Mucho se ha
criticado el cine del director y escritor indio estadounidense Manoj Nelliyattu
Shyamalan, quien firma sus obras como M.
Night Shyamalan. Esto proviene del gran reconocimiento que le mereció su
primer largometraje popular –el tercero en realidad-, Sexto sentido (1999),
impecable, minimalista y certero trabajo que propició la comparación inevitable
con todas sus cintas posteriores. He escuchado a más de una persona decir que
anticipaba el desenlace desde la primera mitad de la película, y si analizamos
en perspectiva las señales son más que evidentes, pero el momento en que el Dr.
Malcolm Crowe (Bruce Willis)
observa a su dormida esposa Anna (Olivia Williams) dejar caer su anillo
de bodas y escuchamos de nuevo al pequeño Cole Sear (Haley Joel Osment) hacer un recuento de lo que tuvimos a plena
vista y pasó inadvertido ante nuestros ojos, es estremecedor. Sentó un
precedente que todos esperábamos ver repetido y superado en su sucesiva
filmografía. También definió un estilo: el twist ending, el simbolismo del
color rojo, la influencia de clásicos televisivos como La dimensión desconocida
y Hitchcock
presenta, una cámara estática –mayormente la del cinefotógrafo Tak Fujimoto-, solventes partituras de James Newton Howard, una locación
identificable –su tan amada Philadelphia, Pennsylvania- y sus cameos. Tenía un peso enorme en los
hombros.
Su
siguiente película, El protegido (Unbreakable, 2000), es uno de los
mejores estudios sobre la figura del superhéroe que recuerdo. Willis nuevamente
ocupaba el papel protagónico, ahora como el frustrado ex jugador fútbol
convertido en guardia de seguridad David Dunn, quien junto con su hijo Joseph
(Spencer Treat Clark) descubre su
verdadero papel en la vida gracias al encuentro con el frágil Elijah
Price (Samuel L. Jackson).
“Me decían el Sr. Vidrio”. Su edición especial en DVD contiene ilustraciones
que el talentoso Alex Ross hizo
especialmente para la misma. Una maravilla.
Le siguió Señales (2002), un homenaje a La Guerra de
los Mundos y La noche de los muertos vivientes
que prescinde de explosiones y la gran parafernalia que supone una invasión
extraterrestre para dar paso a un drama familiar y de reencuentro con la fe. La
oveja descarriada Graham Hess (Mel Gibson)
le pregunta a su atribulado hermano Merrill (Joaquin Phoenix) “¿eres de las personas que cree en milagros, que
ve señales, o crees que la gente sólo tiene suerte? ¿Es posible que no existan
las coincidencias?”. Pese a que muchos dicen que recurre a lo previsible, la
cinta tiene momentos memorables y otros verdaderamente divertidos –los cascos
tipo Kisses-. Pude comprobar dos
veces cómo la audiencia brincaba de sus asientos –literalmente- al ver por unos
instantes al alienígena videogranbado durante una fiesta infantil.
Las cosas comenzaron a desgastarse en La aldea (2005), cinta
que no satisfizo mis expectativas pero no me disgustó. Salí del cine con la
sensación de haber visto un capítulo televisivo –impecablemente filmado, eso
sí- de 108 minutos. Su contundencia se volvió predecible. Después vino La
dama del agua (2006), un cuento de hadas que disfruté enormemente –Paul Giamatti y Bryce Dallas Howard son estupendos- pero que tuvo un gravísimo
error: de realizar una esperada aparición mínima, Shyamalan se adjudicó un
papel importantísimo en la trama, casi mesiánico. Su público comenzó a abandonarlo
y, por consiguiente, el entusiasmo de sus productores. Y ni mencionemos las
críticas adversas que generó. La cinta costó 70 millones de dólares. Ganó poco
más de 72. Fue un desastre que pavimentó su caída. Pareció redimirse con El
fin de los tiempos (The happening, 2008), cinta que
defino como una versión vegetal de Los pájaros de Hitchcock y que pudo
ser más afortunada. Su principal defecto fue su protagonista Mark Wahlberg, quien no logró despertar
la empatía que un hombre ordinario enfrentado a la otredad haría. Al menos no
le fue tan mal en taquilla. De los 48 millones de dólares que costó, ganó 168.
La crítica no la recibió tan bien. Los pocos que la defendieron dijeron que era
una B-movie,
y eso no es malo. Posteriormente se resignó a dirigir proyectos por encargo. La
adaptación de la popular caricatura Avatar: el último Maestro del Aire
(2010) –titulada únicamente El último Maestro del Aire, por
aquello de evitar se relacionara equivocadamente con la cinta de James Cameron- fue una gran pirotecnia
visual que apostaba por atraer a los grandes públicos a los cines. Y eso fue lo
triste. Pasó de ser un cineasta autor –parece exagerada la etiqueta, pero o
olvidemos que escribía sus guiones y tenía un estilo- que privilegiaba la
historia y evitaba sustentar su trabajo en efectos especiales, a uno sometido a
los designios de los estudios y que le entró al gran juego. Parece que ocurrirá
lo mismo en Después de la Tierra
(2013), cuyos espectaculares avances delatan que está diseñada para el
lucimiento de Will Smith –y su hijo Jaden-.
Hasta ayer no sabía que Shyamalan tuviera algo que ver con ella y la verdad no
me atraía en lo más mínimo. Ahora la veré, porque el director es merecedor con
creces del beneficio de la duda.
Yo creo que el M. Night Shyamalan que me gusta puede
regresar. He sufrido grandes desencantos con Quentin Tarantino –Jackie
Brown y A prueba de muerte-, Tim Burton –Alicia en el País de las Maravillas- y Christopher Nolan –sigo sin reponerme de su tercera Batman-,
pero veré con entusiasmo sus siguientes películas. No pretendo compararlos. Como
ellos, posee oficio y ha dejado en claro que, como nosotros, es un cinéfilo
irredento. Debe volver a lo básico. Seguiré confiado en su potencial.
¡Te extrañamos Shyamalan!
ResponderEliminarPues siento decirte que "Después de la Tierra" te va a hacer llorar...
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