Drácula. A propósito…

lunes, 30 de noviembre de 2009

Una segunda oportunidad para Drácula, segunda parte.

Basta por ahora de fantasmas. Volveremos a ellos intermitentemente. Regresemos a la familiaridad de los vampiros. Las circunstancias me lo exigen.
2009 ha sido un año de desilusiones artísticas. El pasado mes de octubre manifesté mi entusiasmo por la secuela de Drácula, obra seminal de mi educación sentimental. La empresa fue asumida por un descendiente del autor, Darce Stoker, y el guionista Ian Holt. Hoy, que leí la tercera parte de la novela, puedo decir que se extinguió por completo cualquier expectativa que pude tener por Drácula, el no muerto (Roca, 2009). Se que no puede juzgarse un texto sin haber completado su lectura. Tampoco pretendo erigirme como el detentor de la verdad y la corrección del tema. Pero si las 177 páginas que devoré son el síntoma del resultado general, el pronóstico es poco alentador. Por ello escribo estas líneas. Como un ejercicio de análisis, enunciaré sus virtudes. Luego sus defectos. Juzguen por sí mismos. Quienes no hayan leído la novela, por favor absténganse. Revelaré detalles esenciales.

Virtudes de Drácula, el no muerto
  1. La premisa de su trama, sustentada en la posibilidad de supervivencia del protagonista y situada 25 años después de la conclusión de la novela original.
  2. Retomar personajes suprimidos en los manuscritos originales de Bram Stoker, como el Inspector Cotford, en quien puede verse una clara influencia de Arthur Conan Doyle y su creación más perdurable.
  3. Una lectura ágil, en gran medida por las expectativas que el relato puede generar entre los seguidores del texto canónico.
  4. Retomar un personaje emblemático y presentarlo a un público juvenil sin memoria. Edward Cullen –con todo y los suspiros que arranca entre las adolescentes- no es, por mucho, una aportación novedosa a la figura vampírica. ¿Alguien sabe por qué brilla como diamante?
  5. Los eventos no presentados en el texto original, como el flechazo amoroso entre los Harker o el primer encuentro entre Jonathan y Jack Seward. Curiosidad morbosa.
Defectos de Drácula, el no muerto
  1. La adición de Erzebeth Báthory. Si bien Bram dejó entrever el vínculo de su villano con el personaje histórico, la referencia es lo suficientemente ambigua para generar interés y propiciar el misterio. La Condesa Sangrienta es, en esencia, un vampiro atormentado y con sed de venganza por su traumático pasado humano. Personalmente me es poco atractivo el vampiro que lamenta su condición. Como asegura Suzy McKee Charnas, el depredador no puede permitirse el remordimiento ni la melancolía. Dacre Stoker e Ian Holt presentan, con lujo de detalle, la vida mortal de la Báthory y la explican como víctima convertida en victimario. El éxito en Drácula radica en que Bram Stoker nunca lo hizo. No sabemos el origen del vampiro, ni necesitamos saberlo.
  2. El estilo fragmentario de la novela original –conformado por cartas, entradas de diario, narraciones periodísticas y grabaciones fonográficas- se ha diluido en una narración lineal con fuerte influencia cinematográfica –con todo y frecuentes flashbacks-, tal vez por su inminente traslación a la pantalla grande. Concedo que tal vez este recurso no hubiera funcionado nuevamente, pero es innegable que fue parte fundamental del efecto de su predecesora.
  3. La interacción entre la realidad y la ficción. El propio Bram Stoker ocupa un papel importante en el relato. También Hamilton Deane –adaptador de la versión teatral de la novela-. Los dos nunca se conocieron, como demuestran Barbara Belford y J. Gordon Melton en sus eruditas investigaciones. La puesta en escena no se produjo hasta 1924 y Bram murió 12 años antes. La novela se desarrolla meses antes de su deceso, periodo en que su salud física y mental estaban severamente minadas. Muchos pueden apelar a la libertad creativa –que es incuestionable- que nos permite jugar con las situaciones y las épocas. Pero si los autores decidieron anclar su relato en personajes y situaciones históricamente verificables, debieron ser precisos e ingeniosos para que los eventos documentados empataran con la propuesta de ficción. Vicente Quirarte usó la posibilidad de que Bram Stoker se encontrara en París con su amigo Oscar Wilde en sus últimos en El fantasma del Hotel Alsace. Yo mismo conjeturé un encuentro entre los padres de Drácula y Sherlock Holmes en El hombre que fue Drácula. En ambos casos los hechos permitían el juego de la imaginación.
  4. La inclusión del caso de Jack el destripador es forzada e innecesaria. Abraham Van Helsing y su equipo de héroes se convierten, 25 años después, en sospechosos potenciales de los asesinatos. Si bien los autores usan a Frederick Abberline –el personaje histórico que codujo la investigación, retomado por Alan Moore en su novela gráfica Desde el infierno-, el vínculo que establece su ficticio pupilo Cotford entre la decapitación de Lucy y las 5 prostitutas mutiladas por el Destripador haría quedar en ridículo al investigador más torpe. Su método deductivo es cuestionable, por agudo y brillante que parezca en la superficie. Mi experiencia laboral me ha enseñado algo del tema.
Lo anterior es lo que llevo hasta el momento. Bien, ahora que desahogué mi pecho y estropeé la ilusión de muchos, completaré mi lectura. Un experto dijo: “aunque el resultado sea malo, quien triunfa es el vampiro”. Completamente cierto. Me aferraré a ello. Sólo algo más…
¿Alguien quiere que le arruine el desenlace del séptimo libro de Harry Potter?

