He abandonado este blog las últimas semanas, por motivos poderosos (de los que hablaré en breve). Uno de ellos fue la conferencia que ofrecí ayer en el Instituto Nacional de Ciencias Penales, reto y anhelo que legitima una cruzada de años, pero sobre todo significa el matrimonio de dos aspectos importantísimos de mi vida. Ante un Auditorio Alfonso Quiroz Cuarón completamente lleno, hablé del héroe de mi infancia por más de una hora y posteriormente tuve una nutrida sesión de preguntas y respuestas con personas de las más distintas procedencias. La que más me entusiasmó fue una Maestra de secundaria preocupada por vincular a sus alumnos con la lectura y la historieta como medio de acercamiento al conocimiento. Por ello reproduzco (en dos partes) el texto que preparé para la ocasión. Que lo disfruten.
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Batman
es un Criminalista
(Locura,
crimen, justicia y ciencias forenses)
Roberto Coria Monter
Coordinación General de
Servicios Periciales, PGJDF
Mil gracias a Álvaro
Vizcaíno y Citlali Marroquín, Secretario Académico y Secretaria General de
Extensión de este Instituto Nacional de Ciencias Penales y a todo su espléndido
personal, por abrirme las puertas de su casa. Gracias a todos por estar aquí.
Hoy,
11 de septiembre, es una fecha con una infame memoria. Exorcicémosla explorando
territorios más amables. Mis mejores pensamientos para las víctimas de los
hechos que todos conocemos.
Esta tarde compartiré
con ustedes una posición arriesgada para alguien de mi perfil. Esto emana del
hecho que las personas dedicadas a las Ciencias Jurídicas y Forenses no suelen
atender a manifestaciones artísticas como la historieta, a la que suele
calificarse de una expresión menor, sin mucho valor académico. Adquiero valor a
través del ejemplo de dos personas afines a ellas: Gerardo Laveaga, anterior
Director de este INACIPE, hombre de leyes y letras, que comparte la convicción
de inculcar el hábito de la lectura de literatura policial entre los aspirantes
a Agente del Ministerio Público de la Federación. Bajo
su generoso auspicio participé hace unos años en el coloquio Edgar Allan Poe y las ciencias forenses,
en este mismo instituto, organizado para celebrar el bicentenario de este autor
indispensable. Y de Rafael Moreno González, pilar de la Criminalística en
México, maestro de docenas generaciones de estos profesionistas e investigador
emérito de esta casa académica. Entre sus incontables publicaciones figura una
fundamental: Sherlock Holmes y la
investigación criminalística –editada por esta misma institución-, trabajo
donde expone principios básicos de la materia a través de la más famosa
creación de Arthur Conan Doyle. En el ya mencionado coloquio, el Dr. Moreno
dijo algo que resume muchos de los aspectos que defiendo en mi actividad
profesional: “la razón y la imaginación son los ojos de la inteligencia”. El
que esta plática se lleve a cabo el un auditorio que tiene el nombre del más
reputado criminólogo que ha dado México demuestra esta máxima.
I
Desde su primera
aparición en mayo de 1939, en las postrimerías de la Gran Depresión
Estadounidense y la
Guerra Civil española y los albores de la Segunda Guerra
Mundial, Batman –conocido en ese
entonces como The Bat-man- ha
demostrado tener vidas inagotables. Esto ha rebasado su fuente de procedencia y
se ha realizado a través de sus encarnaciones en seriales cinematográficos y
radiofónicos, televisión, caricaturas, películas y videojuegos. Les ruego que
en los siguientes minutos olviden la divertida figura de Adam West, que en los
años sesenta llevó a una popularidad sin precedentes al personaje y lo arraigó aún
más al imaginario colectivo de la cultura occidental.
Tercera
víctima y único sobreviviente de un doble homicidio, nacido del horror y
modelado por la pérdida y la disciplina, Batman
posee un especial significado en una época donde el crimen se ha convertido en
parte de nuestra experiencia cotidiana. El diseño original del héroe, con su
capa y máscara azules, su vestimenta gris, su cinturón amarillo y su
característico emblema con forma de murciélago, son autoría del dibujante
neoyorkino Bob Kane. A él suele atribuirse todo el mérito. Pero la labor del
escritor Bill Finger fue crucial y no ha recibido el reconocimiento que merece.
