El pasado martes, recuperado de las festividades de muertos, presenté la película Nosferatu, sinfonía de horror (F. W. Murnau, 1922), la cual dio inicio al ciclo de cine “Los monstruos llegaron ya”, que organiza la Casa Universitaria del Libro, la Coordinación de Humanidades y la Filmoteca de la UNAM.
Ante un público pequeño pero entusiasta, expuse aspectos que admiro de la mencionada cinta, uno de los especímenes menos apegados a las convenciones del expresionismo alemán y una de las primeras adaptaciones cinematográficas conocidas del Drácula de Bram Stoker.
Todos conocemos el aspecto repulsivo del vampiro Conde Orlock, el cual se aleja diametralmente del fascinante aristócrata transilvano encarnado unos años después por Bela Lugosi. Ese es sólo uno de los aspectos que vuelven inolvidable al filme, un auténtico festín para todo admirador del cine de horror.
Días atrás vi una secuela que esperaba con ansiedad. Se trata de [REC] 2, continuación de la maravilla española [REC] (Paco Plaza y Jaumé Balagueró, 2007), una eficiente y novedosa cinta que, gracias a la piratería, se convirtió en objeto de culto en nuestro país antes de su estreno comercial. Este experimento emplea la movilidad natural de la cámara y actores desconocidos para dotar de verosimilitud periodística a un drama de supervivencia mil veces narrado. Una auténtica maravilla que se disfruta mejor en la pantalla chica pues su formato es el de un reportaje televisivo.
Debo decir que, a diferencia de muchas personas con quien he comentado la película, ésta no me desilusionó del todo. Simplemente no fue lo que esperaba. Contiene los elementos esperados de una segunda parte y algunos momentos inteligentes (los dos relatos paralelos que se unen en un momento), pero el efecto que causó su antecesora se diluyó del todo.
Sobre ambas cintas –Nosferatu y [REC] 2- reproduciré a continuación lo que el periodista Naief Yehya publicó el pasado julio en la edición impresa de Milenio y la crítica que mi buen amigo Rafael Aviña hizo a la secuela española en Primera Fila de Reforma.
Prohibido asustarse.
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