jueves, 26 de noviembre de 2009

Fantasmas en nuestra lengua.

Ajuar funerario (Páginas de espuma, 2004) es una ingeniosa antología del autor peruano –avecindado en España- Fernando Iwasaki. Contiene casi una centena de minificciones donde la muerte nos convida a un festín de fantasmas, vampiros, monjas antropófagas, grimorios maléficos, y otros monstruos. El relato que abre el volumen, y que reproduzco con el generoso permiso de su autor, no sólo es un estupendo ejemplo de economía narrativa, sino un digno heredero de la tradición del ghost story, ejemplo claro de la universalidad de las creencias en fantasmas y de la calidad de la producción en habla hispana del tema.

Día de difuntos
Fernando Iwasaki

Cuando llegué al tanatorio, encontré a mi madre enlutada en las escaleras.
-Pero mamá, tú estás muerta.
-Tú también, mi niño.
Y nos abrazamos desconsolados.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Ya viene la navidad.

Ahora que escribo sobre fantasmas, evité deliberadamente hablar de Charles Dickens (1812-1870) por dos razones. Primero, la inminente navidad. Después por la enésima adaptación cinematográfica de su obra, Los fantasmas de Scrooge (Robert Zemeckis, 2009), festín de animación por computadora diseñado para llevar a las grandes multitudes a los cines durante las fiestas. El relato que nos ocupa es uno de los primeros que tengo memoria de haber leído y, por tanto, uno de mis más entrañables.
“¡Mil bendiciones reciba su corazón bondadoso, Charles Dickens! Puede considerarse dichoso, pues su libro Canción de Navidad ha hecho más bien, ha alentado más buenos sentimientos y ha hecho nacer más actos positivos de caridad que los que pueden atribuirse a todos los púlpitos y confesionarios en esta Navidad de 1842”. Esto expresó la Cámara de los Comunes de Inglaterra al celebrado autor, y no sólo reflejaba la opinión de la nobleza y los intelectuales, sino la de cientos de lectores que admiraron este relato lleno de ternura, cuya fama se extendió eventualmente por todo el mundo.
A Christmas Carol, a ghost story for Christmas” apareció por vez primera el invierno de 1842, en una hermosa edición de Chapman & Hall con ilustraciones de John Leech, amigo íntimo de Dickens, y de inmediato estrujó el corazón de los lectores. También se convirtió en un éxito.
Era ya una tradición que las familias inglesas se sentaran frente a la chimenea la noche de navidad y leyeran relatos de fantasmas, como una forma de entretenimiento alterno al colorido y candor de las festividades.
La historia es conocida por todos. La ha protagonizado incluso Rico McPato y los Muppets de Jim Henson. Ebenezer Scrooge, anciano comerciante, mezquino, codicioso, disgustado con la vida, es visitado por el fantasma de su antiguo socio Jacob Marley. El espectro le advierte sobre “las pesadas cadenas que arrastra” y le anuncia la visita de tres apariciones más que buscarán redimirle: los fantasmas de las navidades pasada, presente y futura. En compañía de los espíritus, Scrooge rememora varios momentos de su vida y observa la miseria humana que vive y disemina entre sus semejantes, así como sus nefastas consecuencias. Al despertar, Scrooge comprende el verdadero significado de la navidad y se convierte en un hombre bondadoso y ejemplar: dona dinero para los desposeídos, se reconcilia con su sobrino Fred, convierte en su socio a su oprimido empleado Bob Crachit y ayuda para que su pequeño hijo Tim recupere la salud.
“Canción de Navidad” es, en la superficie, un relato de fantasmas. Dickens nos lo advierte en sus primeros párrafos:
