Desde
principios del año 2011, comenzó a circular en Hollywood la noticia de la
intención de los Estudios Disney de
producir una película live action -o de acción en vivo-
que volvía a narrar los eventos de su clásica cinta animada La
bella durmiente (Clyde Geronimi, Les Clark, Eric Larson y Wolfgang
Reitherman, 1959), pero desde la óptica de su antagonista, la malvada hada despechada Maléfica. Tim Burton, a quien todos conocemos,
inicialmente recibió la encomienda del proyecto por su entonces renacida
relación con la productora, pero finalmente lo abandonó y cedió el timón a Robert Stromberg, cuya experiencia como
Director de Arte de Alicia
en el País de las Maravillas (Burton, 2010) -que le mereció el
prestigiado premio Óscar- y Oz,
el Poderoso (Sam Raimi,
2013), lo hacía ideal -al menos en lo visual- para el reto. Cuando a mediados
de 2012 se confirmó la participación de Angelina
Jolie como la protagonista, más de uno quedó satisfecho. Y es que siendo justo, el papel está hecho a
su medida y resulta lo más atractivo de la película. Aunque Jolie ha
participado en productos comerciales como 60 segudos (Dominic Sena, 2000) o el
díptico Lara Croft: Tomb Raider (Simon West en 2001 y Jan de Bont en
2003), ha estelarizado películas interesantes donde ha demostrado verdadera
capacidad actoral, como Inocencia interrumpida (James Mangold, 1999) o El sustituto (Changeling,
Clint Eastwood, 2008), que le han valido
galardones y el reconocimiento de la crítica especializada. Este tipo de
decisiones dan credibilidad a un personaje. Lo fortalecen. Un gran villano
merece -debe- ser interpretado por un gran actor. Cuando en otoño de 2012 fue
difundida la primera fotografía de Jolie caracterizada como la villana, el
entusiasmo de todos creció. Incluido el mío, pese a mis enormes reservas. Mi
recelo era justificado: se trataba, después de todo, de una película de Disney.
Ayer que
vi la cinta, confirmé todos mis temores. Y no es que sea mala. Es espectacular,
un derroche visual gracias a la sobria fotografía de Dean Semler. Cada dólar que se gastó en su realización se refleja
en la pantalla. La culpa es del guión de Linda
Woolverton, quien ya había hecho de las suyas en la Alicia de Tim Burton. Pero en el último de los casos, el resultado
es responsabilidad de los estudios Disney, quienes históricamente han hecho muy
clara su tendencia a edulcorar historias que conocimos en nuestra más tierna
infancia, brutales en el fondo, en aras de satisfacer a las buenas conciencias
y ganar millonadas en el proceso. La pobre Maléfica,
la segunda villana más atractiva de la casa, es despojada de su terrible
encanto y se convierte al final en una de sus princesas.
Visualizo
tres errores fundamentales en una película que, siendo abrumadoramente
realista, nunca debió existir. No aporta nada al personaje y, lejos de ello,
traiciona su espíritu más elemental de la forma más infame:
1. Lo dije
en el pasado: "El mal existe y a veces sólo necesitamos saber eso [...]
Los grandes villanos no siempre requieren un origen. Los espacios en blanco y
las interrogantes hacen trabajar la imaginación del lector, lo obligan a poner
atención a los pequeños detalles que explican la personalidad del personaje. El
exceso de datos no siempre se agradece". Ahora Maléfica (Ella Purnell) es una pequeña hada bondadosa, virtuosa, fuerte y protectora de las
criaturas mágicas con las que cohabita en el maravilloso reino de Los Páramos, con unas impresionantes y
poderosas alas con las que cruza el firmamento. Sus vecinos, los insidiosos
seres humanos, se encuentran en pugna permanente con ellos. Se enamora del
joven Stefan (Michael Higgins), un
plebeyo noble en apariencia pero increíblemente ambicioso. Al crecer, Maléfica (Jolie) derrota aparatosamente
las intenciones invasoras de sus rivales y su moribundo Rey Henry (Kenneth Cranham) ofrece la sucesión de su corona a quien
lo vengue. Así Stefan (Sharlto
Copley) comete la traición más abominable, lo que da el pretexto perfecto para
que nuestra heroína descienda a las tinieblas. Hasta ahí el asunto es
tolerable. Insisto que es innecesario, pero es tolerable.
2. Una vez
que te vuelves a la oscuridad, no hay marcha atrás. Si logras escapar de sus
garras es por una razón poderosa, como sucedió a Darth Vader (David Prowse), luego de una profunda
reflexión que duró toda la cinta, al ver en peligro de muerte a su hijo Luke (Mark Hamill) en el desenlace de El
regreso del Jedi (Richard Marquand, 1983). La redención nunca se da por
razones sensibleras, poco profundas, coronadas por lágrimas sinceras, que
cortan de tajo las motivaciones de la malvada. La bella Aurora (Elle Fanning, radiante) siempre sería
el recordatorio de la infamia y el mal de los que es capaz el hombre. Jamás
podría inspirar la compasión de un personaje como Maléfica. Mucho menos a salvar su vida en más de una ocasión, desde
sus primeros días. Si a esas vamos, Maléfica merecía su venganza.
3. Los
excesos visuales, porque los avances tecnológicos no siempre se agradecen. Esos
paisajes de ensueño y sus criaturas, mostrados hasta el hartazgo, no dejan de
recordarme a las imágenes artificiales y coloridas de El Hobbit o a Las
Crónicas de Narnia. Las tres hadas buenas Flora, Faura y Primavera (Imelda Staunton, Juno Temple y Lesley Manville), con su pequeño
tamaño, rostros digitales y graciosas ocurrencias, tratan de dar momentos hilarantes
al relato. Y si Disney es partidario de
los animales parlantes, ¿cuál fue la intención de transformar intermitentemente
en humano al cuervo Diaval (Sam Riley)?
El filme
se ha ganado con creces el desprecio de la crítica, incluido el mío. Pero en lo
que a los estudios importa, su éxito comercial, ya ha recuperado su inversión y
promete convertirse en un éxito contundente a nivel mundial. Lo peor de todo es
que les impulsará a dar luz verde a una secuela. Y peor aún, a producciones
similares donde harán lo mismo a célebres villanos como la Malvada Reina de Blanca
Nieves o el Capitán Garfio de Peter Pan. Ya comenzaron de hecho,
como lo anticipa ese teaser trailer
de Cenicienta.
Podemos esperar entonces películas donde la manzana envenenada inducía un
estado letárgico a la pálida jovencita para ser tratada en el futuro por alguna
enfermedad mortal, o a un pirata maltratado en su infancia que perseguía
implacablemente al efebo que se rehusaba a crecer para prevenirlo de la maldad
interna de sus Niños Perdidos. Porque según Disney todos los malos tienen, en
lo más íntimo, un corazón de oro.
El futuro
no es nada promisorio.