Entre los ilustres e inolvidables discípulos que Howard Phillips Lovecraft supo procurar
y proteger, el nombre de Robert
Hayward Barlow parece no merecer mayor reconocimiento. Tal vez lo más
notable es que su relación epistolar, que inició cuando el pupilo tenía apenas
13 años, rompe contundentemente el viejo precepto que Lovecraft era un hombre
sombrío, incapaz de sentir algún tipo de afecto. En Lovecraft, una biografía
(Valdemar, 2002), L. Sprague De Camp habla de él someramente.
:
Antes
de su muerte, Lovecraft había nombrado a Robert Barlow su albacea literario.
Aunque corriente en el mundo literario, el nombramiento de albacea literario no
tiene carácter legal. Albacea literario es meramente aquel que a quien el
testador designa como persona capacitada para arreglar cuestiones referentes a
sus escritos: vender derechos aún no vendidos, completar y publicar obras en
marcha, y demás. El albacea propiamente dicho puede solicitar consejo de esta
persona, pero no está obligado a ello.
¿Por qué hizo esto Lovecraft? Siempre será una duda
entre sus estudiosos. Posiblemente porque lo consideró su heredero más
prometedor. No el más talentoso, es cierto, pero el que reunía cualidades
humanas y la dedicación para asumir esa carga. Pero hay algo incuestionable: ilustra
sin la menor duda cuánta estima sentía por él.
Las 6 historias que Barlow escribió bajo vigilancia
del Maestro son reunidas por Palabrotero
Ediciones, en Media docena de pesadillas. Cuentos para leer aquí y para llevar
con un modesto tiraje de 1000 ejemplares que se regaló a los asistentes de la
3a. Feria del Libro de la Delegación Azcapotzalco el pasado viernes 20 de
abril. El libro se agotó inmediatamente, por obvias razones. Entre ellas que
Barlow, tras la muerte de su mentor, emigró a México y se estableció en la
mencionada localidad, donde inició una carrera como Antropólogo y conoció una
trágica muerte. Pero una de las artífices de la editorial, María José Esteva, me
aseguró recientemente que un nuevo tiro viene en camino.
Mientras esto sucede, con el amable permiso de su
autor, comparto con ustedes el texto que mi querido Vicente Quirarte leyó en aquella ocasión. Robert Barlow es una
figura que merece conocerse y reconocerse, encarnación de tenacidad y de la más
genuina lealtad.
--
Lovecraft,
Barlow y Azcapotzalco
Vicente
Quirarte
Imaginemos la siguiente historia. Gracias a la
contribución económica de los amigos, pobres pero generosos, de Howard Phillips
Lovecraft, los médicos de Providence deciden trasladar al paciente, a
principios de 1937, al mejor hospital de
Nueva York. Tras una larga y complicada operación, consiguen detener y
controlar la enfermedad que le devoraba el estómago. Para restablecerse, acepta
la hospitalidad de su joven amigo Robert Hayward Barlow en De Land, Florida. El
clima tropical, la compañía de su hermano por elección, las caminatas por los
deslumbrantes alrededores, lo hacen recuperar paulatinamente fuerzas. Gracias a
que Barlow pasa en máquina su profusa caligrafía, Lovecraft vuelve con
renovados ánimos a la escritura.
Esa forma casi paradisiaca de existencia se
interrumpe cuando se exacerban las relaciones, de por sí difíciles, de Barlow
con su familia. Los amigos deciden buscar otras perspectivas. No obstante la
inicial resistencia de Lovecraft, cruzan la frontera hacia México. En la
capital, se alojan en el hotel Geneve de la Colonia Juárez, que le recuerda a
Lovecraft la atmósfera del Biltmore en su natal Providence. Un día, mientras
desayunan, Barlow recibe un telegrama: el fallecimiento de una tía lo deja como
heredero de una fortuna considerable. Aunque ambos amigos han visto varias
casas que Lovecraft ha descubierto en sus caminatas por la Colonia Juárez, que
le evocaban las de su ciudad natal, Barlow decide llevar a cabo otra empresa
que lo conduzca con su amigo a un escenario urbano aún más anclado en el
tiempo: en la calzada Azcapotzalco se recrean ante las mansardas, los portales,
los jardines bien cuidados de las casas que a principios del siglo XX fueron
construidas como quintas de verano en la colonia entonces llamada El
Imparcial. Encuentran la que más agrada
a Lovecraft. Por fortuna, está en venta y Barlow puede pagarla de contado.
