El cuerpo sin vida de la aspirante a actriz Elizabeth Short, conocida como la Dalia Negra, fue descubierto el 15 de enero de 1947 en un lote baldío en la intersección de las avenidas South Norton, Coliseo y Oeste 39, distrito de Leimert Park, en Los Ángeles, California. Si su cadáver no hubiera sido dispuesto de una forma tan brutal, posiblemente su caso no habría trascendido: desnuda, eviscerada y desangrada, partida en dos por la cintura, mutilada facialmente para simular una grotesca sonrisa. La imagen perturbó la opinión pública de su época e incendió la imaginación de una innumerable cantidad de personas –civiles, investigadores y artistas- que buscaban dar una respuesta al misterio. Testigos del Crimen le dedicó su programa 42. Porque sobra decir que su asesino –o asesinos- nunca fue identificado.
Yo conocí el hecho en mi preadolescencia, en un capítulo de 1989 del programa televisivo Misterios sin resolver donde Robert Stack –el antiguo Eliot Ness de Los Intocables- realizaba una semblanza del crimen. Años después, gracias a los consejos de mi amigo y mentor Ricardo Bernal, me hice de la novela La Dalia Negra (1987), donde el escritor norteamericano James Ellroy entremezclaba el caso con su fantasía y demonios personales. El resultado fue una estupenda obra donde el autor daba respuesta al enigma, profundizando en el mundo de privilegios y excesos de la alta sociedad californiana de la época. El libro fue fallidamente trasladado al cine en 2006 por Brian de Palma, pese a su deslumbrante diseño de arte y fotografía, que le valió una nominación al Óscar.
Hablo de todo esto porque la semana pasada vi un episodio de American horror story, la estupenda serie de televisión creada por Ryan Murphy y Brad Falchuk, donde aparecía Elizabeth Short y se daba una explicación coherente –empleando el juego de la imaginación y teniendo en cuenta que se trata de una historia de fantasmas- a su asesinato: deseosa de notoriedad, fue presa de los apetitos de un odontólogo, quien la mata accidentalmente. Acto seguido aparece el fantasma del desquiciado Dr. Montgomery (Matt Ross), quien pone sus talentos al servicio del involuntario homicida. La Dalia Negra fue encarnada por la joven actriz Mena Suivari, objeto del deseo de Kevin Spacey en Belleza americana (Sam Mendes, 1999).
El libro Escenarios del deseo (UNAM, 2009) reúne los ensayos expuestos durante el coloquio homónimo realizado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. En él destaco el de mi buen amigo Rafael Aviña, titulado Psicopatía criminal y cine: el caso de La Dalia Negra: “Sin embargo, ningún asesinato violento, ningún crimen sádico puede compararse con el caso de La Dalia Negra, ocurrido hace setenta años: Un caso único, irrepetible y atroz, que rebasa cualquier expectativa o fantasía perversa”.
No imagino qué pasaba por la mente de Elizabeth Short la mañana previa a ese fatídico 15 de enero de 1947. Sin embargo sus sueños –aunque no como los esperaba- se volvieron realidad. “El cuerpo bellísimo de La Dalia Negra se mantiene incorruptible en el deseo, la fantasía y el tiempo. Su cuerpo exánime y profanado se convirtió en un cadáver exquisito en toda la extensión de la palabra, y su hermoso rostro, fascinante y perturbador, no supo jamás de los estragos de la vejez. Si Elizabeth Short no hubiera sido sacrificada, hoy en día sería una respetable anciana de 83 años”, dice Aviña.
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