jueves, 30 de septiembre de 2010
Para cerrar bien el mes
Una noticia afortunada para concluir satisfactoriamente el mes patrio: el próximo martes 5 de octubre de 2010, a las 19:00 horas, tendré el orgullo de presentar la nueva novela de mi amiga Norma Lazo, titulada El mecanismo del miedo. Compartiré ese honor con Bernardo Fernández BEF y Alberto Chimal, amigos, cofrades y entusiastas de la literatura fantástica. La cita será en la Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económoca, en Tamaulipas 202 esquina Benjamín Hill, colonia Hipódromo Condesa, aquí en la Ciudad de México. La maravillosa Elena de Haro dramatizará epidosios del texto y habrá vino de honor. ¿Cómo resistirse? Allá nos vemos.
La cosecha de infamias nunca se acaba
En ocasiones previas hice un par dedicadas al cine de vampiros en México. Hoy, en el ocaso del mes del bicentenario, hago una adición a la segunda parte de mis textos, la dedicada a las infamias. Y es que toda figura del cine de horror, como el vampiro, vive con el riesgo latente de ser denigrado en aras de lucrar con su popularidad. Añado un ejemplo más, gracias a mi espíritu intrépido: la película Drácula mascafierro (Víctor Manuel "el Güero" Castro, 2002). Su premisa, insultante por sí misma, implica la persecución de un linaje de vampiros encabezado por Roberto “Flaco” Guzmán (quien ya interpretó a un vampiro la terrible Curados de espatos, que reseñé previamente) quienes transforman en homosexuales a las victimas de su mordida. Los valientes cazadores de monstruos (Gary Rivas y Jorge Aldama) , patéticos “machos” mexicanos, huyen de esta posibilidad como de la peste. Confieso, por salud mental, que sólo soporté 15 minutos de su metraje. El guión del propio Castro, adalid del cine de albures de los años ochenta, carece de la menor pizca de gracia, buen gusto e inteligencia. Lo prueban la insultante escena donde una celulítica devota del vampiro mayor pretende realizarle una felación, ese pene de plástico o los diálogos absurdos entre los heroicos e ignorantes protagonistas. Por favor, cuando la vean anunciada en la televisión de paga, evítenla.
lunes, 27 de septiembre de 2010
Desde Puebla con amor
Aún con resaca e indignación por los obscenos gastos de las celebraciones del bicentenario de la Independencia de México, pero todavía alegre por los primeros 100 años de la Universidad Nacional, continúo con mi búsqueda entusiasta por auténticas razones para festejar, y una muy buena la encontré la semana pasada cuando leí el blog de mi admirado Jose Luis Zárate (Puebla, 1966), donde anunciaba a sus adeptos la nominación de su novela La ruta del hielo y la sal (Ediciones Vid, 1998) a los españoles premios Ignotus 2010 en la categoría de novela corta –pues Zárate publicó la historia, junto con Xanto, novelucha libre y Del cielo oscuro y del abismo, en tierras ibéricas con Grupo Ajec y el título La máscara del héroe-. Esto es ya un triunfo para la narrativa mexicana y un éxito para la fantasía y la imaginación. En mis clases siempre me refiero a la obra de Zárate como uno de los mejores especimenes contemporáneos sobre vampiros, un espléndido homenaje a un relato al que debo mucho, uno que ha cautivado a generaciones completas y ha permeado a prácticamente todas las manifestaciones artísticas. He aquí una probadita del texto, un fragmento de la bitácora de navegación del capitán del navío mercante Démeter, de Varna a Whitby, Inglaterra:
Ayer, Olgaren vino a mi camarote, y me dijo que había un hombre extraño a bordo.
Durante su guardia se protegió de la lluvia incesante en la camareta y, desde ahí, pudo ver a un hombre alto y delgado, que no era parte de la tripulación, salir de las escotillas, dirigirse sin prisa alguna hacia la proa y desaparecer.
Lo siguió, aferrando sus cuerdas contra las tormentas en una mano, único amuleto a su disposición, aparte del acero del cuchillo en su diestra.
Pensaba acorralarlo, un encuentro en medio del viento y la noche donde uno de los dos debería morir.
Era consciente de que ese encuentro con lo inesperado podía haberle sucedido a Petrofsky.
Por ello siguió al desconocido cuidando que no escapara por un costado, que no subiera el cordaje y lo emboscara desde lo alto del velamen.
Y, sin embargo, cuando llegó al otro extremo del barco, no había nada en las amuras.
Nada más que el mar al otro lado.
Un terror supersticioso le dominaba, y temo que cunda el pánico.
viernes, 24 de septiembre de 2010
jueves, 23 de septiembre de 2010
¡Es el latido de su horrible corazón!