No sólo escribió algunas de sus aventuras más importantes, sino fue el
encargado de darle un origen, lo que da sentido y trascendencia.
Rastrear
la fascinación que sentimos por personajes como Batman exige que analicemos la trascendencia de la figura del
héroe, especialmente apreciada en todas las culturas. Desde la mitología
clásica hasta la tradición histórica, los héroes han sido fuente de inspiración
para la gente de todas las épocas. Al igual que personajes como Hércules o
Sansón, el cómic –hoy llamado Noveno Arte-
nos ha suministrado de una nueva forma de figura mitológica que ha constituido
todo un género: el superhéroe. Algunos de estos modernos titanes, de la misma
manera que sus precursores clásicos, surgieron del matrimonio del cielo y la
tierra: como el Mesías de cualquier religión, Superman tiene un padre terreno (el Sr. Kent, de Smallville)
y un padre celestial (Jor-El, de Kriptón), aunque estructuralmente su
omnipotencia lo aproxime más a la figura de Zeus, soberano del cielo. Otros,
por el contrario, proceden de la oscuridad: al igual que Hades, señor del
inframundo y los diamantes, Batman se
mueve en las tinieblas gracias al goce de la fortuna heredada por sus padres
muertos. “Todo el mundo ama a los héroes”, dice en una estupenda película una
anciana a su atribulado sobrino. “En cierta manera todos tenemos un héroe en
nuestro interior. Nos ayuda a actuar con honestidad, nos da fortaleza, nos
ennoblece y llegado el momento nos permite morir con dignidad, aun cuando a
veces para mantener su firmeza tenga que renunciar a lo que más quiere”.
Estéticamente,
y como explica el comunicólogo español Román Gubern en su ensayo El discurso del cómic, los superhéroes
se caracterizan por la perfección anatómica según los cánones grecolatinos.
Pero más allá de su representación visual, estos personajes de ficción exaltan
los valores más luminosos del ser humano: la templanza, la lealtad, la entrega,
la compasión, el sacrificio, la sed de justicia y libertad. Precisamente ahí
radica su aceptación entre los jóvenes, como afirman los investigadores Scott
Vollum y Cary D. Adkinson del Colegio de Justicia Criminal de la Universidad Estatal
Sam Houston de Texas. “El crimen prospera por la indulgencia de la sociedad”,
dijo su mentor y eventual enemigo al héroe en su renacer cinematográfico. Lo
cierto es que es una de las grandes constantes de la humanidad, un cáncer que
deja secuelas físicas y mentales en todo lo que toca. “Envenena la mente y el
alma. Trae pesar y muerte. Y al final, sólo deja desesperación”. Si lo
definimos según los cánones vigentes, lo constituyen todas las acciones u
omisiones que contravienen las leyes y
son meritorios de una sanción. En ese sentido, Batman propone dos reflexiones trascendentes: la repercusión y
formas del fenómeno criminal en las sociedades contemporáneas y la efectividad
de las corporaciones policíacas para combatirlo. Comencemos por la segunda.
