jueves, 20 de diciembre de 2012

Batman y la ciencia de la detección



El sábado pasado, el día siguiente de la masacre ocurrida en la escuela preescolar Sandy Hook en Newtown, Connecticut, ofrecí una charla que palidece ante este suceso. En ese pueblo apacible, quien fue posteriormente identificado como Adam Peter Lanza, usó un rifle de asalto Bushmaster XM-15 y dos pistolas –una  Glock 20 SF de 10 mm y una SIG Sauer de 9 mm- para asesinar cobardemente a 27 personas, entre niños y adultos.  Posteriormente se quitó la vida. Ningún intento por racionalizar un hecho así es suficiente. Exige de la manera más urgente revisar la facilidad para acceder a armamento en el vecino país del norte. Esto, como establecieron los padres fundadores de esa nación, es un derecho consagrado en su Constitución. Pero los tiempos han cambiado. En la sociedad del siglo XVIII, donde las instituciones policíacas no estaban plenamente constituidas,  esto era necesario para que las personas pudieran defender su vida y su patrimonio. Hoy las cosas son diferentes. Y a pesar de ello, la barbarie, la falta de razón y el nulo respeto por la vida de muchos parecen ser una aterradora constante. Pero volvamos a mundos mejores. Mi querido Bernardo Esquinca dijo que la literatura nos salva de la locura. Por lo menos nos ayuda a olvidarla. Lo mismo ocurre con el cómic, el llamado Noveno Arte. Cada año reúne a sus devotos del orbe para celebrarlo en las convenciones más variadas en todos países. En México, La Mole es una de las más añejas y prestigiadas. Sus organizadores me invitaron para hablar de Batman, que como todos saben es una de mis pasiones, aprovechando la presencia del escritor Alan Grant y el dibujante Norm Breyfogle, dupla que no sólo es la responsable de las aventuras del héroe que más conocemos por estos rumbos, sino de algunas de las adiciones más interesantes al mito del personaje en décadas recientes. Fui, en el mejor sentido del término, su telonero. Eso me hace sentir increíblemente orgulloso. Sin mayor preámbulo, les dejo lo que leí aquél día.
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Batman y la ciencia de la detección
(Un enfoque Criminalístico)
Roberto Coria Monter

Ofrecí una primera versión de esta charla en el Instituto Nacional de Ciencias Penales, órgano académico de la Procuraduría General de la República, el 11 de septiembre pasado, fecha de infame memoria. Esa tarde compartí con mi gremio una posición arriesgada para alguien de mi perfil. Eso emana del hecho que las personas dedicadas a las Ciencias Jurídicas y Forenses no suelen atender a expresiones artísticas como la historieta, a la que generalmente califican de menor. Adquirí valor a través del ejemplo de dos hombres que se mueven en ambos mundos: Gerardo Laveaga, antiguo Director del INACIPE, hombre de leyes y letras, que comparte la convicción de inculcar el hábito de la lectura de literatura policial entre los aspirantes a Agente del Ministerio Público de la Federación. Bajo su auspicio participé hace unos años en el coloquio Edgar Allan Poe y las ciencias forenses, en ese mismo instituto, organizado para celebrar el bicentenario de este autor indispensable. Y de Rafael Moreno González, pilar de la Criminalística en México, maestro de docenas generaciones de estos profesionistas, fundador de la Academia Mexicana de Criminalística e investigador emérito de esa casa académica. Entre sus incontables publicaciones figura una fundamental: Sherlock Holmes y la investigación criminalística, trabajo donde expone principios básicos de la materia a través de la más famosa creación de Arthur Conan Doyle. En el ya mencionado coloquio, el Dr. Moreno dijo algo que me conmovió y resume los aspectos que defiendo en mi vida profesional: “la razón y la imaginación son los ojos de la inteligencia”. Que mi plática se llevara a cabo el auditorio que lleva el nombre del más reputado criminólogo que ha dado México, Alfonso Quiroz Cuarón, demuestra la vigencia de esta máxima.

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Desde su primera aparición en mayo de 1939, en las postrimerías de la Gran Depresión Estadounidense y la Guerra Civil española y los albores de la Segunda Guerra Mundial, Batman –conocido en ese entonces como The Bat-man- ha demostrado tener vidas inagotables. Esto ha rebasado su fuente de procedencia y se ha realizado a través de sus encarnaciones en seriales cinematográficos y radiofónicos, televisión, caricaturas, películas y videojuegos. Les ruego que en los siguientes minutos olviden la divertida figura de Adam West, que en los años sesenta llevó a una popularidad sin precedentes al personaje y lo arraigó aún más al imaginario colectivo de la cultura occidental.
