martes, 6 de julio de 2010
El imaginario mundo del señor Gilliam y la trágica muerte del señor Ledger
No todas las personas aprecian las películas de Terry Gilliam. Los que lo admiramos seguimos su carrera desde sus días como actor y animador de la agrupación británica Monty Phyton hasta su impecable trayectoria como director de cine. Estudiar su obra en conjunto permite apreciar mejor El imaginario mundo del Dr. Parnasuss (2009), su décimo largometraje, cinta que me confundió y deleitó la semana pasada. Me desconcertó porque el señor Gilliam, a sus casi 70 años de edad, se toma incontables libertades a la hora de contar una historia, pues está más allá de lo lineal y predecible. Me deleitó precisamente por esto, porque siempre ha demostrado ser un narrador hábil e imaginativo. Para mí se encuentra a medio camino entre Charles Dickens y Lewis Carroll. Esta película no sólo se distingue por ser el último trabajo del talentoso Heath Ledger, sino por las maniobras argumentales que su muerte supuso a la dupla escritoral conformada por el propio Gilliam y Charles McKeown –con quien ya había trabajado en Las aventuras del Barón Munchausen (1988)-, pero ya llegaré a eso. Y es que uno de los aspectos que distingue las películas de Gilliam son las numerosas dificultades que atraviesan, que van de la muerte de sus protagonistas (como este caso) y problemas presupuestales hasta cancelaciones definitivas, como esa espina atorada en su gañote titulada El hombre que mató a Don Quijote –y que parece estar por sacarse-. Pero regresemos al imaginario mundo del Dr. Parnasuss. La cinta cuenta la historia del espectáculo itinerante, casi medieval, integrado por una insólita troupe que lidera el Dr. Parnasus del título (Christopher Plummer, que de no ser canadiense hubiera sido el sustituto perfecto para Richard Harris y su profesor Dumbledore en la serie de Harry Potter), su hija Valentina (Lily Cole), el enano Percy (Verne Troyer, el malvado Mini-Yo de Austin Powers, con quien Gilliam ya trabajó en 1998 en Miedo y asco en las Vegas) y el joven e ingenuo Anton (Andrew Garfield). Ellos recorren las zonas bajas de un Londres contemporáneo –que no dejan de recordarme algunos escenarios de Brasil (1985) o del Pescador de ilusiones (1991)- con la promesa de que los espectadores pueden, a través de la poderosa imaginación de Parnassus, transportarse a un mundo mágico y maravilloso con praderas deslumbrantes y un cielo glorioso. Pero hay algo más. En el fondo subyace una apuesta entre el prestidigitador y el Diablo (el maravilloso Tom Waits): cual pacto fáustico, Parnasuss recibió el don de la inmortalidad –¿en verdad es un don?- a cambio del alma de Valentina al cumplir los 16 años. En el límite del reto, el agobiado padre debe conseguir 5 almas para el Maligno a cambio de la de su hija. Las cosas giran cuando encuentran colgado en un puente a Tony (Ledger), un hombre misterioso que no recuerda su vida pasada. El extraño se une, como supuesto gesto de gratitud, al espectáculo y pretende convertirlo en un negocio redituable. De los barrios pobres se mudan a los que frecuentan señoras adineradas, ansiosas por recuperar un poco de la fantasía que han perdido. Pero súbitamente aparece un grupo de criminales rusos que conocen el truculento pasado de Tony. Y he aquí el reto argumental. Tony escapa al otro lado del espejo y descubre que su rostro ha cambiado por el de Johnny Depp, posteriormente por el de Jude Law y finalmente por el de Colin Farell. Digno de elogiarse es que el cambio no luce como un pastiche ni una solución barata: en el mundo imaginario afloran los múltiples rostros del personaje. El último, el verdadero, es el que seduce a la dulce Valentina, quien sueña secretamente con una vida “normal” y sacada literalmente de la página de una revista. El estilo visual de los mundos de Gilliam, que tienen profundas influencias victorianas, incluye secuencias delirantes como la del grupo de policías en minifalda, el apacible río que se transforma en una diabólica serpiente o ese motel surrealista que podría figurar en una pintura de Salvador Dalí. Brillantes son el vestuario de Monique Prudhomme y el diseño de producción de Dave Warren, Anastasia Masaro y Caroline Smith. Estos logros se suman a tantos que han apreciado el público y la crítica especializada. Pero lo mejor de la película es que es un tributo a la imaginación y al arte de contar historias, a los encuentros y desencuentros de nuestra vida. El desenlace, heroico y conmovedor, nos recuerda que los finales felices no siempre vienen incluidos, pues dependen de nuestras acciones.
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"Nadie impedirá que se sigan contando historias" Creo que esa línea resume la película. Se agradece que "el mundo fantástico" no esté diseñado con efectos especiales hiper-reales. Parece salido de una caricatura: así es más fantástico. No desentonan las adecuaciones que tuvieron que hacer por la muerte de Ledger, es más, aún con Ledger vivo la historia tal como quedó funcionaría perfectamente.
ResponderEliminarmaravillosa reseña, no puedo estar más de acuerdo al respcto de que queda a medio camino entre el Londres sucio y gris de Dickens y el simbolismo surrealista medio inentendible de Carroll.
ResponderEliminarAdemás de un guión extraño pero muy interesante, tiene su lado comico y eso me agrado.