El próximo miércoles 2 de octubre, a las 20:30 horas en el Teatro Helénico del Centro Cultural, se reestrenará "Renfield, el apóstol de Drácula", monólogo escrito por su servidor con el talentoso Guillermo Henry, bajo la dirección de Eduardo Ruiz Saviñón. Los boletos cuestan $150.00 y están disponibles en taquilla o (con cargo extra) en Ticketmaster. No falten. Va la sinopsis:
Después de viajar a Transilvania para asegurar una transacción con el aristócrata Conde Drácula, el agente en bienes raíces R. M. Renfield regresa enloquecido a su natal Londres, donde es recluido en una institución para enfermos mentales. Sus guardianes lo llaman, por su particular tipo de manía, “el comedor de insectos”. Entre los muros opresivos del manicomio narra los detalles de su viaje a la oscuridad, uno hecho a través bosques tenebrosos hasta llegar a un castillo en ruinas habitado por un sanguinario vampiro y tres seductores demonios de la perversidad. Al final, Renfield descubre su verdadero papel en los acontecimientos descritos en una de las obras fundamentales de la literatura universal. Comenzó como su invitado, pero es el apóstol de Drácula.
lunes, 30 de septiembre de 2013
jueves, 26 de septiembre de 2013
Regreso triunfal a la Tierra de los Vampiros
Esta es una deuda de sangre. 2002 fue un
año decisivo en la carrera de Guillermo
del Toro. A punto de partir a España
a filmar El espinazo del diablo, ejecutivos hollywoodenses se
aproximaron a él para encargarle la dirección de Blade 2, la secuela directa de la cinta que Stephen Norrington realizara en 1998.
Era un candidato ideal para ellos, sin duda. Otros cineastas, deslumbrados por
el llamado al Olimpo, habrían
cancelado todos sus compromisos, sin cuestionar. Afortunadamente, el tapatío
supo darse su lugar. “Tendrán que esperar”, les dijo e hizo sus maletas. Al
regresar puso manos a la obra, apoyado de cerca por Peter Frankfurt, productor de la cinta, y por su mismísimo
protagonista Wesley Snipes. La
noticia por sí misma me emocionó profundamente. Por si fuera poco me enteré que
mi buen amigo Gabriel Beristáin
trabajaría en el proyecto como cinefotógrafo. Tres años atrás le ofrecí mis
conocimientos en ciencias forenses cuando realizó su debut como director, El
grito (1999), relato policiaco nunca estrenado en México y destinado,
por razones que no discutiré ahora, al mercado del video. Nuestra comunicación
por correo electrónico fue la experiencia más emocionante. Desde la República Checa, lugar del rodaje, me
enviaba fotografías que captaba in situ.
Mayor privilegio era imposible.
Pero primero lo primero. Blade,
creado por Marv Wolfman y Gene Colan en 1973, surgió como un
personaje de apoyo en la serie La tumba de Drácula, esfuerzo de Marvel comics por ofrecer a los devotos
del horror un producto atractivo. Y como sucedió a muchos héroes de su tipo,
creció hasta adquirir mayor importancia. Lo hacían notorio dos cosas: era negro
–afromericano, si atendemos la
corrección política- y además dhampiro,
híbrido de un ser humano y un hijo de las tinieblas, justo como Nada
–personaje de la novela La música de los vampiros de Poppy Z. Brite- o el paladín Vampire
Hunter D. De tal suerte poseía lo mejor de ambos mundos, “todos los
poderes de un vampiro y ninguna de sus debilidades”.
El resultado superó con creces a su predecesora.
No porque esta fuera mala, sino porque nuestro paisano logró imprimirle su
sello personal y le abrió las puertas, con ojos renovados, a un mercado del que
estaba desencantado. La obra tenía un estilo reconocible y consolidaba las
obsesiones del director. Fue, en muchas formas, un anticipo de lo que vino el
siguiente año y en el medio impreso en la primera década del nuevo milenio.