Y un comentario final. Como estudioso del género horrorífico, nunca dejaron de llamarme la atención diversos testimonios bibliográficos de personas afectadas durante las funciones de Drácula o Frankenstein en 1931. De hecho, como estrategia mercadológica, los exhibidores apostaban ambulancias en los accesos de los teatros para atender crisis nerviosas o desmayos causados por la película. Con la evolución del lenguaje cinematográfico, y gracias a nuestra cotidiana convivencia con la el horror y la sangre, pensaba que se trataban de exageraciones. Pero durante la función de Corazón delator, en la semi oscuridad, pude observar cómo un joven se esmeraba en sacar discretamente de la sala a su inconsciente acompañante, víctima de un desvanecimiento durante una de sus escenas más violentas. Esto fue sin duda un premio –para mí- y tal vez la mejor recomendación de una película disfrutable, si tienes espíritu intrépido y estómago blindado contra emociones fuertes.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Orgullosamente UNAM

Gracias UNAM, casa grande y generosa, siempre abierta a la imaginación y la inteligencia tolerante.
sábado, 18 de septiembre de 2010
La invasión de los vampiros o disculpe usted, pero sus colmillos están en mi cuello bicentenario. Segunda de dos partes y conclusión

Parte del ciclo de todo mito cinematográfico que comienza a mostrar desgaste, como sucedió con las entrañables películas de horror de los estudios Universal, es coquetear con otros géneros. Lo mismo sucedió al vampiro nacional, que se sacrificó para el lucimiento de los cómicos del momento, del mismo modo que hicieron Bela Lugosi y Lon Chaney, Jr. en Abbot y Costello contra Frankenstein (Charles Barton, 1948). La primera de las cintas que lo demuestran, que incluye la participación fortuita del mismísimo Germán Robles en su momento de máxima gloria, porque en sus propias palabras accedió a aparecer en ella como un favor al

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Y todo mito no puede escapar de las infamias. En la industria occidental, por cada buena película de vampiros podemos


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¿Hacia dónde se dirige el vampiro nacional? Para muchos estudiosos dignos de todo mi respeto, como Julio Patán, es un monstruo que ha tocado fondo y se ha deslavado completamente. Yo creo, y no porque sea uno de sus grandes admiradores, que aún tiene mucho que ofrecernos, por más que populares sagas muestren lo contrario. Las letras pueden ser una buena manera de reconocer sus posibilidades. El cuento No se duerman en el metro, publicado en 1994 en una serie que Revista de revistas del periódico Excélsior dedicó a los hijos de la noche, es un gran ejemplo. Su autor, Mario Méndez Acosta, los traslada, con verosimilitud testimonial al calor de las copas, hasta los


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martes, 14 de septiembre de 2010
La invasión de los vampiros o disculpe usted, pero sus colmillos están en mi cuello bicentenario. Primera de dos partes

Un pretexto para celebrar el bicentenario de la Independencia de México –desde la mezquindad, según la postura oficialista- fue el tema de la charla que ofrecí hace unas horas en el Segundo Taller de perfeccionamiento de guión de largometraje de horror, convocado por el Instituto Mexicano de Cinematografía, donde hablé del cine nacional de vampiros. Uno de tantos aspectos que hicieron grata la experiencia fue mi reencuentro inesperado con José Francisco Macedo Calvillo, entusiasta y estudioso del cine de vampiros, antiguo camarada de armas, que accedió a acompañarme a la sesión.
En los minutos iniciales de El vampiro (Fernando Méndez, 1957), un hombre alto y delgado, elegantemente vestido con capa, medallón y frac –el grandioso Germán Robles-, observa con ojos depredadores la ventana de una hacienda surgida de una película del México rural de mediados del siglo XX. En un instante, envuelto por la neblina nocturna, el hombre se transforma en un murciélago y vuela hasta el interior del dormitorio de una bella mujer –Carmen Montejo-. Ella lo observa sorprendida, con horror, especialmente por sus afilados colmillos, antes que el intruso se le lance encima y corran los créditos de la película, enmarcados música inquietante y un grito desgarrador. La escena rinde tributo a los mejores momentos de las cintas de horror de los estudios Universal –con una maravillosa escenografía de Gunther Gerzso- y nos recuerda a la figura de Don Juan: el hombre que entra furtivamente durante la noche en la recámara de la joven damisela para robar su virtud. También cobra vigencia en una época en la que el fenómeno Crepúsculo cautiva la imaginación –en las letras y la oscuridad de la sala de cine- de las quinceañeras ávidas de la inmortalidad y belleza eterna que puede obsequiarles la pasión del vampiro, de su sensualidad desbordada –incluso irresponsable- y el ansia de apropiarse de la