Desde tiempos antiguos, desde sus organizaciones más elementales, el hombre ha
tenido la necesidad de organismos que persigan y sancionen las conductas que
atenten contra la colectividad. El caso del criminal francés convertido en
policía Eugène François Vidocq (1755-1857) es uno de los más notorios. En 1811
fundó la Brigade de la Sûreté , uno de los primeros cuerpos
policíacos civiles plenamente organizados del orbe y modelo más importante en
la creación del Scotland Yard de Inglaterra o del Buró Federal de
Investigaciones de los Estados Unidos. Si bien los métodos e integrantes de la Sûreté
suelen ser cuestionados por su integridad ética y moral –eran antiguos
compañeros presidiarios de Vidocq-, su esfuerzo inspiró el perfeccionamiento y
evidenció la necesidad de este tipo de fuerzas –la figura de Vidocq influyó en
las creaciones de literatos como Honoré de Balzac, Víctor Hugo y Edgar Allan
Poe-. En la actualidad la percepción popular de las fuerzas del orden no ha
cambiado. La fama que les acarrean sus malos elementos trasciende sus
incontables logros. Ese fue el sentido que los creadores de Batman trataron de dar a su ficticia Ciudad Gótica, una urbe de pesadilla,
sumida en la corrupción y dominada por las clases criminales, más similar al
Chicago de los años treinta que a la idílica Nueva York –esa es la Metrópolis
de Supermán-, con sus rascacielos y
su positivismo. Este es el escenario de las aventuras de un justiciero inusual,
uno que responde a las necesidades apremiantes de la población. En sus primeras
apariciones, Batman combatió amenazas
domésticas, como el crimen organizado, que no dejaba de tener en Alphonse
Gabriel Capone (1899-1947) uno de sus principales estandartes. Delincuente
carismático y brutal, Capone fue la principal figura de la era de los grandes
gángsteres, de la Era
de la
Prohibición. Durante casi una década gobernó un imperio
sustentado en el juego, el alcohol ilegal y la prostitución, mismo al que puso
fin en 1931 la cruzada de Eliot Ness, agente del Departamento del Tesoro, y su
grupo conocido por la posteridad como Los
intocables. Para conocer más al respecto, recomiendo ampliamente la versión
de los hechos del cineasta Brian de Palma (1987). En muchas formas, al igual
que el Inspector Lestrade de las
aventuras de Sherlock Holmes, Ness
inspiró a la dupla Kane-Finger en la creación de James Gordon, cabeza del Departamento de Policía de Ciudad Gótica.
En su primera aparición, paralela a la del protagonista, Gordon reprobaba sus correrías, porque en esencia Batman se encuentra al margen de la ley.
En aras de conseguir un bien mayor, el enmascarado no duda en cometer delitos
como daño en propiedad ajena o allanamiento de morada. “En su momento, Batman
pagará por sus delitos”, aseguró el Fiscal de Distrito Harvey Dent en la segunda
entrega de la saga de Christopher Nolan. Gordon
atestiguó que si bien sus métodos eran diferentes, ambos compartían ideales.
Desde ese entonces se convirtieron en fieles aliados. La imagen del policía –eventualmente
convertido en Comisionado- encendiendo un potente reflector en la azotea del
Departamento de Policía, proyectando en
el cielo nocturno la imagen de un murciélago, es memorable. A pesar de su
cercanía, Gordon no conoce la
verdadera identidad del justiciero. En cambio, todos contamos con ese
privilegio.
Batman es Bruce Wayne –Bruno Díaz, según la traducción que todos conocemos-. Kane y Finger
decidieron darle un origen en Detective Comics No. 33 (noviembre de
1939). Lo idearon a los 8 años de edad. El pequeño Bruce asistió con sus acaudalados padres –el Dr. Thomas Wayne y su esposa Martha-
al cine. Al salir fueron sorprendidos en un oscuro callejón por un ladrón
–identificado años más tarde como Joe
Chill- con pistola en mano. Al resistirse al asalto, los padres del pequeño
fueron acribillados por el delincuente, mientras éste contempla la escena,
aterrorizado. El delincuente huyó mientras el niño sollozaba sobre los
cadáveres. Bruce creció bajo la
custodia del fiel mayordomo de la familia Alfred
Pennyworth. Estudió criminología, psicología, ciencias forenses, acrobacia
y artes marciales. Se convirtió a sí mismo en un instrumento supremo de
justicia: luchador, experto forense, amo de los disfraces y artista de las
fugas a la altura de Harry Houdini. Al cumplir los 18 años utilizó su fortuna
para viajar alrededor del mundo, en busca de quienes le pudieran enseñar cómo
combatir al crimen. Al regresar años después a Ciudad Gótica, se dio cuenta que sus habilidades no eran
suficientes. Es así como sucedió este famoso momento:
Un hombre joven, bien parecido,
vestido con una elegante chaqueta, cavila recorriendo las amplias habitaciones
de su mansión ancestral, mientras las nubes ocultan a medias la luna.
El individuo musita. “Los
delincuentes son un grupo supersticioso y cobarde, de manera que mi disfraz
debe ser capaz de aterrorizarlos. Debe representar a una criatura nocturna,
terrible, siniestra”.
Se escucha de pronto un
estruendo, a la vez que se abre una ventana. Entra entonces volando un enorme
murciélago en la habitación. “¡Un presagio! ¡Eso es!”, se entusiasma. “Me
convertiré en un murciélago”.