La mención del entierro de Marley me hace retroceder al punto de partida. Es indudable que Marley había muerto. Esto debe ser perfectamente comprendido; si no, nada admirable se puede ver en la historia que voy a referir. Si no estuviéramos plenamente convencidos de que el padre de Hamlet murió antes de empezar la representación teatral, no habría en su paseo durante la noche, en medio del vendaval, por las murallas de su ciudad, nada más notable que lo que habría en ver a otro cualquier caballero de mediana edad temerariamente lanzado, después de obscurecer, en un recinto expuesto a los vientos -el cementerio de San Pablo, por ejemplo-, sencillamente para deslumbrar el débil espíritu de su hijo.
El aspecto del fantasma de Jacob Marley –que sin duda tiene en cuenta el caso del Fantasma de Atenodoro- se anticipa a los mejores ejemplos de su tipo:
El mismo rostro, el mismo. Marley con su cigarro, su chaleco de siempre, sus calzones y sus botas; tiesas las borlas de éstas, como su cigarro, como los faldones de su levita, como sus cabellos. La cadena que arrastraba la llevaba sujeta a la cintura. Era larga y se retorcía en torno suyo como una cola, y estaba formada por cajas de caudales, candados, libros mayores, escrituras y pesadas bolsas de acero. Su cuerpo era transparente, de modo que Scrooge podía ver, a través del chaleco, los dos botones de atrás de la levita.
Pero no podemos obviar la intención de su autor: invitar al hombre victoriano, ciego por el mundo material, a recuperar su humanidad y hacer de su vida, como dijo el poeta, una aventura formidable.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Humor y fantasmas.

El autor victoriano que irrumpió con mayor irreverencia en la tradición fantasmal es Oscar Wilde con su popular relato El fantasma de Canterville.
La historia es una mezcla de humor y una crítica al escepticismo de la época, representado en la familia norteamericana que no teme al fantasma de Sir Simon de Canterville, quien durante años ha asolado la aristocrática mansión que acaban de adquirir, aún cuando están enterados que ha causado la muerte de incontables y desafortunados huéspedes.
A pesar de la tenebrosa estampa del espectro, entablan diálogo con él. Los maliciosos gemelos le hacen bromas y toda clase de travesuras. Pero más allá de las situaciones humorísticas y espeluznantes, Wilde exhibe el lado otrora humano del fantasma, una vida solitaria que solo Virginia, la hija de la familia, es capaz de descubrir.
Wilde toma a la familia de mister Hiram B. Otis, primer ministro de América y digno representante de esta pujante nación, orgullosa de sus avances tecnológicos y su falta de respeto por el pasado, para mofarse de las convenciones del Ghost story y los temores ancestrales de Inglaterra. En el proceso obtiene un relato ejemplar en su construcción y a la vez respetuoso de las narraciones espectrales. La parte donde Washington Otis, hijo mayor del matrimonio, borra una sobrenatural mancha de sangre con un moderno líquido limpiador o cuando el ministro sugiere al fantasma engrasar sus cadenas con un producto orgullosamente manufacturado en Estados Unidos, son simplemente soberbias por hilarantes.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Paréntesis sangriento.

Hoy, 20 de noviembre, apareció en la edición del periódico Reforma, dentro del suplemento Primera Fila, un especial sobre vampiros con motivo del estreno de la secuela de Crepúsculo. Un artículo recoge algunos comentarios de su servidor.
Ojalá puedan leerla.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Más fantasmas.

