viernes, 23 de julio de 2010

Donde todo inició, o cómo “descomponer” a un niño

Hoy este blog cumple un año de vida. Con casi un centenar de seguidores y más de seis mil visitas –desde que inicié la cuenta el pasado marzo-, esto es un motivo de enorme satisfacción. La ocasión no sólo me demuestra que no estoy solo, pues muchos comparten algunas de mis pasiones, también me invita a reflexionar sobre la génesis de mi fascinación por estos temas, el horror y la fantasía. Todo comenzó con los capítulos de Plaza Sésamo que veía, sentado en un pequeño sillón de hule espuma, al lado de mi hermano Quique. Éramos Enrique y Beto, colmo de las coincidencias. El hambriento lobo feroz, entrevistado por la rana René, y el obsesivo Conde Contar fueron dos de los primeros monstruos que me fascinaron. Luego vinieron los libros que me procuró mi madre y que me leía todas las noches. Siempre he dicho que ella es la responsable de que mi imaginación tenga alas de murciélago. Recuerdo cómo acudíamos religiosamente cada semana a la Comercial Mexicana de la colonia Pilares para comprar la nueva entrega de la bella colección de clásicos infantiles ilustrados, editados por José Emilio Pacheco –cuya grandeza no conocía a mis tiernos 5 años de vida-. Acompañaron a éstos otros libros que ella adquiría en su trabajo, adaptaciones de historias similares o de películas hoy clásicas de Walt Disney. En sus páginas conocí las historias de los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen, pobladas de ogros, brujas caníbales, niños abandonados y mujeres capaces de las acciones más viles. Paralelas fueron esas excursiones memorables al desaparecido cine Continental, la catedral de mi primera educación sentimental, con las obligadas carreras por su extenso pasillo, entre interminables hileras de butacas, hasta que llegaba el momento de sentarse y disfrutar la película. Hoy critico la manera en que Disney edulcoró esos cuentos terribles que me cautivaban, pero en ese momento eso era irrelevante. Maléfica transformada en un dragón negro que escupía fuego al gallardo príncipe, la humilde marioneta que deseaba ser un niño de verdad, el elefante subestimado que consiguió uno de los sueños más acariciados del hombre, o la bella y malvada Reina que bebía una pócima y se convertía en una horrible vieja dispuesta para dar una manzana envenenada a su enemiga, son algunas de las escenas más entrañables de mi niñez. Precisamente con Dumbo aprendí cuán cruel puede ser el hombre con lo diferente. Luego vinieron las sesiones vespertinas frente al televisor, muchas al lado de mi abuelo materno, a quien admiraba profundamente –y sigo admirando- porque cazaba monstruos en la vida real. Inevitables fueron Los Intocablescon Robert Stack como Eliot Ness- y la vieja versión de Batman con Adam West. Hoy reconozco que su espíritu kitch atenta contra la esencia del personaje, pero era increíblemente divertida en ese entonces. Desde ese momento se convirtió en mi héroe. Cuado fui capaz de leer conocí los cómics de Batman y el Hombre Araña, así como otros clásicos de la literatura, en versiones convenientemente abreviadas e ilustradas: El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Los tres Mosqueteros, El hombre de la Máscara de Hierro, Moby Dick, Frankenstein y, sobre todo, Drácula. Algo sucedió en mi interior al conocer esa novela. Fue una especie de amor a primera vista. Gracias a ese feliz encuentro puedo comprender el estremecimiento de Julio, el niño del cuento de Richard Matheson, al conocer por primera vez al chupasangre aristócrata. Aún hoy, aunque he estudiado otras figuras y temas, no puedo evitar una especial atracción por los vampiros. Aún conservo ese libro. Es el origen de muchos proyectos en que me he embarcado en tiempos recientes, de muchas satisfacciones e inmensas dichas. Me cuesta comprender cómo muchas madres de nuestros días censuran el deseo de sus hijos por leer obras como las que acabo de mencionar. Temen “descomponerlos”. Yo creo que, por el contrario, les beneficiarían. Les permitirían conocer, a través de metáforas, los dos lados de la moneda, el bien y el mal, elección natural que conforma nuestra personalidad y valores. ¿Cuántos de nosotros tenemos el privilegio de ser fieles a nuestras obsesiones infantiles? No permanecer en esa etapa, sino incorporar ese sentir en la vida adulta, conservar la magia y la inocencia, la capacidad de asombrarnos ante lo maravilloso. Ese es el antídoto perfecto para enfrentar los horrores cotidianos. Soy el niño que deseaba ser bombero y lo logró. Este blog es testimonio de ello.
Gracias por seguirme durante un año, por sus inteligentes comentarios que enriquecen este espacio. Espero contar con su compañía durante mucho tiempo porque, como decía la grandiosa Aretha Franklin, the best is yet to come.

4 comentarios:

  1. Hola Rob, muchas felicidades por este 1er aniversario. Atte.: Ruth

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  2. ¡Muchas felicidades! Y muchas gracias por compartir tus historias. He sido privilegiada al ver muy de cerca la creación de este espacio, también soy testigo fiel de la pasión, dedicación y amor que le das a tu blog y a todo lo que tocas.
    Gracias por este espacio y gracias por dar clases de literatura y cine de vampiros.

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  3. Guau, ya un año, que increíble es el tiempo, es tan diferente la percepción que tengo de éste a cada momento, pero en fin. Un cálido abrazo desde la angelópolis y no importan cuando, pero espero vuelvas de alguna manera, hasta entonces larga vida a tu trabajo porque sin vos, la vida no sería la misma :-D

    ATTE. DIZZETH

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  4. Tener un blog exige más disciplina de la que uno cree. Lo sé por experiencia propia.

    Felicidades!
    @Triego

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