Ayer tuve el placer de acompañar a Miguel Robles Bárcena, Secretario de Servicios a la Comunidad de la UNAM, a Alejandro Fernández Varela Jiménez, Director General de Atención a la Comunidad Universitaria y David Vazquez Licona para presentar el libro Por los siglos de los siglos. Memoria del décimo tercer Festival Universitario de Día de Muertos, Megaofrenda 2010, en el marco de la XXXIII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. En realidad como la ocasión –para el mexicano- es una fiesta, todos acompañamos a una gran cantidad de Catrinas y a un animado ensamble musical que nos llevó, como el flautista de Hamelin, al Salón de la Academia de Ingeniería. Comparto con ustedes lo que dije:
Celebrar la vida, celebrar la muerte
Roberto Coria
A la Universidad Nacional debo mucho: mi educación profesional, incontables satisfacciones y sobre todo una manera abierta e inteligente de saborear la vida. Que en un programa de mano, junto a mi fotografía y semblanza, apareciera el sello “Orgullosamente UNAM”, fue la mejor recompensa imaginable. La Universidad me ha dado la oportunidad de jugar en su jardín –con sus juguetes- , de explorar temas que pocos respetan –el horror y la fantasía- y divulgarlos. Hoy me permite estar con ustedes en este maravilloso Palacio de Minería, en su fiesta de las letras. Esta es una más de la multiplicidad de actividades que nos ofrece la Universidad. Y entre ellas brilla una por innumerables razones: su celebración anual a los muertos, conocida como la Megaofrenda. Este proyecto, desde sus inicios, buscaba unir a todas las facultades, escuelas – oficiales e incorporadas- e institutos de nuestra Casa de Estudios, así como a grupos independientes, con el propósito de honrar a una de las tradiciones más arraigadas en nuestra cultura. Así, durante cinco días, calaveritas de azúcar, copal, flores de cempasúchil, papel picado y velas de todos tipos adornan las “islas” de Ciudad Universitaria y son el escenario ideal para la reunión de los vivos y los muertos. Han pasado 14 años desde su primera emisión. Hoy es uno de los eventos más grandes y reconocidos en su tipo, a nivel nacional e internacional. Personas de todos los lugares del país viajan a esta ciudad el 1 y 2 de noviembre sin otro propósito que ser parte de la magia. Tengo el privilegio ser amigo esta actividad. No sólo he formado –junto con otros apasionados- parte de ella a través de humildes altares, conferencias y lecturas en atril, sus organizadores también me han confiado la labor de ser jurado en varios de sus concursos de cuento. Porque en la Megaofrenda ofrece al Universitario incontables formas de incendiar su creatividad: “calaveras”, cartas, crónica, postales y fotografía. Todo ello, tradicionalmente, es reunido en un bello libro, mismo que hoy comparto el orgullo de acompañar en su presentación oficial.
El gran Carlos Monsiváis dijo alguna vez que la celebración a la muerte, en nuestro país, crea a dos sectores fundamentalistas: los que han trascendido la calabaza en tacha y prefieren ir a Disneylandia que a Mixquic y los que se aferran a las tradiciones. Evidentemente la Megaofrenda es parte de este último grupo, pero no es excluyente de ninguna manera. Por igual han celebrado a Juan Rulfo y a Edgar Allan Poe. Entre sus altares han caminado la Catrina de Posada y niños disfrazados de brujas y fantasmas. Esa es su virtud, la pluralidad. Ambas expresiones pueden coexistir reconociéndoles su respectivo valor.
Les invito a formar parte de la Megaofrenda a través de este libro. Sólo me resta, sin sonar institucional, agradecer a la Dirección General de Asuntos de la Comunidad Universitaria por recordar a nuestros muertos de forma tan valiosa. Finalizo con una línea del bello poema de Jaime Sabines, más que apropiada para esta ocasión y que exalta la esencia de la Megaofrenda:
Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.
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