Uno de los platos fuertes del pasado Festival Mórbido –del que ya platicaré
en un futuro no lejano- fue la premier del primer episodio de la nueva
encarnación televisiva de Drácula, co producción británica-estadounidense
creada por Cole Haddon, de la que ya
hablé hace varias semanas. Al finalizar el capítulo tuve
sentimientos encontrados. Primeramente quedé deslumbrado por su factura,
portentosa y que por muchos momentos me hizo sentir que veía una gran
producción cinematográfica. Luego vinieron los cambios, algunos sutiles y otros
dramáticos: Mina Murray (Jessica De
Gouw) es la primera estudiante (mujer) de Medicina en Inglaterra y uno de
sus profesores es Abraham Van Helsing (Thomas
Kretschmann). El voivoda Vlad Drácula (Jonathan Rhys Meyers), luego de ser
cautivo por su enemiga Orden del Dragón siglos atrás, es
devuelto a la vida en 1881 por un aliado insólito y, 8 años después, se infiltra
en la sociedad victoriana bajo el disfraz del genio científico estadounidense Alexander
Grayson, desterrado a las islas por Thomas Alva Edison. Conserva a su fiel servidor R. M.
Renfield (Nonso Anozie), ahora un solemne hombre de color que ya no
está obsesionado con los insectos. Jonathan Harker (Oliver Jackson-Cohen) sigue
pretendiendo a Mina –no se atreve a
dar el paso para conquistarla y sólo la presenta en sociedad como “su amiga”-
pero de ser un abogado en bienes raíces se convirtió en un intrépido reportero.
El refugio del vampiro, la ruinosa Abadía Carfax, se ha convertido en
una fastuosa mansión. Por supuesto no podía faltar la provocativa Lucy
Westenra (Katie McGrath). Fue
curioso que su vestido de fiesta, rojo como la pasión, contrastara con el de Mina, azul como la virtud y la nobleza.
Y luego vinieron guiños que ya son ritos
de paso establecidos por Bram Stoker:
“Bienvenidos a mi casa y dejen algo de la felicidad que traen consigo” o la
respuesta insinuada del vampiro “yo nunca bebo vino”. También están presentes
hechos que caracterizaron la época, como los crímenes de Jack el destripador o el auge económico del Imperio facilitado,
entre otras cosas, por su gran industria. Precisamente ahí está la motivación
del protagonista: lleva a cabo una venganza contra la milenaria Orden del Dragón, que basa ahora su
vasto poder en el monopolio de la industria petrolera. Y Drácula anticipó muy bien lo comprendido por Eliot Ness en su guerra contra el crimen de Chicago: si quieres
destruir a tus enemigos, pégales donde más les duele. En el bolsillo. Por
supuesto los malos no se quedaran sin dar batalla. Poseen a su asesina en jefe,
Lady
Jayne Wetherby (Victoria Smurfit),
que tiene cautiva a una vampira en busca de obtener información sobre su
enemigo.
Todo, insólitamente, se adhiere al Canon
establecido por Stoker: Harker
facilitará que el vampiro se posicione en Inglaterra –antes le vendió su
guarida, hoy parece que lo apoyará desde el Cuarto Poder-, Mina sigue siendo el prototipo de la Brave New Woman, Lucy la
chica coqueta de sociedad y Drácula aún
tiene un encono desmedido contra la sociedad occidental. Ahí se encuentra la
comunión con el rescatador misterioso que mencioné hace un rato: “nuestro odio
nació en el mismo lugar”. Y esto, por más que nos alarme, tiene sentido
estratégico. “Los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, dicen algunos. No
pienso que su trato sea definitivo. Ninguna sociedad de negocios es eterna.
Aún tengo reservas. Como he dicho hasta
el cansancio, Drácula no es una
historia de amores interrumpidos ni de reencarnaciones. No sé qué tan
necesarias son las secuencias de acción, que oscilan entre Matrix (hermanos Wachowski), 300 (Zack Snyder) y el más reciente díptico sobre Sherlock Holmes dirigido
por Guy Ritchie. Tal vez pretenden
dar un sello propio al programa, pero francamente a estas alturas del partido
identificamos las fuentes que las inspiraron. Tampoco comprendo el afán de que
el señor Rhys Meyers aparezca sin camisa cada vez que sea posible. Bueno, eso
sin duda tiene fines comerciales que apreciarán muchos –mujeres y hombres- y tal
vez sea parte –junto con las escenas sexualmente explícitas- de los contenidos
eróticos subyacentes de la novela.
Esta noche veré su segundo episodio. Eso
nos dará más elementos para formarnos una opinión definitiva.
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