Tercera víctima y único sobreviviente de un doble homicidio, nacido del horror y modelado por la pérdida y la disciplina, Batman posee un especial significado en una época donde el crimen se ha convertido en parte de nuestra vida diaria. El diseño original del héroe, con su capa y máscara azules, su vestimenta gris, su cinturón amarillo y su característico emblema con forma de murciélago, son autoría del dibujante neoyorkino Bob Kane. A él suele atribuirse todo el mérito. Pero la labor del escritor Bill Finger fue crucial y no ha recibido el reconocimiento que merece. No sólo escribió algunas de sus aventuras más importantes, sino fue el encargado de darle un origen, lo que da sentido y trascendencia.
Rastrear la fascinación que sentimos por personajes como Batman exige que analicemos la trascendencia de la figura del héroe, especialmente apreciada en todas las culturas. Desde la mitología clásica hasta la tradición histórica, los héroes han sido fuente de inspiración para la gente de todas las épocas. Al igual que personajes como Hércules o Sansón, el cómic, hoy llamado con justicia Noveno Arte, nos ha suministrado de una nueva forma de figura mitológica que ha constituido todo un género: el superhéroe. Algunos de estos modernos titanes, de la misma manera que sus precursores clásicos, surgieron del matrimonio del cielo y la tierra. Como el Mesías de cualquier religión, Superman tiene un padre terreno (el Sr. Kent, de Smallville) y un padre celestial (Jor-El, de Kriptón), aunque estructuralmente su omnipotencia lo aproxime más a la figura de Zeus, soberano del cielo. Otros, por el contrario, proceden de la oscuridad. Al igual que Hades, señor del inframundo y de los diamantes, Batman se mueve en las tinieblas gracias al goce de la fortuna heredada por sus padres muertos. “Todo el mundo ama a los héroes”, dice en una estupenda película una anciana a su atribulado sobrino. “En cierta manera todos tenemos un héroe en nuestro interior. Nos ayuda a actuar con honestidad, nos da fortaleza, nos ennoblece y llegado el momento nos permite morir con dignidad, aun cuando a veces para mantener su firmeza tenga que renunciar a lo que más ama”.
Estéticamente, y como explica el comunicólogo español Román Gubern en su ensayo El discurso del cómic, los superhéroes se caracterizan por la perfección anatómica según los cánones grecolatinos. Pero más allá de su representación visual, estos personajes de ficción exaltan los valores más luminosos del ser humano: la templanza, la lealtad, la entrega, la compasión, el sacrificio, la sed de justicia y libertad. Precisamente ahí radica su aceptación entre los jóvenes, como afirman los investigadores Scott Vollum y Cary D. Adkinson del Colegio de Justicia Criminal de la Universidad Estatal Sam Houston de Texas. “El crimen prospera por la indulgencia de la sociedad”, dijo su mentor y eventual enemigo al héroe en su renacer cinematográfico. Lo cierto es que es una de las grandes constantes de la humanidad, un cáncer que deja secuelas físicas y mentales en todo lo que toca. “Envenena la mente y el alma. Trae pesar y muerte. Y al final, sólo deja desesperación”. Si lo definimos según los cánones vigentes, lo constituyen todas las acciones u omisiones que contravienen las leyes  y son meritorios de una sanción. En ese sentido, Batman propone dos reflexiones trascendentes: la repercusión y formas del fenómeno criminal en las sociedades contemporáneas y la efectividad del actuar de las corporaciones policíacas para combatirlo. Comencemos por la segunda. Desde tiempos antiguos, desde sus organizaciones más elementales, el hombre ha tenido la necesidad de organismos que persigan y sancionen las conductas que atenten contra la colectividad. El caso del criminal francés convertido en policía Eugène François Vidocq (1755-1857) es uno de los más notorios. En 1811 fundó la  Brigade de la Sûreté, uno de los primeros cuerpos policíacos civiles plenamente organizados del orbe y modelo más importante en la creación del Scotland Yard de Inglaterra o del Buró Federal de Investigaciones de los Estados Unidos. Si bien los métodos e integrantes de la Sûreté suelen ser cuestionados por su integridad ética y moral –eran antiguos compañeros presidiarios de Vidocq-, su esfuerzo