Inicialmente,
Kane tuvo varias inspiraciones para crear al personaje: en su niñez se topó con un libro sobre Leonardo DaVinci,
y quedó maravillado con la ilustración de una máquina voladora que el artista
italiano había creado 500 años atrás. Esta mostraba a un individuo con unas
enormes alas de murciélago y una inscripción que decía “su pájaro no debería
tener otras alas que no fueran las de un murciélago”. Su segunda influencia fue
–como dije- la película La marca del
Zorro (1920), protagonizada por la leyenda del cine Douglas Fairbanks. El
actor personificaba a un aburrido aristócrata durante el día, pero que por las
noches se convertía en El Zorro.
Ocultaba su rostro tras una máscara y salía de su cueva en su brioso caballo
negro, para luchar a favor de los oprimidos. La tercera inspiración fue la
sombría película Los susurros del
Murciélago (1930) con Chester Morris, que interpretaba a un villano que
vestía un disfraz de murciélago para cometer fechorías. También fue importante
la atmósfera de otras famosas películas de la época, como Drácula (1931) de Tod Browning, estelarizada por Bela Lugosi. Kane
también tuvo en cuenta el furor que despertaban héroes de la radio y de las
novelas pulp, una forma literaria de
gran popularidad en la década de los veintes y treintas. En estas, que
recibieron su nombre por estar impresas en papel de baja calidad hecho con
pulpa de madera, se desarrolló un género de gran popularidad, el relato
detectivesco o hard boiled.
Escritores como Raymond Chandler y Dashiell Hammet retrataron la sordidez del
bajo mundo en historias donde sus duros detectives combaten el crimen en las
calles, enfrentándose a la miseria, la corrupción y el vicio. Este género
literario va a marcar el estilo del llamado Film
Noir de los años cuarenta. Y en la línea detectivesca no podemos dejar de
mencionar a Dick Tracy, el intrépido
policía creado por el caricaturista Chester Gould, quien combatía a una
grotesca galería de gángsteres empleando artefactos de alta tecnología, como su
popular reloj de mano –este artefacto será llevado a notas altísimas en las
películas del paladín y luchador de medio tiempo conocido como El Santo-. En el pulp también surgieron héroes como el aventurero Lamont Cranston, quien por las noches se
convertía en La Sombra o Breet Reid, editor y dueño del periódico
Sentinela, que por las noches se
convertía en el Avispón Verde.
II
El crimen, pues, creó
a Batman.
Él mismo reconoce: “En mis momentos oscuros, me acosa la noción de que el
asesinato de mis padres fue lo mejor que me ha pasado. Pienso con cinismo que
eso le dio un sentido a mi vida y los medios para realizarlo”.
El
desdoblamiento de Bruce Wayne en Batman, si bien atractivo y emocionante,
ejemplifica que éste no se caracteriza por su sanidad mental. ¿Qué necesidad tiene
una persona de su perfil –millonario, filántropo, parrandero empedernido- de
cubrir su rostro para salir a enfrentar al fenómeno que marcó su infancia todas
las noches, sometiéndose a todo tipo de riesgos? El psicólogo español Enrique
Rojas ha delimitado en un decálogo el que
sería el perfil psicológico de una persona sana:
- Una persona madura y
equilibrada debe ser consciente de sí misma desde un prisma de realismo.
Esto es, conoce tanto sus actitudes como sus limitaciones.
- Cuenta con un modelo de
identidad.
- Una persona equilibrada se
comporta tal como es, procurando corregir los aspectos de su personalidad
que no sean adecuados ni positivos para la convivencia.
- Cuenta con un proyecto de
vida.
- Este proyecto de vida debe
tener el menor número de contradicciones posibles.
- La estabilidad psicológica
precisa conseguir una perfecta ecuación entre la vida afectiva y la
intelectual.
- Es imprescindible contar
con una organización temporal sana.
- Una persona equilibrada es
dueña de sí misma, siendo capaz de resistir las presiones del ambiente y
las circunstancias, sin perder por ello las riendas de su vida.
- En una persona madura, la
sexualidad debe estar situada en un tercer o cuarto plano de interés.
- Se debe contar con una sana
constitución temporal y psicológica.