Sigamos hablando de fantasmas.
Uno de los más grandes maestros de la literatura fantástica de todos los tiempos es el irlandés Joseph Sheridan Le Fanu. Contemporáneo de Charles Dickens, es mundialmente famoso por sus novelas de misterio, sus relatos de fantasmas y por ser el autor de Carmilla (1872), esa historia de vampiros que fue modelo e inspiración para otros escritores ampliamente mencionados en este blog.
Le Fanu nació en Dublín el 28 de agosto de 1814. Su padre, capellán de una academia militar, le inculcó una educación estrictamente religiosa. Su posterior trabajo literario puede interpretarse como una reacción ante los dogmas que aprendió en su tierna infancia.
En su juventud estudió en el prestigiado Trinity College, institución que años antes acunara a otro gran maestro, Charles Robert Maturin, y posteriormente a un joven llamado Bram Stoker. En la revista literaria del colegio publicó su primer cuento, El fantasma y el colocahuesos (1838), una fábula irlandesa con matices espectrales sobre un hombre que no conoce el miedo. Este ejercicio fue el primer paso de una carrera ascendente en el mundo de las letras que no sólo le valió una sólida reputación y estabilidad financiera, sino comprar la revista que le vio nacer y acciones de tres importantes periódicos. Entre estos se encontraba el Dublin Evening Mail, donde aparecieron las primeras críticas teatrales del hombre que años más tarde escribiría Drácula. Los inevitables vampiros.
Instalado en la prosperidad, contrajo matrimonio con Susan Bennet y se mudó a una hermosa casa victoriana en una lujosa zona de la ciudad. Pero la tragedia lo embargó con la muerte de su esposa en 1858, convirtiéndolo en un hombre taciturno y retraído que vivió como un ermitaño los últimos años de su vida. Le Fanu escribía en la oscuridad de su hogar, a partir de las dos de la madrugada pues, en sus propias palabras, los poderes oscuros eran más intensos y se abría una puerta en el inconsciente por donde podía percibir la esencia de la maldad. En este último periodo estaba convencido que entidades de ultratumba lo acechaban. Murió de agotamiento el 7 de febrero de 1873. Tenía 58 años.
Si Dickens –de quien hablaré posteriormente- dio los primeros pasos en lo fantasmagórico y M. R. James consolidó el llamado Ghost story, Le Fanu aglutinó los elementos que lo definen. Sus narraciones están ancladas en el contexto de la época, son abundantes en atmósferas opresivas y lo sobrenatural es algo cotidiano, incuestionable. Sus personajes, herederos de la tradición de la narración oral, relatan a atribulados escuchas –con quienes el lector se involucra inevitablemente- su fatal encuentro con la otredad.
Uno de los cuentos del señor Le Fanu que más me impresionío en la juventud es El fantasma de Madame Crowl (1870). Su trama es elemental en el contexto de esta narrativa, pero su resultado es contundente. Una anciana narra los hechos que presenció cuando era una joven sirvienta de la finca de Applewale House. La dueña de la propiedad, Arabella Crowl, era una vieja agonizante que balbuceó incoherencias y profirió gritos escalofriantes hasta que le sobrevino la muerte. Días después, la narradora presenció lo siguiente:
Y lo que vi, ¡Virgen Santa!, fue la aparición de la vieja bruja, adornado con sedas y terciopelos su cuerpo de muerta, sonriendo tontamente, los ojos tan abiertos como platos, y una cara como la del demonio mismo. Había una luz roja que salía de ella igual que un resplandor, como si sus vestidos estuvieran ardiendo. Venía derecho a mí con sus viejas manos sarmentosas engarfiadas lo mismo que si fuera a arañarme, pero pasó de largo, a mi lado, con una ráfaga de aire frío, y la vi llegar a la pared de enfrente, a la rinconera […], y allí en el fondo abrir una puerta y buscar a tientas con las manos algo que tenía que haber […]. Luego se volvió hacia mí, como girando sobre un eje, se puso a hacer visajes y, de repente, ya estaba otra vez toda la habitación a oscuras y yo de pie en el rincón más alejado de la cama.
Espero hayan leído esto en la soledad, con las luces de la habitación apagadas. Ahora miren por encima de su hombro derecho. Tal vez haya una macabra sorpresa.

sábado, 14 de noviembre de 2009

¡Fantasmas!