Lovecraft pasa por la etapa más plena de su vida. Se hace cliente habitual de
la Lagunilla e inunda la casa con antigüedades. El monto de la herencia
recibida por Barlow les permite darse el lujo de establecer una editorial que
se llamará, en español, “La Casa Evitada”, en homenaje al relato largo “The
Shunned House” de Lovecraft, tan querido por Barlow. La nueva editorial está
consagrada a la literatura fantástica y recibe manuscritos de diversas partes
del mundo que están intentando llevar el género a alturas mayores. Lovecraft
aprende español para leer sn su idioma original el relato “El Aleph” de un
argentino llamado Jorge Luis Borges, que en opinión de Barlow guarda semejanzas
con “Los perros de Tíndalos” de Frank Belknap Long. En la buhardilla más
elevada de la casa Lovecraft escribe sus mejores historias. Desde su ventana
puede mirar o imaginar el campanario de la parroquia de los apóstoles Felipe y
Santiago y evocar la atrayente leyenda
de que la hormiga en ella representada llegará un día a la cima del campanario
para dar fe del fin del mundo. Da inicio a una novela corta que llevará por
título La hormiga de Azcapotzalco. El proyecto de Barlow y Lovecraft resulta un
éxito no sólo editorial sino comercial. La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra propicia en México una
bonanza económica sin precedentes. El día de la firma del armisticio, Lovecraft
pierde su propia batalla. El cáncer estomacal, el gusano conquistador, regresa
por sus fueros. En su funeral se encuentran pocos pero selectos acompañantes.
Uno de ellos, Francisco Tario, un joven y callado adolescente que se ha
convertido en el discípulo mexicano más próximo a Lovecraft. Barlow vive hasta
el año ochenta de su edad, tras haberse consolidado como un respetado y
próspero editor cuya mayor satisfacción es haber defendido el legado de su
amigo y mentor.
La verdadera historia no fue así pero pudo serlo. Me
inspira a conjeturar tal ucronía la publicación del libro que, bajo el título
Media docena de pesadillas, reúne por primera vez en español los relatos
surgidos a partir de la colaboración entre el maestro Lovecraft y el más joven
de sus acólitos, Robert Hayward Barlow, que se acercó al solitario de
Providence cuando el primero tenía trece años de edad. La edición fue
financiada por la Delegación Azcapotzalco y su iniciativa nació de la voluntad
de varias jóvenes entusiastas de Lovecraft y la literatura fantástica. La idea
original fue de Mari Carmen Esteva, editora del libro, e incluye la traducción
de Brissa Rodríguez Castañeda, las ilustraciones de Tania Ortiz y el diseño de
Mayanin Ángeles: cuatro mujeres unieron su talento y su respectiva disciplina
para hacer posible este homenaje a uno de los viajeros extranjeros más notables
que han vivido en México. Así lo
describe Lovecraft en una carta:
Mi
joven anfitrión…es un verdadero y brillante niño prodigio de sólo 16 años pero
inmensamente maduro para su edad. Es el hijo de un coronel retirado a causa de su precaria salud, y que ahora se
encuentra de viaje por el norte. Un hermano mayor, también ausente, es un
activo oficial del ejército. El joven Barlow es extremadamente versátil:
escritor, pintor, escultor en barro, jardinero, bibliófilo y otras habilidades
a pesar de tener en contra su mala vista. En el otoño piensa ir al norte a una
sesión con expertos ocultistas que le han prometido cierta cura.