Después de lo ocurrido en su primera aventura, con información sacada a la
fuerza al vampiro Rush (Santiago Segura),
Blade (Snipes, en un papel hecho a la
medida) recorre Europa en busca de su amigo y mentor Abraham Whistler (Kris Kristofferson), quien no murió
tras intentar suicidarse y es cautivo de sus enemigos. Cual drogadicto, Whistler es rehabilitado por el héroe y
su nuevo armero Scud (Norman Reedus,
el Daryl de The walking dead). Es
contactado entonces por la Nación de Vampiros, a través de Nyssa (Leonor Varela), hija de su malvado
líder Eli Damaskinos (Thomas
Kretschmann) y su “casi humano” abogado Karel Kounen (Karel Roden), para combatir a una nueva
amenaza que pone en riesgo a los dos mundos: el virus Reaper –los vampiros de
los vampiros-, representada en su terrible paciente cero Jared Nomak (Luke Goss), tal como nos lo reveló el
estupendo prólogo del guión de David S.
Goyer, que tuvo que trabajar para incorporar la visión del tapatío. A
regañadientes, Blade es dotado de un
equipo de mercenarios (chupasangres, por supuesto) para enfrentar el reto, conocidos
como The
Bloodpack y conformado por Chupa (Matt Schulze), Asad (Danny John-Jules), Snowman (Donnie Yen), Verlaine (Marit Velle Kile), Priest (Tony Curran) y Reinhardt (Ron Perlman), mole prepotente con una gran aversión hacia Blade.
Continúa un festín de disparos, piruetas
y persecuciones en el que Del Toro se regodea al utilizar situaciones por la
que aprendimos a admirarlo. Está por ejemplo el dispositivo de acceso que
identifica a los vampiros por su tipo de sangre, que funciona como La invención
de Cronos; las partes anatómicas de Damaskinos,
que guarda en frascos cual Diether de la Guardia; los sucios alcantarillados
que vimos desde Mimic; las secuencias de combate que fusionan el más puro
estilo oriental y lo mejor de la lucha libre mexicana. Luego está la parte
estilística. Las imágenes que el director logró, trabajando hombro con hombro
con Gabriel, son un triunfo: “quiero que la noche se vea amarilla”, le pidió. Y
así fue. La cinta también representó la segunda colaboración del “gordo” con Marco Beltrami, quien compuso una
briosa partitura que no omite ritmos electrónicos, y la reunión de un cuadro
actoral ya común en la filmografía de Del Toro: Perlman, Reedus, y adiciones
como Goss, Roden y Segura. Y muy encima coloco el aspecto de los Reapers, giro completo a la visión
tradicional del vampiro. Calvos, increíblemente agresivos, con una mandíbula –tipo
Depredador- con la que se aferran a
su presa y una lengua retráctil –semejante a la de un camaleón-, son el mejor
esfuerzo por explicar al monstruo desde un punto de vista biológico. Así lo
demuestra la secuencia de necropsia,
brillante. O está esa piscina de sangre donde Damaskinos –cual Erszebeth
Bathory- recobra la vitalidad, y la sangre gelatinizada con la que se nutre.
“Jell-O para vampiros”, pensé.
Blade
2 es un divertimento total, eficiente a
más no poder. Recuerdo bien como el público en la sala de cine –y me incluyo,
por supuesto- aplaudió cuando el héroe, luego de derrotar a un pequeño ejército,
atrapó en el aire sus famosos anteojos negros y se los colocó, presto para la
confrontación final. La película triplicó su inversión, y no dudo que inmediatamente
los productores hayan pensado ofrecerle a nuestro paisano la realización de una
tercera –esa terminó dirigiéndola el propio Goyer-, pero ya estaba en otro
lugar. Se dirigía a uno mejor, para el bien de todos sus adeptos.
martes, 10 de septiembre de 2013
Sobre el final de temporada de Bates motel
Ayer concluyó en Latinoamérica la
primera temporada de Bates motel, la teleserie
desarrollada por Carlton Cuse, Kerry Ehrin y Anthony Cipriano a partir de Psicosis, la inolvidable novela que Robert Bloch escribió en 1960. El
resultado me causa opiniones encontradas, mayormente favorables. El programa
parte de un par de actores precisos y eficientes: el otrora infante Freddie Highmore como el joven Norman
Bates –en un papel que parece un traje a la medida- y Vera Farmiga como su abnegada madre Norma.