En este blog prometí hablar no sólo de vampiros y asesinos seriales, sino de otras presencias que acechan nuestras pesadillas. Los fantasmas, de todos estos macabros seres –si puede admitirse el término-, ocupan un lugar importantísimo en las creencias populares de prácticamente todas las culturas. Desde uno de los primeros casos documentados de la historia –el del fantasma de Atenodoro- hasta William Shakespeare y la tragedia isabelina o los populares programas contemporáneos de radio, los fantasmas han cautivado la imaginación de artistas de todas las épocas. Nuestro compatriota Guillermo del Toro, en su grandiosa cinta El espinazo del diablo, nos pregunta ¿qué es un fantasma? La respuesta es clara para todos, de una u otra forma.
La literatura de horror en habla inglesa aportó el llamado Ghost story, respuesta victoriana para enfrentar la angustia derivada del cambio, una forma de anclarse al pasado ante un presente aún no definido, una continuidad entre la vida y la muerte.
En esencia el Ghost story, como nos revela Montague Rhode James, principal artífice de la corriente, “es un tipo particular de relato corto con características únicas”. Las acciones de sus protagonistas fantasmales deben ser el tema central de la historia, por encima de los personajes vivos. Y también advierte “haciendo a un lado a las más grandes obras de la literatura, no hay nada más difícil que producir un cuento de fantasmas de primera clase”.
La historia de fantasmas exitosa, al igual que el relato detectivesco, se logra al utilizar las convenciones del género creativamente. El triunfo llega cuando el autor es capaz de suspender la incredulidad del lector con un enigma, habilidad técnica y capacidad consumada en la descripción de ambientes. El ritmo de la historia debe ser preciso y la energía narrativa estar en completo control del escritor. Los fantasmas más efectivos son los que se presentan gradual e insistentemente, son poco agradables y capaces de producir lo que Michael Sadlier llama “un estremecimiento placentero”.
Prácticamente todos los autores victorianos sucumbieron a la tentación de escribir un relato de fantasmas, pero los de M. R. James brillan entre todos. Como reconoce Louis Vax, “la obra de James da un paso adelante en la creación de relatos de horror, y al contrario de sus predecesores el lector ya ha olfateado la presencia del monstruo e incluso ha intercambiado con él signos de inteligencia. Sólo la víctima –el protagonista del relato- no sospecha nada. La angustia no está en ella, sino en el lector […] Esta técnica le permite a James conservar el suspenso hasta el último instante, en el que el horror se abete brutalmente contra la víctima, que al fin abre los ojos a la realidad”.
Volvamos a la pregunta formulada por Guillermo del Toro, ¿qué es un fantasma? Él mismo responde: “un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor quizá. Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un momento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”. La definición es incuestionable por certera.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Feliz cumpleaños, Plaza Sésamo.

El 10 de noviembre de 1969 se transmitió el primer episodio de Plaza Sésamo, la popular serie de televisión educativa que ha llegado prácticamente a todos los países del orbe. Forma parte de la primera educación sentimental de muchos de nosotros. Más allá de sus virtudes pedagógicas, mercadotécnicas y culturales, constituyó nuestro primer acercamiento hacia lo monstruoso. ¿Quién no recuerda la canción “yo quiero un monstruo que sea mi amigo”, antecedente claro de los videos musicales? ¿O quién no continúa maravillándose con las ocurrencias del monstruo come galletas? El doblaje del entrañable Jorge Arvizu a este voraz ser azul es memorable.
Particularmente, el primer vampiro que conocí y marcó las obsesiones de mi vida adulta fue el Conde Contar, conocido originalmente como The Count en su espléndido doble significado, personaje creado en 1972 e inspirado en el inolvidable Bela Lugosi, como lo demuestran la voz y acento que le proveen en su idioma original.
La semana pasada el popular buscador web Google recordó los primeros 40 años de vida de Plaza Sésamo con gráficos conmemorativos. Reproduzco dos a continuación.
Sólo me resta desearle a Plaza Sésamo un feliz cumpleaños y una larga vida, con mi más sincera gratitud.









lunes, 9 de noviembre de 2009

Aristócratas del vampirismo, primera parte.

