miércoles, 19 de junio de 2013

Carta abierta del humano del Señor Chester






Partiste hace dos semanas, Chester, y apenas hoy reúno fuerza para escribirte estas líneas. Nos pertenecimos desde el primer momento. Si existe el concepto que suele llamarse “amor a primera vista”, define exactamente la vez que nuestra querida Shelsy te puso en mis brazos. “Mira Roberto, éste es Chester”. Te conocí antes en una sala de cine, durante la proyección de Mi encuentro conmigo. La película me señaló un gran faltante en mi vida. Naciste el 28 de mayo de 2001 y ya tenías el nombre del anhelo de un niño. No lloraste al separarte de tu madre. Manejamos juntos –porque mirabas atento la ventana- hacia un mundo nuevo, lleno de posibilidades. Podría enumerar todos los momentos gratos que vivimos durante doce años  y siete días, pero los recuerdas bien: los besos que me diste al despertar de nuestra primera noche, tus primeras sesiones de entrenamiento, todas las cosas que devoraste, el hueso “tribilinesco” de tu cabeza, tu aspecto de zancudo, tu primer ladrido –ese honor pertenece a Ana Luisa-, las veces que me derribó tu entusiasmo y fuerza cada vez más grandes, todos nuestros paseos en el parque, la sabia afirmación de un señor al saludarte –“Si Dios tuviera un perro, sería un Golden retriever”-, las sonrisas que arrancabas a las personas que te veían con tu correa en el hocico, paseándote a ti mismo. Hace unos años, sin conocerte, mi amigo Néstor preguntó a Ana “¿este es el perro del señor Coria?”. La repuesta correcta invariablemente me hace sentir el hombre más afortunado de este mundo. Yo soy el humano del Señor Chester. Nos dejas un gran vacío. Tu sillón –la sucursal de tu Oficina de Director la Jipiteca Nacional-, tus platos, una de las ramas que te maravillaban, tu collar que sólo evoca tu autoridad, elegancia y grandeza. Me he referido a la parte física, porque tu legado –tu memoria- es mayor. Lo que provocaste en las personas cuya vida tocaste es incalculable. Nuestra vecinita Alexa –quien siempre te abrazaba, aunque nunca te encantó-  lloró amargamente al enterarse de tu muerte. Te llevó un alegre girasol, que acompañó la urna con tus cenizas. Ana Luisa dice que me hiciste el corazón más grande. Permitiste que entrara en él los gatitos Tomás y Albóndiga que tanto te quieren. Aun así siento una inmensa tristeza cada vez que cruzo la puerta de la casa y no estás para recibirme y anunciar mi llegada, pero la supera la felicidad al imaginar la dicha que sentiste cuando te recibió tu mentor Bobby, nuestra amada Mina, los patitos Conejo y Kikina, la bella Brigitte, tus papás Feba y Botero. Sus corazones laten ahora al mismo ritmo. Sé que estás en un lugar mejor. Y también estoy seguro que nos veremos de nuevo en unos años. Me haré digno de ese reencuentro. Moira se encarga de confortarme a la mínima excusa, como le instruiste. Aprenderé a sobrellevar la pérdida, a vivir con tu ausencia corpórea. Pero te aseguro que me acompañas a cada instante. Estarás en mis últimos pensamientos. Luego te veré correr hacia mí en el pasto más verde, ambos en plenitud, majestuoso como eres. Gracias por todo, mi leal amigo. Me ayudaste a conjurar los temores del pequeño Rusty. Cuando cumpla 40 años podré decir con felicidad que tengo novia, soy piloto y tengo al mejor perro del mundo. Hasta entonces, mi cariño es tuyo. Tu Roberto.

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