“Al contrario de otras criaturas de la noche, cuya contemplación y cercanía nos provocan pánico inmediato, el vampiro es la más próxima a los humanos, tanto en lo que se refiere a sus características físicas como a la relación que mantiene con sus víctimas en potencia”, nos recuerda Vicente Quirarte. Es por ello que El vampiro se coloca por delante de otros especímenes del catálogo de cintas de horror producidas en nuestro país y hace brillar a Germán Robles como el gran monstruo del cine nacional. Robles es considerado por David J. Skaal, erudito del cine de horror, como “la respuesta mexicana a Bela Lugosi” y aparece en la portada de su libro V is for vampire. Definitivamente su imagen debe mucho a la que inmortalizara el actor rumano en 1931, pero su interpretación del Conde Karol de Lavud es memorable, antecedente indispensable para comprender el erotismo y bestialidad que transmitió Christopher Lee en las películas de la casa británica Hammer Films. “Yo quería hacer a un vampiro cachondo”, declara el actor frecuentemente en entrevistas. Uno de los tantos aciertos de El vampiro, además de su ensamble actoral y la espléndida fotografía de Rosalío Solano, es la historia de Ramón Obón, que toma a un monstruo persistente en el folclore europeo y lo sitúa en un ambiente familiar y reconocible. Se permite sumar incluso leyendas de aparecidos y fantasmas, tan abundantes en la provincia mexicana. Precisamente de este último beneficio adolece su secuela, El ataúd del vampiro (Méndez, 1958), traslación de todos los elementos anteriores a la gran ciudad. Demuestra, como bien nos advirtió H. P. Lovecraft, que “no está muerto lo que puede yacer eternamente”. Pese a ello posee momentos aterradores, como la persecución que la sombra del malvado protagonista hace a una desafortunada mujer por las calles desiertas de la ciudad –que no son otras que las de los Estudios Churubusco-. La mente detrás del éxito de las dos cintas –y de tantas otras más-, el actor y productor Abel Salazar, proyectaba la realización de una tercera entrega. Robles, estigmatizado ya por el monstruo, declinó la oferta. “Esa la va a hacer tu madre”, sentenció. ¿Cómo hubiera sido una tercera parte de El vampiro? Eso nos brinda la posibilidad de la conjetura y el juego de la imaginación.
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Si la sangre es la vida para el vampiro, los lazos que de ella emanan son sagrados. En El vampiro, el conde Lavud viaja desde los bosques de Bakonia para consumar su venganza por la muerte de su vampiresco hermano a manos de los campesinos del ficticio pueblo de Sierra Negra, restaurar su imperio del miedo y de paso reclamar la posesión de la hacienda de Los Sicomoros. Es el cacique que busca mantener la supremacía territorial a toda costa. En la más


El vampiro genera devoción en sus sirvientes y sus admiradores. Por lo que respecta a los primeros, éstos le procuran su fidelidad sea por miedo o por la promesa de la inmortalidad. En El mundo de los vampiros (Alfonso Corona Blake, 1961), el Conde Sergio Subitai (Guillermo Murray), ataviado con la reglamentaria capa negra, frac y medallón, controla a una hueste de horribles vampiros con cara de papel maché por el embrujo de las notas de un piano. Su rival, Rodolfo Sabre (un inusualmente serio Mauricio Garcés), contraviene sus órdenes gracias a sus dotes musicales. Pero una forma de lealtad más férrea es la que procura Frau Hildegarda (Bertha Moss) al Conde Sigfried von Frankenhausen (Carlos Agosti) en El vampiro sangriento (Miguel Morayta, 1962) y su continuación La invasión de los vampiros (Morayta, 1963), película que amablemente presta su título a este escrito. Más violento es Baraza (Yerye Beirute), criminal cuya voluntad es diezmada por el influjo del Conde Lavud en El ataúd del vampiro, auténtico dolor de cabeza para el gallardo Dr. Enrique Saldívar (Abel Salazar) y su bienintencionada lucha para exterminar al monstruoso protagonista.

A partir de la película seminal, la figura del vampiro nacional se ha transformado, del cadavérico pero encantador hombre alto, ataviado de frac y capa negros, con un enorme medallón que pende de su cuello hasta presencias femeninas sensuales y voluptuosas. En Santo contra las mujeres vampiro (Alfonso Corona Blake, 1962), Lorena Velázquez encarna a Thorina, lideresa de un clan de féminas de ultratumba que ponen en jaque al emblemático paladín de la justicia. De la cinta son conocidos algunos fotogramas, donde las vampiras exhiben una sensual desnudez, en una versión destinada a los públicos europeos. En la secuela de la historia, Santo en la venganza de las mujeres vampiro, el rol protagónico es ahora de Gina Romand, la “rubia de categoría” como la Condesa Maya. En 1978 Juan López Moctezuma, cineasta que nos entregó cintas extrañas, eróticas y desconcertantes, dirigió

domingo, 5 de septiembre de 2010
¿Festejar o no festejar?




También recordaremos el 2010 por las muertes físicas de Gabriel Vargas, Carlos Monsiváis y Germán Dehesa, pero todos ellos ocupan ya un lugar en la eternidad. Son doblemente inmortales.
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