Regreso a los vampiros. ¿Qué puedo hacer? Es uno de los temas que más adoro y domino. Además está por estrenarse la secuela de Crepúsculo. Horror verdadero.
Hace poco tiempo reproduje la confesión de George John Haig, el “vampiro de Londres”. Otra figura relacionada con el vampirismo –si bien se aproxima más a la figura del ogro o el legendario Barba azul- es Gilles de Rais (1440-1444), miembro de la guardia personal de Juana de Arco durante la Guerra de los Cien Años y eventualmente nombrado Gran Mariscal de Francia. El actor galo Vincent Cassel le dio vida en la película “La mensajera”, de Luc Besson.
Habiéndose retirado a sus tierras al sudeste de su país tras la ejecución de la Doncella de Orleans en 1431, Gilles de Rais se convirtió en un devoto de la alquimia y la magia negra, creyendo que podría encontrar el secreto de la piedra filosofal en la sangre. Sus experimentos desencadenaron sus brutales instintos, los cuales lo llevaron a asesinar entre 200 y 300 niños durante nueve años de terror. Los infantes eran atraídos hacia su castillo ofreciéndoles comida. Una vez en su poder, los torturaba de las maneras mas atroces, los sodomizaba e incluso mantenía relaciones necrofílicas con los cadáveres. Se dice que muchas veces bebió su sangre. Una leyenda narra que mientras de Rais se deleitaba con sus víctimas infantiles, acompañaba sus monstruosidades con el canto de un coro de niños dispuesto a su servicio.
Las atrocidades del Mariscal no pasaron desapercibidas –Valentine Penrose, en su libro La condesa sangrienta (Siruela, 2001), asegura que de Rais admitió haber asesinado a más de 800 niños-. Confesó sus crímenes y la complicidad de sus sirvientes. Fue juzgado por brujería, satanismo, alquimia y sodomía en el tribunal del obispo de Nantes. Con la anuencia del duque y el mismo Rey de Francia, de Rais fue sentenciado a muerte.
El 24 de octubre de 1440, en la plaza frente al castillo de Bouffay, fue ahorcado y posteriormente arrojado a la hoguera, logrando así la redención divina. Santo remedio.

jueves, 5 de noviembre de 2009

*Programa triple*

El pasado martes, recuperado de las festividades de muertos, presenté la película Nosferatu, sinfonía de horror (F. W. Murnau, 1922), la cual dio inicio al ciclo de cine “Los monstruos llegaron ya”, que organiza la Casa Universitaria del Libro, la Coordinación de Humanidades y la Filmoteca de la UNAM.
Ante un público pequeño pero entusiasta, expuse aspectos que admiro de la mencionada cinta, uno de los especímenes menos apegados a las convenciones del expresionismo alemán y una de las primeras adaptaciones cinematográficas conocidas del Drácula de Bram Stoker.
Todos conocemos el aspecto repulsivo del vampiro Conde Orlock, el cual se aleja diametralmente del fascinante aristócrata transilvano encarnado unos años después por Bela Lugosi. Ese es sólo uno de los aspectos que vuelven inolvidable al filme, un auténtico festín para todo admirador del cine de horror.
Días atrás vi una secuela que esperaba con ansiedad. Se trata de [REC] 2, continuación de la maravilla española [REC] (Paco Plaza y Jaumé Balagueró, 2007), una eficiente y novedosa cinta que, gracias a la piratería, se convirtió en objeto de culto en nuestro país antes de su estreno comercial. Este experimento emplea la movilidad natural de la cámara y actores desconocidos para dotar de verosimilitud periodística a un drama de supervivencia mil veces narrado. Una auténtica maravilla que se disfruta mejor en la pantalla chica pues su formato es el de un reportaje televisivo.
Debo decir que, a diferencia de muchas personas con quien he comentado la película, ésta no me desilusionó del todo. Simplemente no fue lo que esperaba. Contiene los elementos esperados de una segunda parte y algunos momentos inteligentes (los dos relatos paralelos que se unen en un momento), pero el efecto que causó su antecesora se diluyó del todo.
Sobre ambas cintas –Nosferatu y [REC] 2- reproduciré a continuación lo que el periodista Naief Yehya publicó el pasado julio en la edición impresa de Milenio y la crítica que mi buen amigo Rafael Aviña hizo a la secuela española en Primera Fila de Reforma.
Prohibido asustarse.