inspiró el perfeccionamiento y evidenció la necesidad de este tipo de fuerzas –la figura de Vidocq influyó en las creaciones de literatos como Honoré de Balzac, Víctor Hugo y Edgar Allan Poe-. En la actualidad la percepción popular de las fuerzas del orden no ha cambiado. La fama que les acarrean sus malos elementos trasciende sus incontables logros. Ese fue el sentido que los creadores de Batman trataron de dar a su ficticia Ciudad Gótica, una urbe de pesadilla, sumida en la corrupción y dominada por las clases criminales, más similar al Chicago de los años treinta que a la idílica Nueva York –esa es la Metrópolis de Supermán-, con sus rascacielos y su positivismo. Este es el escenario de las aventuras de un justiciero inusual, uno que responde a las necesidades apremiantes de la población. En sus primeras apariciones, Batman combatió a amenazas domésticas, como el crimen organizado, que no dejaba de tener en Alphonse Gabriel Capone (1899-1947) uno de sus principales estandartes. Delincuente carismático y brutal, Capone fue la principal figura de la era de los grandes gángsteres, de la Era de la Prohibición. Durante casi una década gobernó un imperio sustentado en el juego, el alcohol ilegal y la prostitución, mismo al que puso fin en 1931 la cruzada de Eliot Ness, agente del Departamento del Tesoro, y su grupo conocido por la posteridad como Los intocables. Para conocer más al respecto, recomiendo ampliamente la versión de los hechos del cineasta Brian de Palma (1987). En muchas formas, al igual que el Inspector Lestrade de las aventuras de Sherlock Holmes, Ness inspiró a la dupla Kane-Finger en la creación de James Gordon, cabeza del Departamento de Policía de Ciudad Gótica. En su primera aparición, paralela a la del protagonista, Gordon –detective en ese entonces- reprobaba sus correrías, porque en esencia Batman se encuentra al margen de la ley. En aras de conseguir un bien mayor, el enmascarado no duda en cometer delitos como daño en propiedad ajena o allanamiento de morada. “En su momento, Batman pagará por sus delitos”, aseguró el Fiscal de Distrito Harvey Dent en la segunda entrega de la saga de Christopher Nolan. Gordon atestiguó que si bien sus métodos eran diferentes, ambos compartían ideales. Desde ese entonces se convirtieron en fieles aliados. La imagen del policía –eventualmente convertido en Comisionado- encendiendo un potente reflector en la azotea del Departamento de Policía,  proyectando en el cielo nocturno la imagen de un murciélago, es memorable. A pesar de su cercanía, Gordon no conoce la verdadera identidad del justiciero. En cambio, todos contamos con ese privilegio. Batman es Bruce WayneBruno Díaz, según la traducción que todos conocemos-. Kane y Finger decidieron darle  un origen en Detective Comics No. 33 (noviembre de 1939). Lo idearon a los 8 años de edad. El pequeño Bruce asistió con sus acaudalados padres –el Dr. Thomas Wayne y su esposa Martha- al cine. Al salir fueron sorprendidos en un oscuro callejón por un ladrón –identificado años más tarde como Joe Chill- con pistola en mano. Al resistirse al asalto, los padres del pequeño fueron acribillados por el delincuente, mientras éste contempla la escena, aterrorizado. El delincuente huyó mientras el niño sollozaba sobre los cadáveres. Bruce creció bajo la custodia del fiel mayordomo de la familia Alfred Pennyworth. Estudió criminología, psicología, ciencias forenses, acrobacia y artes marciales. Se convirtió a sí mismo en un instrumento supremo de justicia: luchador, experto forense, amo de los disfraces y artista de las fugas a la altura de Harry Houdini. Al cumplir los 18 años utilizó su fortuna para viajar alrededor del mundo, en busca de quienes le pudieran enseñar cómo combatir al crimen. Al regresar años después a Ciudad Gótica, se da cuenta que sus habilidades no son suficientes. Es así como sucedió este famoso momento:
Un hombre joven, bien parecido, vestido con una elegante chaqueta, medita recorriendo las amplias habitaciones de su mansión ancestral, mientras las nubes ocultan a medias la luna.
El individuo musita. “Los delincuentes son un grupo supersticioso y cobarde, de manera que mi disfraz debe ser capaz de aterrorizarlos. Debe representar a una criatura nocturna, terrible, siniestra”.