La historia, más extraordinaria que la realidad,
vuelve a Barlow mexicano por elección propia. Aquí decidió vivir. Y morir. Las notas aparecidas en los periódicos
mexicanos vuelven su fallecimiento tan enigmático como el de Robert Blake y
otros jóvenes que se enfrentan al misterio prohibido en varias de las mejores
historias de Lovecraft. El fin del año 1950 fue uno de los más rojos en la
historia de una acotada pero creciente Ciudad de México. La caricatura de
Excélsior del primero de enero de 1951 representaba a un mundo que enfrenta el nuevo día con una
bolsa de agua y un insufrible dolor de cabeza. En su sección dedicada a dar fe
de las tragedias cotidianas, el periódico publicaba la estadística de 2,100
homicidios y 3,950 accidentes de tránsito en 1950, así como su alarma ante el
creciente número de asaltos en las colonias Buenos Aires, Peralvillo y Santa
Anita. En contraste, una noticia donde se hablaba de que en Pasadena,
California, ganaba el trofeo internacional Torneo de las Rosas el carro
alegórico llamado “El gozo de vivir en México”.
En la Hemeroteca Nacional de México, en su página 17
del jueves 4 de enero de 1951, el periódico Excélsior encabeza una de sus notas
rojas: “Murió envenenado con barbitúricos”. La nota aparece enfatizada con
lápiz por un alguien que, como en un cuento de Lovecraft, se adelantó a buscar
datos sobre Barlow. Dice así:
El
estadounidense Robert Hayward Barlow, de 37 (sic.) años de edad, jefe del
departamento de antropología del Mexico City College murió a consecuencia de la
gran cantidad de barbitúricos que ingirió.
No se sabes si su fallecimiento fue resultado de un accidente –que solía
tomar somníferos todas las noches- o si fue intencional. El cadáver fue
encontrado, a avanzada hora del martes, en la casa de Barlow, situada en la
calle de Santander 37, Azcapotzalco. Dejó un recado escrito en maya, donde
explica lo siguiente: “Eduardo: quiero dormir, a nadie quier ver”. Robert
padecía una enfermedad que le impedía dormir, por lo que se veía precisado a
tomar barbitúricos. Además, tenía problemas morales ya que su familia vivía en
Florida. E.E.U.U. Fue visto por última vez el sábado pasado, en que citó a sus
tres empleados para el martes, a las 6 horas. Cuando se presentaron y llamaron
a la puerta, no obtuvieron respuesta. Entraron en sospechas y llamaron a las
autoridades…Junto a la cama fue encontrado un frasco vacío de seconales.
Por su parte, la nota de El Universal, de ese mismo
día, abunda en otros detalles:
En forma misteriosa murió un antropólogo
…Declaró
con relación a este caso el teniente coronel del ejército Antonio Hernández
Castañeda, de 37 años de edad y que fue secretario particular del
antropólogo…afirmó el teniente Hernández que Hayward estaba desesperado de la
vida por el hecho de hallarse distanciado de sus parientes y por su situación
económica un tanto difícil y no contar con la atención de sus empleados quienes
hacían poco aprecio de las observaciones que les hacía para la realización de
sus trabajos de orden científico. La policía…encontró el cadáver boca arriba,
apreciándose manchas equimóticas y cianóticas.
Ambas notas proporcionan elementos para integrar un relato en el
estilo del mejor Lovecraft, pero la realidad supera a la fantasía. Barlow
pertenece a la estirpe de intelectuales
que, como Katherine Anne Porter en Azcapotzalco, D.H. Lawrence en la laguna de
Chapala, Luis Cernuda en Coyoacán, Malcolm Lowry en Cuernavaca y Oaxaca,
encuentran al mismo tiempo el paraíso y el infierno, su forma de vivir
plenamente sobre el mundo. Barlow amaba el sol, y la fotografía, desnudo de la
cintura para arriba, que aparece en este libro, lo muestra relajado y alegre,
con la constitución y el rostro infantiles que nunca lo abandonaron. Es una
fotografía, se nos dice, tomada en Azcapotzalco, este antiguo reino donde
estableció su morada. Contra la leyenda negra que los primeros historiadores de
Lovecraft crearon para hablar de un ser amante de las tinieblas, que corría las
cortinas para escribir con luz eléctrica, el erudito S.T. Joshi ha demostrado,
a través de nuevos estudios, que Lovecraft era un ser solar, gran caminante y
enamorado del paisaje. Precisamente con Barlow emprendió la última de sus
extensas excursiones, que los llevaron hasta Black Water Creek, zona de
pantanos donde Lovecraft vio por primera vez los cocodrilos en su medio
natural. Barlow compartía otra de las pasiones de Lovecraft: su amor por los
gatos. Howard recuerda en sus cartas que su joven amigo tenía en su casa una
legión, incluidos dos llamados Ciro y
Darío. El predilecto de Lovecraft era uno llamado High, que “trota como un
perrito…cuando emprendemos nuestras caminatas vespertinas”.