A simple vista la sabia elección de reparto parecía suficiente, pero las cosas
comenzaron a desviarse. Al tercer episodio comencé a pensar que un rayo nunca
cae dos veces en el mismo lugar. ¿Cuáles son las posibilidades que el escenario
del nacimiento de un futuro psicópata estuviera enmarcado por una historia de
trata de blancas y narcotráfico? ¿Acaso la serie no debía girar en torno a la
enfermiza relación de madre e hijo y cómo éste se convierte en un asesino travestido?
Los personajes de apoyo –el hermanastro incómodo (Max Thieriot), el sheriff
malaleche (Nestor Carbonell), su asistente calenturiento (Mike Vogel), la
noviecita con la cabeza vacía (Nicola Peltz), la enamorada con fibrosis
quística (Olivia Cooke)-, la promisoria carrera literaria de Norman y sus fallas argumentales son
irrelevantes ante los mejores momentos de la serie, que son los que se acercan
a la historia de Bloch: sus extravíos emocionales –blackouts les dicen también-, cuando Norman, en pleno arrebato de desamor, habla como su madre –incluso con su tono-, o su
reacción al presenciar cómo un auto atropella al perrito que rescató de la
calle. Mientras carga a su mascota inerte, exclama fuera de sí “debemos llevarlo
con el papá de Emma. Él repara cosas
muertas”. Evidentemente se refiere al oficio del señor Decody (Ian Hart) y a su
futuro pasatiempo, la taxidermia.
La cereza en el pastel fue contemplar a
su primera víctima –porque yo aún no me trago que fuera su padre-, esa
desafortunada maestra asaltacunas (Keegan Connor Tracy). Su amable respuesta
entre el público ha valido a la serie el beneficio de una segunda temporada,
así que sabremos de los Bates muy
pronto.
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martes, 3 de septiembre de 2013
Cuéntame una de fantasmas
Para 2001, con dos largometrajes en su
haber y 37 años de edad, el cineasta mexicano Guillermo del Toro ya había definido 10 elementos esenciales en su obra:
1. Su fascinación y respeto por lo
fantástico y los monstruos, seres incomprendidos como el aficionado a estos
temas. El propio del Toro es un ser marginal, aplaudido en varios círculos pero
menospreciado en muchos más.
2. Su conocimiento y cercanía con esto emanaba
de su gran afición por la literatura, el cine, la televisión y los cómics, tal
como el lector de este blog.
3. Su fascinación por los insectos, seres
milenarios con incontables connotaciones.
4. Su fascinación por los engranes y la maquinaria de relojería, alegorías del avance inexorable del tiempo.
5. Los símbolos religiosos, sean ángeles envueltos en plástico, crucifijos o iglesias, muy presentes durante su primera educación. El director recuerda, divertido, los dos “exorcismos” que le practicó su abuela en su juventud.
6. Su visión internacional, como revela sus repartos multinacionales, un Centro Histórico plagado de señalización en chino o un sacerdote de la misma nacionalidad perseguido por sus cucarachas gigantes.
7. Personajes de la tercera edad, como el anticuario Jesús Gris o el millonario Dieter de la Guardia.
8. Personajes infantiles, grandes detentores de la inocencia y lo maravilloso que a menudo se exponen a horrores indecibles.
9. Situaciones familiares, como su gusto por los tríos y los boleros o las explosiones en la red subterránea de su natal Guadalajara de 1992.
10. Como consecuencia de lo anterior, las alcantarillas y los lugares oscuros, cosa que ya era visible desde uno de los episodios que dirigió en la antología televisiva Hora marcada, que involucraba a una niña y un ogro que habitaba en las cloacas citadinas. Se titulaba, obviamente, De ogros.
4. Su fascinación por los engranes y la maquinaria de relojería, alegorías del avance inexorable del tiempo.
5. Los símbolos religiosos, sean ángeles envueltos en plástico, crucifijos o iglesias, muy presentes durante su primera educación. El director recuerda, divertido, los dos “exorcismos” que le practicó su abuela en su juventud.
6. Su visión internacional, como revela sus repartos multinacionales, un Centro Histórico plagado de señalización en chino o un sacerdote de la misma nacionalidad perseguido por sus cucarachas gigantes.
7. Personajes de la tercera edad, como el anticuario Jesús Gris o el millonario Dieter de la Guardia.
8. Personajes infantiles, grandes detentores de la inocencia y lo maravilloso que a menudo se exponen a horrores indecibles.