Batman
no posee una plena conciencia de sí mismo ni de sus acciones, y esto lo
demuestra el hecho de que en muchas ocasiones extralimita sus capacidades en
sus faenas diarias contra la delincuencia. Desde su infancia, Bruce Wayne sufrió la pérdida de sus
padres, situación que le obligó a valerse por sí mismo –a pesar de los cuidados
y las comodidades que le rodearon- y
crear un modelo de identidad propio –no tuvo a un padre o un hermano mayor como
ejemplos-. Ni Bruce Wayne ni Batman poseen un modelo de vida,
simplemente son arrastrados por las circunstancias y niegan la posibilidad de
opciones al respecto. Batman se ocupa
únicamente de su labor: acabar con el crimen en Ciudad Gótica y entiende esto como una responsabilidad que no puede
rehusar. Batman no manifiesta ninguna
ecuación entre su vida afectiva e intelectual. Le interesa el bienestar de
quienes le rodean –como buen héroe- pero las relaciones interpersonales no son
su principal preocupación. En él la parte dominante es la razón, aspecto que
subsanó la carencia de afecto que sufrió desde la infancia.
Y si la psique de Batman no es la más saludable, la de sus
adversarios de ninguna manera es mejor. Ese es precisamente su atractivo. La
lucha del héroe contra la criminalidad no tendría el mismo impacto sin la
colorida y variopinta galería de enemigos que desde hace décadas habitan las
páginas de sus historias. Y no es que los gángsteres y demás delincuentes no
sean menos peligrosos. Los villanos, tradicionalmente, son los que provocan el
conflicto tan necesario en toda narración y resaltan las virtudes del héroe.
“El bien no hace gran literatura”, dice mi amigo Vicente Quirarte. Los villanos
del detective oscuro tienen una gran deuda con los postulados del criminólogo
italiano Cesare Lombroso (1835-1909), quien identificó al que llamaba
delincuente loco moral, un individuo con personalidad antisocial dotado de una
gran inteligencia, carente de sentimientos y remordimientos. Este tipo de
sujetos fueron llamados posteriormente psicópatas
y hoy, con más tiento, personas con trastorno
antisocial de la personalidad. Pero por lo que respecta a su apariencia,
extravagante y casi monstruosa en muchos casos, se acerca a lo dicho por el
erudito italiano: “los delincuentes representan una reversión a un tipo
subhumano, caracterizados por un aspecto semejante a primates u hombres
primitivos, como si se tratara de modernos salvajes cuyo comportamiento es
contrario a las expectativas y reglas de la moderna sociedad civilizada”. Esta tendencia fue explotada por Chester Gould
en las ya mencionadas aventuras de Dick
Tracy. Más allá de su apariencia, criminales de los tipos más variados son
parte frecuente de las aventuras del héroe, dignos todos de pertenecer a un
catálogo de enfermedades mentales e inquilinos alguna vez del Asilo Elizabeth Arkham para Criminales Dementes. Creado por el escritor
Dennis O'Neil en 1974, es un espacio indispensable para contener a delincuentes
que rebasaban lo común –para estos últimos se encuentra la Penitenciaría de Blackgate-. Concebidos en tiempos medievales
como refugios –del griego antiguo asylum,
que significa refugio-, las
instituciones de esta naturaleza admitían a las personas con perturbaciones
mentales que no encajaban con la sociedad. Las condiciones en que operaban eran
inhumanas, pero con el transcurso de los años evolucionaron hasta emplear
tratamientos más civilizados. Durante la Revolución Francesa
brilla, por ejemplo, el Asilo de
Charenton, donde fuera huésped distinguido Donatien Alphonse François,
Marqués de Sade (1740-1814) o en tiempos más recientes el célebre manicomio de La
Castañeda , hogar temporal de criminales y otros genios, entre
los que destaca el conocido Gregorio Cárdenas Hernández (1915-1999), conocido
como El estrangulador de Tacuba. Pero
en lo que concierne a territorios más inofensivos, entre los enemigos de Batman destacan las personalidades más variadas: el
megalómano Ra´s al Ghul; el
esquizofrénico Arnold Wesker apodado El Ventrílocuo; el trágico Fiscal de
Distrito Harvey Dent apodado
posteriormente Dos caras; el pirómano
Garfield Lynns, alias Luciérnaga; el obsesivo compulsivo Temple Fugate, alias El Relojero; el esquizofrénico paranoide
Jervis Tetch, que es conocido como El Sombrerero.
