Muy buenas
noches a todos. Gracias por estar aquí. Primeramente deseo agradecer a
Editorial Terracota –a Alejandro
Villagrán y a Ximena Ruiz Rabasa por sus buenos oficios- por su amable
invitación y la oportunidad de reencontrarme con mi querido Enrique Alfaro
Llarena, incansable promotor de la cultura que en el pasado me demostró su
confianza en los fulgores de lo oscuro.
Contrariamente a
la percepción popular, existe un profundo arraigo de la figura del vampiro en
nuestra cultura. Desde la deidad maya Tzotz hasta el Dios Tzinacán de la
cultura náhuatl, el monstruo ha desplegado sus alas en prácticamente todas las
manifestaciones culturales. Esto lo expresa muy bien el indispensable Jorge
Ibargüengoitia en su divertido ensayo Vida
de los vampiros: “la gente común y corriente sabe más de vampiros que de
los otomíes”.
Debemos ejemplos
que refuerzan lo dicho por el guanajuatense a autores como el hidalguense Efrén
Rebolledo –con su poema romántico El
Vampiro-, Amado Nervo –con su poema A
Leonor-, Bernardo Couto Castillo –con su cuento Blanco y rojo-, Amparo Dávila –con el cuento El huésped- y a casos más recientes como Emiliano González –con el
cuento La mantis-, Ricardo Bernal –con
el cuento Los manuscritos del vampiro-,
Sergio Santiago Madariaga –con su cuento Muerte
veo en tus ojos-, Bernardo Fernández Bef –con el cuento Sólo salimos de noche- , Patricia
Laurent Kullick –con el breve e hilarante cuento Se solicita sirvienta-, Mario Méndez Acosta –con el estremecedor relato
No se duerman en el metro-, el
poblano José Luis Zárate –con su prodigiosa novela La ruta del hielo y la sal-, Adriana Díaz Enciso –con la novela La sed- y Carlos Fuentes, con su novela
corta Vlad, contenida en la antología
Inquieta compañía.
Pero uno de los
vínculos más profundos proviene de las raíces mismas del mito, con los
avistamientos hechos por Hernán Cortés durante la conquista de la Nueva España:
se percató cómo una variedad de murciélago, identificada posteriormente como Desmodus rotundus, una de las tres
especies de quirópteros hematófagos presente desde México hasta el norte de
Chile y Argentina, se alimentaban por las noches de sus caballos y las bestias
de tiro. William López-Forment Conradt, autoridad en México sobre estos seres,
señala que fueron los invasores los que llevaron esta noticia Europa, “donde
poco tiempo después comenzaron a aparecer cuentos de vampiros humanos,
especialmente en Europa Oriental, debido a su inaccesibilidad y desconocimiento
que tenían de esa zona del Continente Americano los habitantes de la Europa
Occidental. Los primeros europeos en reportar sobre estos animales, amén de
equivocarse de especie, fueron de Oviedo y Valdés en 1526, y Benzoni en 1565”.
Precisamente es este
animalito el responsable de dar el nombre al protagonista de la novela que hoy
nos reúne, Desmodus el vampiro de
José Carlos Vilchis Frausto. Y tengo ahora el reto de hablar del texto sin
estropear su descubrimiento a los nuevos lectores. En un escenario reconocible,
la Ciudad de México de nuestros días, el autor nos narra el descenso a las
tinieblas de un nuevo vampiro, “Desmodus, el hambriento, el Paria, el maldito,
el desterrado”. Esa dignidad es lo primero que debo agradecer a José Carlos: el
alejar al monstruo de la fórmula vacía, contemporánea y comercial y presentarlo
como es, un asesino en la cima de la cadena alimenticia.
Vilchis se da
tiempo de citar a sus clásicos a lo largo de la narración: de Julio Cortázar a
mi querido Vicente Quirarte, de William Shakespeare a Patrick Süskind. También
dedica un capítulo al cineasta alemán Win Wenders, cuya visión está presente en
la historia. Esto
nunca para sonar pretensioso o que el lector diga con asombro: “Cuánto ha leído
y conoce de cine este autor”. Lo hace para venerar a sus maestros y mostrar
orgulloso la presencia de sus lecciones. En ese sentido, su estilo es moderno
pero también muy generacional. El cine está presente no como referencia sino
como manera de ver y captar la realidad, sea mediante la descripción de una
espectacular persecución, de los inframundos del Centro Histórico de nuestra
ciudad –no sabía de la existencia del Pervert
lounge-, de sucios cuartos de hotel o de una lóbrega morgue con su
refrigerador con el letrero “carnes frías”. Y es precisamente gracias a esta
capacidad de observación, casi cinematográfica, que los detalles sumergen al
lector en el relato.
Podría continuar, pero prefiero concluir aquí. Gracias,
querido José Carlos, por esta disfrutable novela de vampiros, pues desde el
título establece vínculos muy necesarios en nuestro tiempo. Donde yo me eduqué,
el vampiro no brilla. Hablé antes de algunas de las virtudes de tu libro. Este ya
pertenece a los lectores y navega con sus propios medios. Serán ellos quienes
determinen su efecto y perdurabilidad. Espero que goce de la fortuna material
de recientes sagas literarias. Si no fuere así, tu obra triunfa sobre ellas en
muchos sentidos: posee el decoro y la autenticidad que los mayores éxitos sólo
sueñan. Ello no es gratuito. Se debe, sobre todo, a tu talento y tu constancia.
Toma estas palabras como una obligación para escribir novelas cada vez más
sorprendentes y, por qué no, más oscuras.
Muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario