En 1984, con tan sólo 25 años de edad, el joven
Timothy Walter Burton dirigía su
tercer trabajo profesional, el cortometraje Frankenweenie, a partir
de un guión de Leonard Ripp –basado en una historia de Burton- e insólitamente
auspiciado por los estudios Disney, la casa productora que lo vio nacer como
artista. Con la notable influencia de Frankenstein y La novia de Frankenstein
(James Whale, 1931 y 1935), en tan
sólo 29 minutos y en glorioso blanco y negro, contaba la historia Víctor
Frankenstein (Barret Oliver,
el Sebastian
de La
historia sin fin), un niño que vivía con sus padres Ben y Susan (Daniel Stern y Shelley Duvall) en una pacífica
comunidad suburbana (símil indudable del californiano Burbank donde Burton creció).
El pequeño soportaba su entorno en compañía de su fiel amigo Sparky
(un maravilloso Bull terrier), quien
en los primeros momentos del relato es atropellado y muerto por un automóvil.
La negativa de Víctor a enfrentar su
pérdida es el motor de una obra inolvidable. “Todos tienen un perro al que
aman, y la idea de mantenerlo vivo impulsó la cinta”, confesó el director a Mark Salisbury en el libro Burton
sobre Burton. Irónicamente, a pesar del triunfo estético que supuso,
Disney despidió a Burton tan pronto concluyó el proyecto, porque era “demasiado
aterrador para sus espectadores” y “dilapidó recursos de la empresa”. Tontos. Aunque
la decisión me indigna, no es extraña considerando el tipo de productos que
ofrecen a sus consumidores: películas que si bien forman parte de nuestra
primera formación son desviaciones edulcoradas de relatos clásicos y oscuros.
Pero los tiempos cambian, y los seguidores de Disney han evolucionado. Casi 30
años después, la casa del “ratón Miguelito” retoma un producto que despreció y reivindica
al hombre que lo imaginó.
Frankenweenie (2012) es la reelaboración dirigida por el
mismo Burton, ahora un maduro y reputado cineasta de 54 años, de uno de sus
primeros trabajos. Con un guión de John
August –autor de muchos de sus trabajos recientes-, lo convirtió en un
flamante largometraje de 87 minutos. Esa era mi principal preocupación: cuando
estiras demasiado una liga, se rompe. Tenía serias reservas sobre si la
historia, que funcionaba perfectamente como corto, sobreviviría la transición
a un metraje mayor. Y la respuesta es un rotundo si. Como hizo con El
extraño mundo de Jack (Henry Selick, 1993), James y el durazno gigante
(Henry Selick, 1996) y El cadáver de la novia (2005), el
director decidió recurrir al stop motion, técnica que glorificara
Willis O'Brien y Ray Harryhausen. Pero el stop motion que ahora emplea se aleja
notablemente del refinamiento y tersura que vimos en Coraline (Henry Selick,
2009) o ParaNorman (Sam Fell y Chris Butler, 2012), incluso de El cadáver de la novia. Burton opta por
emular los resultados que tuvo en Vincent (1982) o en El extraño mundo de Jack.
La trama es básicamente la misma, sólo que
tiene notables añadidos para prologar el metraje: el siniestro Señor
Rzykruski (voz de Martin Landau),
claro homenaje a Vincent Price y profesor
que le enseña a Víctor los misterios
sobre la electricidad que Alassandro
Volta y Luigi Galvani
vislumbraron en su época; la darketa/emo
Elsa
van Helsing (voz de Winona Ryder),
vecinita de Víctor que comprende su
otredad y es dueña de una perrita que nos recuerda a Elsa Lachester y su caracterización más celebrada; el irritable tío
de ésta, el Sr. Bergermeisterel (voz de Martin Short), alcalde de la ciudad y defensor a ultranza de la
cultura holandesa; el torcido Edgar E. Gore (voz de Atticus
Shaffer, el niño de La profecía del no
nacido y la teleserie The middle);
y la tropa de pequeñines macabros arrancados de la fuente original y el libro La
melancólica muerte del chico ostra, también de Burton. Estos últimos –y
sus revinientes mascotas- permiten guiños que nos remiten a otros monstruos
famosos de los estudios Universal
–del hombre invisible a la criatura de la Laguna Negra- y al mejor Kaiju eiga –o cine de monstruos gigantes- japonés. De paso nos
da un vistazo a la fascinación de Burton por el horror y lo gótico, de Mary Shelley a Christopher Lee y El horror de Drácula (Terece Fisher, 1958). Todo en un
paquete nostálgico y emotivo, disfrutable de principio a fin.
Con sus padres (voces de Catherine O'Hara y Martin Short) como testigos, Víctor (Charlie Tahan, el niño de Soy
Leyenda) aprende al final que hay cosas inevitables en la vida. “No
tienes que regresar”, le dice a su perrito mientras yace inerte. Pero por
fortuna hay cintas que tienen –merecen- un final feliz.
Cuando valoro el Frankenweenie de 2012,
pienso en Alicia en el país de las
maravillas (2010 y que como saben me decepcionó sobremanera) como una
especie de pago de derecho de piso que Burton tuvo que hacer a Disney para
retomar uno de los logros que cimentaron su carrera. Si es el caso, la
concesión valió la pena.
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