Una de vampiros.

El genio detrás de Nosferatu
Naief Yehya

En 1922 Friedrich Wilhelm Plumpe terminó su adaptación fílmica de la novela Drácula de Bram Stoker. Los herederos de Stoker demandaron al director germano y las autoridades lo obligaron a destruir todas las copias de la película Nosferatu. De no ser porque sobrevivieron clandestinamente copias pirata, hoy Plumpe, mejor conocido por su nombre artístico F.W. Murnau (dic. 1888-mar. 1931), difícilmente sería parte del panteón de los más grandes directores de todos los tiempos. Esto es irónico si se considera que aparte de Nosferatu, Murnau realizó una filmografía fabulosa.
Si en algún lugar los vampiros han alcanzado la inmortalidad es en el cine; aparecieron por primera vez en The vampire, de Robert G. Vignola, de 1913, y desde entonces son presencias permanentes en la pantalla. Pero entre todas las encarnaciones de estos seres, desde Bela Lugosi en Drácula (Tod Browning, 1931) hasta Robert Pattinson, en Twilight (Catherine Hardwicke, 08), siempre destaca Max Schreck, el aterrador conde Orlock de Nosferatu. Éste es un filme de una enorme importancia, ya que no solamente se trata de una obra maestra en términos estilísticos, técnicos y poéticos, sino que es una cinta visionaria que refleja de manera prodigiosa la Zeitgeist de Alemania tras la Primera Guerra Mundial (un conflicto en el que Murnau combatió como piloto) y anticipa el advenimiento de la “plaga” (Nosferatu puede ser traducido del griego como portador de la plaga) del nazismo. Nosferatu ha logrado eclipsar al resto de la filmografía de uno de los directores más representativos de la era del cine mudo, un autor que se valió de innovadores (y “dramáticos”, como él los llamaba) ángulos de cámara, películas de diferentes colores, cámaras móviles, escenografías alucinantes y una vertiginosa edición para dar forma a un cine expresionista que sería intensamente imitado. Murnau filmaba continuamente en locaciones, las cuales lograba integrar como expresiones del ánimo y carácter de sus personajes.
Kino Internacional ha lanzado una excelente selección de obras de Murnau en un set de seis DVD que incluye El castillo embrujado (1921), Nosferatu (1922), Las finanzas del Gran Duque (1924), La última carcajada (1924), Fausto (1926) y Tartufo, el hipócrita (1926, la única de estas cintas que fue estrenada en México en la década de los veinte). Estos filmes, en versiones restauradas, son un invaluable testimonio del genio de Murnau, de la variedad de registros de su obra, la cual va de la comedia ligera de Las finanzas…, que narra los aprietos del benévolo dictador de la diminuta isla-imperio de Ábaco, hasta el terror espectral de Nosferatu, pasando por La última carcajada, la desoladora historia del portero de un lujoso hotel que pierde su empleo y con esto su vida se desmorona. Esta obra, estelarizada por el legendario Emil Jannings, es en particular notable por el uso de la cámara para presentar el punto de vista del personaje, además de que no emplea intertítulos. Así mismo, aquí Murnau echa mano de una variedad de recursos y estilos, de movimientos de cámaras (paneos, travelings, tracking shots y zooms) hasta entonces poco usados. La última… se aleja un poco del expresionismo que caracteriza la obra de este realizador, ya que se trata de un filme Kammerspiel (cine de cámara), es decir, que tiene un estilo más austero, claustrofóbico y formalmente limitado, además de que aborda una temática social.
El Fausto de Murnau fue una gigantesca producción que le ganó su invitación a Hollywood y es otra joya del cine mudo, que combina elementos del relato tradicional de Fausto con las versiones literarias de Goethe y Marlowe. En ella Jannings aparece como un inquietante Mefistófeles que ofrece a Fausto (el sueco Gosta Eckman) la oportunidad de revivir su juventud a cambio de su alma. Nuevamente aquí el director crea un universo altamente estilizado e irreal, que si bien parece sacado de un cuadro de Pieter Brueghel súbitamente se torna dolorosamente realista. Fausto es un filme sobrecogedor, un intenso torbellino de una belleza espectacular, una obra maestra de la dirección artística, repleta de apariciones fantásticas y momentos de humor que permiten una reflexión seria en torno a la naturaleza del mal: “Si el diablo puede corromper a un solo hombre, Fausto, entonces toda la tierra será suya”.
La adaptación del Tartufo, de Molière, filmada por Murnau, sigue la fórmula del filme dentro de un filme, de manera que la historia se sitúa en los años veinte. El ama de llaves de un anciano logra convencerlo de dejarle toda su fortuna y despojar a su nieto. Este último se hace pasar por proyeccionista itinerante de cine, con lo que convence a la desconfiada ama de llaves de dejarlo entrar a la casa del abuelo. El filme que elige para mostrarle es precisamente el Tartufo. Éste es otro filme de cámara, íntimo, con pocos personajes y, sin duda, narrativamente menos complejo que sus obras más conocidas, sin embargo es una notable muestra de su talento como director de actores y su genio en el uso del close up. Esto ha hecho que se le considere un filme menor. Murnau dirigió esta película a petición de Jannings, quien interpreta el papel del hipócrita del título. Lo que es admirable es que entre el director y su guionista, Carl Meyer, lograron traducir el humor en alejandrinos de Molière a imágenes, chistes visuales, humor físico, gestos en close up extremo y otros recursos.
Murnau murió precozmente a los 43 años. Es conveniente regresar a sus películas, a sus obras de arte para redescubrir a un cineasta que erróneamente creíamos conocer.