9. Situaciones familiares, como su gusto por los tríos y los boleros o las explosiones en la red subterránea de su natal Guadalajara de 1992.
10. Como consecuencia de lo anterior, las alcantarillas y los lugares oscuros, cosa que ya era visible desde uno de los episodios que dirigió en la antología televisiva Hora marcada, que involucraba a una niña y un ogro que habitaba en las cloacas citadinas. Se titulaba, obviamente, De ogros.
Lo anterior demuestra que toda obra de
arte posee un carácter autobiográfico.
Su siguiente proyecto, una historia
desarrollada durante la Revolución Mexicana –mi cofrade Antonio Camarillo leyó por ahí que ocurría en la Guerra Cristera-
que, a pesar que lo presentaba un cineasta solvente y galardonado, no recibió
apoyo ni financiamiento institucional. Y debido a su amarga y asfixiante experiencia
en Hollywood, éste era un lugar al que no quería recurrir. El infame y eterno
problema de la solvencia material. Así que del Toro decidió buscar lugares más
amables. España era un país
que para esos momentos había demostrado una gran sensibilidad y respeto por sus
temas –tanto en las letras como en el cine-, así que decidió emigrar en busca
de mejor fortuna. Ahí obtuvo lo que tanto deseaba y merecía: Pedro Almodóvar, hombre de reputación
en la que no necesito abundar, confió en él y acunó su talento.
El resultado, El espinazo del Diablo
(2001), una co producción México-España, es su película más personal y sin duda
mi favorita. Escrita por del Toro, Antonio
Trashorras y David Muñoz, es un
gran cuento en la mejor tradición que nos enseñaron autores victorianos como Montague
Rhode James o Joseph Sheridan Le
Fanu. Y la voz en off de Federico Luppi nos lo advierte desde el
primer momento:
¿Qué
es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un
instante de dolor quizás. Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un
sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un
insecto atrapado en ámbar.
España, 1939. En el final de la Guerra
Civil Española, Carlos (Fernando Tielve),
un niño de 12 años, es abandonado por sus padres en un orfanato distante –en
medio de la nada- dirigido por la conservadora y mutilada Carmen (Marisa Paredes) y el bondadoso Profesor
Casares (Luppi), quien secretamente está enamorado de ella y estudia
fetos con la columna vertebral bífida –el espinazo
del diablo del título-. Carlos
entabla amistad con los demás huérfanos –no diferentes de los Niños
perdidos de James Matthew Barrie-
, como el rapaz Jaime (Íñigo Garcés),
el líder de la manada. En el centro del patio principal del lugar, como una
amenaza latente y un recordatorio terrible, yace una bomba inactiva y
herrumbrosa arrojada por el ejército de Francisco Franco. Jacinto (Eduardo Noriega), el mozo del albergue,
y Conchita
(Irene Visedo), profesora de los
menores –y su amante-, son el resto de los adultos que gobiernan ese pequeño y
precario universo. Al poco tiempo, Carlos
comienza a percibir cosas extrañas. Susurros y apariciones lo llevan a conocer
la historia de Santi (Junio Valverde),
un habitante del orfanato desaparecido misteriosamente la noche que cayó la
bomba.
Siguen momentos hermosos, trágicos y
verdaderamente escalofriantes, todos captados por la cámara de nuestro paisano Guillermo Navarro, plena de tonos sepia,
en la que fue su segunda colaboración. Uno de sus aciertos es el aspecto de Santi, acuoso y brumoso, que tiene mucho
que ver con su lugar de reposo. La trama nos recuerda que el fantasma no es la
verdadera amenaza. Uno de los vivos es más temible que los muertos. Y esto saca
lo peor de los niños, que hacia su desenlace no son diferentes de los protagonistas
de El
señor de las moscas de William Goding.
Su mínima ganancia económica es sólo
proporcional al enorme prestigio que le valió a del Toro, alabado por el
público y la crítica. Comparada a menudo con otra gran película estrenada ese
año (Los
Otros de Alejandro Amenábar),
significó incontables nominaciones y premios internacionales para nuestro héroe
–porque “El Gordo” es uno de mis héroes-. Esta película sin duda lo colocó en
una posición en la que finalmente podría establecer sus términos. Y eso, para
su fortuna y la nuestra, ocurrió muy pronto.
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