Escribir sobre películas o series de
televisión que la mayoría de tus correligionarios –porque el horror y los
vampiros son nuestro credo- no han visto, me supone un gran dilema. Lo último
que deseo es estropear la sorpresa a nadie, fomentar la cultura del llamado spoiler. No olvido cómo un joven Homero
Simpson dijo a su futura esposa Marge, al salir de ver El
Imperio Contraataca (Irvin
Kershner, 1980) y ante furiosos aficionados, “quién hubiera pensado que Darth
Vader era el padre de Luke”. Como nos lo enseñó el
amarillento personaje, no todos los spoilers son intencionales. Por otra parte,
está mi entusiasmo. Es cierto que las obligaciones cotidianas muchas veces te
impiden mantenerte actualizado, pero vivimos en un mundo globalizado donde se
puede acceder con gran facilidad a la información gracias a la tecnología. Por
ello, a más de cinco años de su publicación, hablaré mayormente sobre la
trilogía de novelas que propició la serie de televisión desarrollada por Carlton Cuse –el mismo de Bates
motel- que se estrenará –en Latinoamérica- en unas horas.
Lo primero que diré es que The
Strain es una historia que reivindica al vampiro clásico que me gusta: malvado, consciente que se encuentra
a la cabeza de la cadena alimenticia. No brilla ni vive en los bosques como las
hadas de Disney ni los engendros de Sthepanie Meyer. Su procedencia es
completamente –al menos en un principio- explicable desde la arista de la
ciencia y la racionalidad. Lo vemos desde su título, La Cepa, tomado del nombre que da la Biología o la Epidemiología
a variantes taxonómicas de virus, bacterias u hongos. Escritos por nuestro
paisano Guillermo del Toro y el
autor de ficción Chuck Hogan, los
libros son un verdadero examen para los devotos del cineasta. Su universo
completo está ahí, desde referencias a situaciones y personajes que bien
conocemos a través de sus películas y menciones a sus obsesiones y sus seres
amados, desde su esposa Lorenza
hasta su cinefotógrafo de cabecera Guillermo
Navarro. La narración entera, plena de detalles e historias tangenciales, fue
concebida para ser trasladada a la pantalla chica. Este medio es el que más le
conviene. En su momento se habló de la intención del tapatío de llevarla al
cine, pero esto la hubiera limitado terriblemente. Cada uno de los libros
ofrece, por lo menos, material para una temporada completa.
Me animé a ver la serie, estrenada en
Estados Unidos hace varias semanas, gracias al internet y a la falta de
respuesta de sus exhibidores –el Canal FX de Latinoamérica- en las redes
sociales ante mis insistentes preguntas sobre su fecha de estreno en nuestro
país. Su inicio, en deuda indiscutible con Drácula de Bram Stoker, es inmediatamente prometedor: Un enorme avión Boeing 767,
procedente de Berlín, aterriza en el aeropuerto internacional John F. Kennedy
de la Ciudad de Nueva York e inmediatamente interrumpe comunicaciones con las
autoridades. Apaga sus luces interiores y tiene sus ventanillas cerradas, excepto
una. La paranoia posterior al 11 de
septiembre pone en alerta inmediata a todas las corporaciones gubernamentales,
entre ellas el Centro de Control de
Enfermedades (CDC, en sus siglas
en inglés), por las enormes posibilidades de un nuevo ataque terrorista. Luego
de una tensa espera, ingresan en el aparato. El primero en hacerlo es el Dr.
Ephraim Goodweather (Corey Stoll),
cabeza del Proyecto Canario de la
institución, un grupo especial de respuesta rápida a amenazas biológicas. Junto
a su colega, la Dra. Nora Martínez (Mía
Maestro), hace un terrible descubrimiento: sus 206 ocupantes –pasajeros y
tripulación- están muertos y hay cuatro sobrevivientes. Este es el inicio de
una pesadilla que amenaza con diezmar a la humanidad. “El fin de nuestra civilización
es el inicio de la suya”, decía su publicidad. Esto llevará a los científicos a
integrarse a un poco ortodoxo equipo de cazadores de vampiros: el ucraniano exterminador
de ratas Vasiliy Fet (Kevin
Durand) y el pandillero latino Agustín Elizalde (Miguel Gómez), todos dirigidos por el
anciano Abraham Setrakian (David
Bradley), sobreviviente del Holocausto Nazi que ha visto dos rostros de la
verdadera maldad. Todo envuelve la llegada de Jusef Sardú, también conocido
como El
Amo (el gigantón Robert Maillet
con la voz de Robin Atkin Downes),
ayudado por su acólito Thomas Eichhorst (Richard Sammel) y la alianza profana
que hizo con el moribundo magnate Eldritch Palmer (Jonathan Hyde), cabeza del siniestro Grupo Stoneheart
y homenaje a la novela Los tres estigmas de Eldritch Palmer
de Phillip K. Dick.
La factura del programa es impecable,
desde su fotografía (debemos la de cuatro episodios al mexicano Gabriel Beristáin, quien ya colaboró
con “El Gordo” en Blade 2) hasta su puesta en escena que da vida de forma
convincente a los monstruos tal y como fueron concebidos por Del Toro y Hogan.
También están sus guiños, desde la narración de Lance Henriksen, la fugaz aparición del mago del maquillaje Rick Baker hasta la de Doug Jones, a quienes recordarán como Abe
Sapien en el –aún- díptico de Hellboy o como el Fauno
en la más laureada de sus obras.
Y repito que todo está ahí, como sus tan
queridos subterráneos. Su Goodweather no es otro que el
epidemiólogo Peter Mann (Jeremy
Northam) de Mimic (1997) o el malvado Palmer,
ansioso por obtener la vida eterna, es sin duda el Dieter de la Guardia (Claudio Brook) de su ópera prima La
invención de Cronos (1992) o el decadente vampiro Eli Damaskinos (Thomas Kretschmann) de Blade
2 (2002), con sus órganos corporales en frascos de vidrio. Los vampiros
de la dupla provienen sin duda de la cepa bautizada como Reaper en Blade 2, calvos y con ese apéndice en
sus bocas con el que beben la sangre de sus víctimas en lugar de los
tradicionales colmillos.
Antes que la serie concluyera su primera
temporada, por su gran aceptación entre el público y la crítica, sus
productores anunciaron la realización de una segunda. Ya comentaremos más de
ella en un futuro no lejano.
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