Se escucha de pronto un estruendo, a la vez que se abre una ventana. Entra entonces volando un enorme murciélago en la habitación. “¡Un presagio! ¡Eso es!”, se entusiasma. “Me convertiré en un murciélago”.
Inicialmente, Kane tuvo varias inspiraciones para crear al personaje: en su niñez  se topó con un libro sobre Leonardo DaVinci, y quedó maravillado con la ilustración de una máquina voladora que el artista italiano había creado 500 años atrás. Esta mostraba a un individuo con unas enormes alas de murciélago y una inscripción que decía “su pájaro no debería tener otras alas que no fueran las de un murciélago”. Su segunda influencia fue –como dije- la película La marca del Zorro (1920), protagonizada por la leyenda del cine Douglas Fairbanks. El actor personificaba a un aburrido aristócrata durante el día, pero que por las noches se convertía en El Zorro. Ocultaba su rostro tras una máscara y salía de su cueva en su brioso caballo negro, para luchar a favor de los oprimidos. La tercera inspiración fue la sombría película Los susurros del Murciélago (1930) con Chester Morris, que interpretaba a un villano que vestía un disfraz de murciélago para cometer fechorías. También fue importante la atmósfera de otras famosas películas de la época, como Drácula (1931) de Tod Browning, estelarizada por Bela Lugosi. Kane también tuvo en cuenta el furor que despertaban héroes de la radio y de las novelas pulp, una forma literaria de gran popularidad en la década de los veintes y treintas. En estas, que recibieron su nombre por estar impresos en papel de baja calidad hecho con pulpa de madera, se desarrolló un género de gran popularidad, el relato detectivesco o hard boiled. Escritores como Raymond Chandler y Dashiell Hammet retrataron la sordidez del bajo mundo en historias donde sus duros detectives combaten el crimen en las calles, enfrentándose a la miseria, la corrupción y el vicio. Este género literario va a marcar el estilo del llamado Film Noir de los años cuarenta. Y en la línea detectivesca no podemos dejar de mencionar a Dick Tracy, el intrépido policía creado por el caricaturista Chester Gould, quien combatía a una grotesca galería de gángsteres empleando artefactos de alta tecnología, como su popular reloj de mano –este artefacto será llevado a notas altísimas en las películas del paladín y luchador de medio tiempo conocido como El Santo-. En el pulp también surgieron héroes como el aventurero Lamont Cranston, quien por las noches se convertía en La Sombra o Breet Reid, editor y dueño del periódico Sentinela, que por las noches se convertía en el Avispón Verde

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El desdoblamiento de Bruce Wayne en Batman, si bien atractivo y emocionante, ejemplifica que el justiciero no se caracteriza por su sanidad mental. ¿Qué necesidad tiene una persona de su perfil –millonario, filántropo, parrandero empedernido- de cubrir su rostro para salir a enfrentar al fenómeno que marcó su infancia todas las noches, sometiéndose a todo tipo de riesgos? El psicólogo español Enrique Rojas  ha delimitado el que sería el perfil psicológico de una persona sana:
  1. Una persona madura y equilibrada debe ser consciente de sí misma desde un prisma de realismo. Esto es, conoce tanto sus actitudes como sus limitaciones.
  2. Cuenta con un modelo de identidad.
  3. Una persona equilibrada se comporta tal como es, procurando corregir los aspectos de su personalidad que no sean adecuados ni positivos para la convivencia.
  4. Cuenta con un proyecto de vida.
  5. Este proyecto de vida debe tener el menor número de contradicciones posibles.
  6. La estabilidad psicológica precisa conseguir una perfecta ecuación entre la vida afectiva y la intelectual.
  7. Es imprescindible contar con una organización temporal sana.
  8. Una persona equilibrada es dueña de sí misma, siendo capaz de resistir las presiones del ambiente y las circunstancias, sin perder por ello las riendas de su vida.