Pregunto a los vecinos de este barrio: ¿existe
todavía la casa de Santander 37? ¿Por qué no colocar una placa alusiva en el
sitio, en una ciudad y un país que es cómplice mayor de los olvidos? Nuestros
jóvenes editores han dado un primer e importante paso al publicar estos relatos
escritos bajo la tutela de Lovecraft. La mayor parte pueden ser considerados
borradores. Sin embargo, como pertenecen al estilo inconfundible del círculo de
Lovecraft, aportan elementos valiosos a los devotos de esa mitología. Mención
particular merece el relato donde Barlow, fiel al espíritu juguetón de la
cofradía, transforma los nombres de sus amigos. La joya de la corona es sin
duda el texto que cierra el libro, “El oceáno nocturno”, escrito íntegramente,
de acuerdo con los eruditos, por Robert Barlow. Se trata de un texto que rinde
homenaje a esa criatura viva que se puede convertir en amenaza para los más
sensibles. Así ocurre en esa vasta sinfonía de horror cósmico llamada “El
Wendigo”, nacida de la imaginación de Algernon Blackwood. Igualmente, Barlow
logra por instantes aproximarse al poema en prosa en sus descripciones y
contemplaciones del mar, como lo hizo el primer Lovecraft y antes de él su
maestro Lond Dunsany. El lugar donde transcurren los hechos, Elliston Beach, es
naturalmente un sitio inventado, y el personaje, un pintor que recuerda al de
Lovecraft en “El modelo de Pickman” , alejado del mundo y sólo fiel a sus
pensamientos y su soledad. Nada sucede y todo pasa. El gran personaje es el mar
donde sueña el gran Cthulhu, aunque nunca se le mencione.
Gracias a Azcapotzalco por haberme invitado a esta
sesión memorable. En los cien años de la entrada de Bram Stoker en la inmortalidad,
evocamos a un autor como Robert Hayward Barlow, en cuya vida laten misterios
inacabables que dan comienzo con el nombre. Barlow es el nombre del vampiro en
la aterradora novela de Stephen King Salem´Lot, y Barlowe, con e final, el
nombre de la población más al norte de Alaska, donde se vive un mes de
permanentes tinieblas, escenario ideal de la película Treinta días de noche,
donde la banda de vampiros que allí se instala encuentra su mejor coto de caza
y ejerce plenamente sus poderes. Esperemos que el año siguiente, en esta misma
fiesta del libro y la lectura, estemos presentando la traducción de los poemas
de Barlow, así como la correspondencia cruzada con su maestro Howard Phillips
Lovecraft.
Tercera Feria
del Libro de Azcapotzalco,
20 de abril de
2012, en el centenario de la muerte de Bram Stoker
Nota: Las fotografías que ilustran esta entrada fueron tomadas del muro de Facebook de Palabrotero. La primera, a extrema izquierda, muestra a Lovecraft con una inusual y discreta sonrisa. A su lado, su pupilo.
Magnífico artículo, no sabía nada sobre Barlow, mucho menos que un pupilo de Lovecraft hubiera llegado a vivir en la ciudad de México.
ResponderEliminarA esperar con ansías esos relatos lovecraftianos.
Saludos!
Gracias por realizar y compartir este artículo. Es un gusto que haya gente que se interece por difundir la obra de tan creativos y prolificos escritores para que no caigan en el olvido, en este caso fue Robert Barlow, con quien comparto el gusto por la antropología y el relato de horror. Saludos y sigan así :)
ResponderEliminarHola, es una pena que sea imposible conseguir el libro de Barlow en español. Algún alma caritativa debería escanearno. Digo. Saludos!
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