La
madrugada del lunes, justo antes de abandonarme en brazos de Morfeo, escuché un
resumen informativo en la radio donde anunciaban el suicidio del cineasta
británico Anthony David Scott, conocido en su medio como Tony Scott, hermano del talentosísimo Ridley y artífice de la compañía productora Scott Free. Se arrojó
al medio día del domingo anterior del puente Vincent Thomas en San Pedro,
California. Tenía 68 años de edad.
Una muerte
de este tipo nunca deja de ser sorpresiva, trágica. Se ha dado cuenta que Scott
dejó un recado ante mortem
–popularmente conocido como “recado póstumo”-, del que seguramente se conocerá
su contenido en algunas semanas. En el medio artístico es algo que reviste de
un aura de misterio al suceso, como ocurrió en los casos del pintor holandés Vincent van Gogh, el poeta coahuilense Manuel Acuña, la escritora inglesa Virginia Woolf, el actor mexicano Pedro Armendáriz, la poetisa
estadounidense Sylvia Plath, los
escritores estadounidenses Ernest
Hemingway, Robert Hayward Barlow
–de quien hablé hace muy poco- y Hunter
S. Thompson, la bella actriz checa –naturalizada mexicana- Miroslava Šternová, hasta sucesos que
perviven hoy en día –en la cultura popular- como homicidios disfrazados de
suicidio. Las muertes del actor George
Reeves, la actriz Marilyn Monroe,
y del cantautor Kurt Cobain –todos
estadounidenses- son algunas de las más conocidas.
Tony Scott
fue un cineasta con una filmografía variopinta, lograda en muchos casos, con
altos valores estéticos. Su procedencia de la cultura del videoclip y la
publicidad son palpables, desde sucesos de taquilla como Top Gun (1986), vehículos
para el lucimiento de comediantes –exitosos en ese momento- como Eddie Murphy
en Un detective suelto en Hollywood II (1987), Días
de trueno (1990), el trepidante buddy
film El último Boy Scout (1991), el thriller
romántico de La Fuga
(1993), la inteligente Marea Roja (1995), la psicótica El
Fanático (1996), Enemigo del Estado (1998), Juego
de espías (2001), Hombre en llamas (2004), el caso
real de la cazarecompensas Dominó (2005), Déjà Vu (2006), Asalto
al tren 123 (2009) y su último trabajo Imparable (2010).
Pero para los interesados en los géneros que estudia este
blog, su ópera prima, El Ansia (The Hunger, 1983), le
otorgó la pertenencia al gran panteón fílmico destinado a los grandes. Basada
en la novela homónima de Whitley
Strieber, Scott encontró los elementos que la convertirían en un objeto de
culto instantáneo: un estupendo ensamble actoral –Catherine Deneuve, David Bowie y Susan Sarandon-, una atmósfera que se
debate entre la oscuridad del submundo gótico y la opulencia de esos grandes
espacios neoyorkinos –hábilmente retratada por Stephen Goldblatt-, una eficiente partitura de Denny Jaeger y Michel
Rubini y la emblemática aparición inicial de Peter Murphy y Bauhaus cantando su clásico Bela
Lugosi is dead. Su título en español es muy apropiado, según nos
recuerda Mark Rein Hagen en Vampiro:
La mascarada, pues describe efectivamente las urgencias de los vampiros
de Scott: “La llamamos Ansia, pero el término es lamentablemente inadecuado.
Los mortales conocen el hambre, incluso la inanición, pero eso no es nada. El
Ansia reemplaza a casi cualquier otra necesidad, cualquier otro impulso
conocido por los vivos –comida, bebida, reproducción, ambición, seguridad- y es
más urgente que una combinación de todos. Más que un impulso, es una droga, a
la cual nacemos con una desesperanzada adicción. Al beber sangre no sólo
garantizamos nuestra sobrevivencia, sino experimentamos un placer más allá de
cualquier descripción. El Ansia es un éxtasis físico, mental y espiritual que
ensombrece todos los placeres de la existencia mortal. Ser un vampiro es estar
atrapado por el Ansia. Tal es la paradoja de nuestra vida. Es la maldición de
mis semejantes”.
Muchos suelen cuestionar al suicida por su
falta de valor para enfrentar la adversidad. Yo lo hacía hasta hace poco
tiempo. El manuscrito de la próxima novela de un querido amigo me hizo pensar
lo contrario: esté afectado por un padecimiento físico o mental, es la última
decisión lúcida de una persona que tiene el valor para poner el punto final. Es
la única forma de liberarse definitivamente de las ataduras del mundo terrenal, del sufrimiento. Y como tal debemos respetarlo. Tony Scott no saltó al vacío ni se abandonó de la vida. Fue al encuentro del
último secreto. Debe estar en un lugar mejor. Hasta ahí le envío mi gratitud y
mejores pensamientos.
Séneca dijo:
ResponderEliminar"La cosa mejor que ha hecho la ley eterna es que, habiéndonos dado una sola entrada a la vida, nos ha procurado miles de salidas (…) Si te place, vive; si no te place, estás perfectamente autorizado para volverte al lugar de donde viniste."
¡Saludos!