Una de zombis y poseídos.

Aún grabando
Rafael Aviña

[REC] (2007) se convirtió de inmediato en una película de culto, generando no sólo un remake estadounidense (Cuarentena, 2008), sino una insólita continuación que arranca minutos después del desenlace de la película original, y cuya oferta argumental aporta un nuevo giro a la trama primigenia.
[REC] 2 (España, 2009), dirigida también por Jaume Balagueró y Paco Plaza, suma un nuevo tanto a esa atractiva corriente de nuevo cine de horror ibérico impulsada desde la década pasada y a la que pertenecen Alejandro Amenábar, Alex de la Iglesia, Nacho Cerda, Juan Antonio Bayona o Nacho Vigalondo, entre otros.
El tono de horror y suspenso costumbrista centrado en un variopinto grupo de inquilinos de un viejo edificio barcelonés, una reportera de televisión conductora de un programa nocturno en vivo (Manuela Velasco) y un equipo de bomberos a los que la cámara sigue en una noche de rutina, desaparece en esta continuación.
El claustrofóbico escenario que albergaba una trama de zombis hambrientos y enloquecidos, muy en deuda con Exterminio (Boyle, 2002), La noche de los muertos vivientes (Romero, 1968), secuelas y homenajes, se trastoca en [REC] 2 en un literal reducto del infierno, más bien emparentado al cine de posesiones satánicas como El exorcista (Friedkin, 1973).
Es decir: aquí la infección viral transmitida por fluidos y sangre, cual metáfora del Sida, adquiere un carácter religioso bastante inquietante. A ello, se suma un estilo visual ultramoderno y un montaje frenético a partir de diversos puntos de vista que ofrecen todo tipo de cámaras digitales, ya sea aquellas que porta un equipo especial de la policía, la cámara misma de la reportera, o la handycam que un grupo de adolescentes introduce en el lugar irresponsablemente.
A pesar de algunos momentos en verdad espeluznantes, en el que caben niños, coplas españolas, sacerdotes y pasadizos, [REC] 2 se distrae con escenas shock, algunos sustos muy burdos, ciertos problemas para unir sus subtramas y otorgarle credibilidad al tema demoniaco. A todo ello se suma un humor involuntario que se desprende del maquillaje, y, sobre todo, de los modismos locales. “Tíos”, “gilipollas”, “coño”, “puñeteros”, “hostias”... y más.