Cuando observo los efectos del calentamiento global, el derrame petrolero en el Golfo de México, las especies animales que aniquilamos sin misericordia y cosas aparentemente irrelevantes en medio de la tragedia nacional –porque la crisis económica, la indolencia de la Suprema Corte de Justicia y la guerra contra el narcotráfico se cuecen aparte-, como el hermoso parque cercano a mi casa, donde la muchas personas arrojan indiferentemente todo tipo de desperdicios –desde botellas de cerveza hasta condones usados-, no puedo evitar un fatal sentimiento: el ser humano, como especie, no merece existir. Es cierto que habemos unos pocos locos que tenemos cierto nivel de conciencia y que el hombre ha creado las más sublimes expresiones artísticas, pero todos esos triunfos palidecen frente a nuestra naturaleza predadora sin sentido. Una película protagonizada por Jamie Lee Curtis (Virus, John Bruno, 1999) ya lo dijo: el hombre es un virus. Los virus destruyen a su huésped y se multiplican.
Uno de los temas más recurrentes de la ciencia ficción es el fin del mundo. Desde maravillosas y terribles películas setenteras como Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973) hasta impresionantes pirotecnias contemporáneas como 2012 (Roland Emmerich, 2009), el fin de la civilización ha exaltado la imaginación de escritores y cineastas y ha servido como una forma de sacudir nuestra conciencia sobre la manera en que tratamos a nuestro planeta.
Escribo esto no porque la reciente derrota de potencias futbolísticas sea una señal del fin del mundo, sino porque vi la película El último camino (John Hillcoat, 2009), basada en la novela The road, de Cormac McCarthy, autor de otro libro que ya ha sido llevado a la pantalla grande, Sin lugar para los débiles (hermanos Cohen, 2006). El eficiente guión de Joe Penhall narra la historia de un hombre ordinario (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smith-McPhee), quienes viven un drama de supervivencia en un planeta tierra devastado, donde las condiciones de vida han llevado a todas las especies animales a la extinción, a las vegetales al borde de la misma y los pocos sobrevivientes humanos están en una continua búsqueda de alimento, la cual lleva a muchos al canibalismo. La supervivencia del más apto, anunciaba Charles Darwin. El resignado padre lucha no sólo por su vida, sino por mantener alejado a su vástago de estos horrores (“nosotros nunca nos comeremos a alguien”). La cinta no pierde tiempo en profundizar en las causas que condujeron al mundo a la tragedia –no sabemos si fue por una guerra mundial, el calentamiento global o un virus asesino-, lo que le importa son las consecuencias. La trama está plagada de flashbacks, el preludio funesto a su aventura, donde el hombre recuerda su vida pasada al lado de su esposa (la sudafricana Charlize Theron), quien no resiste la inminente tormenta. A lo largo de su desventura, nuestro héroe contempla el suicidio en más de una ocasión, pero el instinto de conservación se impone junto con la necesidad de preparar a su hijo para seguir adelante cuando ya no se encuentre en este mundo, angustia inherente de todo buen padre. La desgracia despierta lo mejor de la naturaleza humana –recordemos el sismo de 1985 o el terremoto de Haití-, pero también lo más vil –rapiña, robos, instintos violentos- y los protagonistas lo descubren en carne propia. También encuentran placer en las cosas pequeñas, como el hallazgo de una simple lata de refresco. Destaca la modesta producción de la película –que no precisa de efectos por computadora-, apoyada de una eficaz fotografía de Javier Aguirresarobe, cuya paleta está dominada por tonos grises, y las breves apariciones de Robert Duvall y Guy Pearce. El desenlace, pese a una nota esperanzadora a través de la limpia mirada de un perro, anuncia la fatalidad a la que nos dirigimos. Una película depresiva, cierto, pero inquietantemente relevante.
A pesar de las (malas) críticas, esta película me gustó bastante. Muchos argumentaban que la novela de McCarthy era "intraducible" aún sin haberla leído (en específico Erick Estrada en cuya reseña no paraba de decir: por lo que me han contado del libro...). A mi gusto, la película logra capturar el ambiente gris y desolador del libro. No hicieron falta grandes efectos y explicaciones; uno puede sacar sus propias conclusiones o imaginarse las causas o lo que pasará después. A lo mejor por eso no le gustó a la mayoría: hollywood nos ha acostumbrado a los efectos deslumbrantes y a las explicaciones exhaustivas.
ResponderEliminarEsta es una gran película donde Viggo Mortensen, inexplicablemente, no tuvo ni siquiera una nominación por su gran actuación.
HAN CREADO EN LA HUMANIDAD UNA MENTALIDAD DE CATACLISMO INCREIBLE.
ResponderEliminarSI LOS MAYA SABEN TANTO PORQUE NO PREDIJERON SU DESAPARICION Y TAMPOCO ERAN TAN AVANZADOS.
LA VERDAD TODO ESO ME TIENE CANSADO......SOLO DIOS SABE CUANDO NO LO SABE EL HOMBRE.
LO QUE DIOS DISPONGA