Llegamos
así al Guasón, tal vez el más
emblemático villano de la historia del cómic. Enemigo natural de nuestro
personaje, representa la antítesis de su naturaleza y métodos. Es un criminal
psicópata, sádico e impredecible, que asesina sólo por diversión. “Hay hombres
que sólo quieren ver al mundo arder”, dice de nuevo Alfred. En su libro Los lenguajes del cómic, Daniel Barbieri
dice: “el rostro caricaturesco del Guasón
en las muy serias aventuras de Batman
representa la abyección y la crueldad. Único rostro de caricatura en medio de
figuras realistas, el Guasón se
destaca por su absurdidad. Salpica de absurdo vicisitudes de otro modo
demasiado previsibles. No por casualidad entre los coprotagonistas de la serie
de Batman, el Guasón es desde siempre el que obtiene el mayor éxito, el enemigo
preferido del lector”. El Guasón,
creado por Kane y Finger, apareció por vez primera en Barman No. 1, en la primavera de 1940. Originalmente era un asesino
con mucho humor que empleaba un veneno especial que aniquilaba a sus víctimas e
imprimía en su rostro una macabra sonrisa. Estaba destinado a morir en su
segunda aparición, pero los editores se dieron cuenta de su potencial y desde
ese entonces se convirtió en una presencia frecuente en sus aventuras. Un par
de años después paró de asesinar y se convirtió en un bromista que dejaba
cáscaras de plátano en su escape para evitar ser capturado. Kane y Finger lo
concibieron a partir de la imagen del actor alemán Conrad Veidt en la película
expresionista El hombre que ríe
(1928), adaptada de la novela de Víctor Hugo. Desde entonces, al igual que su
enemigo, el Guasón ha tenido las más
variadas encarnaciones, desde las más simpáticas hasta las más aterradoras y
brutales.
Entre las últimas –mis preferidas- brilla la del malogrado actor
Heath Ledger (1979-2008), quien el martes 22 de enero de 2008, aproximadamente
a las 14:45 horas, tiempo local, fue encontrado muerto en su departamento del
número 421 de Broome Street, en el barrio del Soho, en Manhattan, Nueva York.
Se ha especulado incansablemente sobre las causas de su deceso. Depresión y
suicidio son las más notables. Pero se mantendrá vivo gracias a su obra.
Recibió el prestigiado premio Oscar
de manera póstuma por su interpretación como el Guasón en la segunda película de la saga de Christopher Nolan. Un
alumno me preguntó si prefería al Guasón
que encarnó Jack Nicholson (Tim Burton, 1989) o al del desaparecido Ledger, y
sobre la validez de hacer nuevas versiones de una historia. Respondí que cada
generación tiene el derecho de reinventar a sus clásicos y que son dos visiones
actorales distintas sobre un personaje memorable, como igualmente entrañables
son los Dráculas que personificaron
Bela Lugosi, Christopher Lee y Gary Oldman. El crítico de cine Gustavo García
describió al Guasón de Nicholson como un “vándalo estético”, más en deuda con
la intención original de Kane y Finger y la oscuridad de los primeros años de
Burton. El de Ledger se nutre del enfoque sombrío y profundamente psicológico
de novelas gráficas como La broma asesina
y El Asilo Arkham, pero sobre todo de
la visión de un cineasta talentoso que apuesta por el realismo y por
contextualizar las hazañas de un héroe del cómic a una época donde el crimen,
la violencia interpersonal y la sed de justicia son preocupaciones de cada día.
El Guasón de Ledger es un criminal despiadado,
sin ataduras. “No tienes nada con qué amenazarme”, advierte al héroe. Su único
objetivo es el caos y poner en jaque a un gobierno que durante décadas alimentó
al monstruo que ahora es incapaz de combatir. “No se trata de dinero, sino de
enviar un mensaje”, reconoce. Eso me recuerda la interminable ola ejecuciones
del narcotráfico reseñadas diariamente en los medios de comunicación. El Guasón de Ledger advierte algo aterrador
por certero: “la locura es igual que la gravedad, sólo necesita un pequeño
empujón”.
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