Charles Baudelaire y Fernando Savater, como tantos escritores, piensan que la literatura es la infancia recuperada a voluntad. Lo mismo puede decirse del cine. Muchos de los primeros recuerdos de mi vida están relacionados con aquellos viajes periódicos al desaparecido cine Continental, en la Ciudad de México. Mi madre, valiéndose de privilegios de su condición de empleada de la Procuraduría de Justicia, me llevaba los sábados a deleitarme con películas de Walt Disney, viejas o de reciente estreno. En ese sacrosanto recinto aprendí que la imaginación es uno de los aspectos más maravillosos de la condición humana. No puedo evitar recordar esto cuando veo en el Periférico espectaculares que anuncian el inminente estreno de la tercera parte de la serie Toy story, que iniciara en el año de 1995 bajo la dirección de John Lasseter, artífice e iniciador del imperio de animación por computadora Pixar, estudio continuador indiscutible de la tradición Disney y que ha conservado la delantera en el campo. Si Toy story demostró originalidad y frescura –la cual extendió a una exitosa secuela (Lasseter y Ash Brannon, 1999)- es tal vez inferior a sus hermanas mayores Ratatouille (Brad Bird, 2007), Wall-E (Andrew Stanton, 2008) y Up, una aventura de altura (Pete Docter, 2009). Y esto no sólo por los notables avances tecnológicos que la compañía alcanza entre cada cinta, sino por su depurada técnica narrativa, por lo atractivo de su historias –que pueden disfrutar por igual chicos y grandes- y por la profundidad de las mismas. Remy, la humilde rata con aspiraciones culinarias, reconoce su verdadera vocación en el momento más conmovedor de la cinta que protagoniza: “porque yo soy el chef”, asegura resuelto a su padre y hermano. Al final es recompensado. Es calificado como “el mejor chef de Francia” por su principal detractor y posterior admirador. Si la calidad que las historias de Pixar es similar en esta nueva incursión, auguro el mejor resultado para Toy story 3. Veamos si tengo razón al confiar.
Es irónico que hable de una película infantil en el día en que se cumple el primer aniversario del incendio que cobrara tantas víctimas. Porque no sólo son víctimas los 49 pequeños muertos en la guardería ABC, o las docenas de niños con afecciones crónicas. Lo son también las docenas de padres, abuelos y tíos que nunca aceptarán la pérdida de sus seres amados. Ojalá desde el Cielo, porque los inocentes no pueden estar en otro lugar, les envíen fuerza a sus deudos para aprender a vivir sin ellos. A pesar de la indolencia de los gobiernos, la justicia para ellos debe llegar.
Ojalá que así sea, que la justicia toque a las puertas de nuestro país, y que haya alguien dispuesto a abrirlas.
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