  9. En una persona madura, la sexualidad debe estar situada en un tercer o cuarto plano de interés.
  10. Se debe contar con una sana constitución temporal y psicológica.
Batman no posee una plena conciencia de sí mismo ni de sus acciones, y esto lo demuestra el hecho de que en muchas ocasiones extralimita sus capacidades en sus faenas diarias contra la delincuencia. Desde su infancia, Bruce Wayne sufrió la pérdida de sus padres, situación que le obligó a valerse por sí mismo –a pesar de los cuidados y las comodidades que le rodearon-  y crear un modelo de identidad propio –no tuvo a un padre o un hermano mayor como ejemplos-. Ni Bruce Wayne ni Batman poseen un modelo de vida, simplemente son arrastrados por las circunstancias y niegan la posibilidad de opciones al respecto. Batman se ocupa únicamente de su labor: acabar con el crimen en Ciudad Gótica y entiende esto como una responsabilidad que no puede rehusar. Batman no manifiesta ninguna ecuación entre su vida afectiva e intelectual. Se preocupa por el bienestar de quienes le rodean –como buen héroe- pero las relaciones interpersonales no son su principal preocupación. En él la parte dominante es la razón, aspecto que subsanó la carencia de afecto que sufrió desde la infancia.
Y si la psique de Batman no es la más saludable, la de sus adversarios de ninguna manera es mejor. Ese es precisamente su atractivo. La lucha del héroe contra la criminalidad no tendría el mismo impacto sin la colorida y variopinta galería de enemigos que desde hace décadas habitan las páginas de sus historias. Y no es que los gángsteres y demás delincuentes no sean menos peligrosos. Los villanos, tradicionalmente, son los que provocan el conflicto tan necesario en toda narración y resaltan las virtudes del héroe. “El bien no hace gran literatura”, dijo mi amigo Vicente Quirarte. Los villanos del detective oscuro tienen una gran deuda con los postulados del criminólogo italiano Cesare Lombroso (1835-1909), quien identificó al que llamaba delincuente loco moral, un individuo con personalidad antisocial dotado de una gran inteligencia, carente de sentimientos y remordimientos. Este tipo de sujetos fueron llamados posteriormente psicópatas y hoy, con más tiento, personas con trastorno social de la personalidad. Pero por lo que respecta a su apariencia, extravagante y casi monstruosa en muchos casos, se acerca a lo dicho por el erudito italiano: “los delincuentes representan una reversión a un tipo subhumano, caracterizados por un aspecto semejante a primates u hombres primitivos, como si se tratara de modernos salvajes cuyo comportamiento es contrario a las expectativas y reglar de la moderna sociedad civilizada”.  Esta tendencia fue explotada por Chester Gould en las ya mencionadas aventuras de Dick Tracy
Más allá de su apariencia, criminales de los tipos más variados son parte frecuente de las aventuras del héroe, casi todos contenidos en el Asilo Elizabeth Arkham para Criminales Dementes. Esta institución es muy semejante a incontables manicomios de la antigüedad, como el Asilo de Charenton o el hospital psiquiátrico de La Castañeda, que alojaron a Donatien Alphonse François, Marqués de Sade y a Gregorio Cárdenas Hernández, el estrangulador de Tacuba, respectivamente. Los contrincantes de Batman son dignos de pertenecer a un catálogo de enfermedades mentales: el megalómano Ra´s al Ghul; el Fiscal de Distrito convertido en criminal Harvey Dent, alias Dos caras; el pirómano Garfield Lynns, alias Luciérnaga; el especialista en fobias –y psicólogo- Jonathan Crane, alias El Espantapájaros; el obsesivo compulsivo Temple Fugate, alias El Relojero; o el esquizofrénico Jervis Tetch, alias El Sombrerero Loco. Tengo el honor de preceder a Alan Grant y Norm Breyfogle, creadores de algunas de las más interesantes adiciones a la mitología de Batman: el esquizofrénico Arnold Wesker apodado El Ventrílocuo; el gigantón con Síndrome de Klüver–Bucy Aaron Helzinger, alias Amygdala; el asesino serial con predilección por las armas punzocortantes Victor Zsasz; y el adolescente con tendencias anarquistas Lonnie Machin apodado, obviamente, Anarky, que no deja recordarme a la filosofía radical y violenta de Theodore John Kaczynski, mediáticamente conocido como el “Unabomber”.
Llegamos así al Guasón, tal vez el más emblemático villano de la historia del cómic. Enemigo natural de nuestro personaje, representa la antítesis de su naturaleza y métodos. Es un criminal psicópata, sádico e impredecible, que asesina a sus víctimas sólo por diversión. “Hay hombres que sólo quieren ver al mundo arder”, dice de nuevo Alfred. En su libro Los lenguajes del cómic, Daniel Barbieri dice: “el rostro caricaturesco del Guasón en las muy serias aventuras de Batman representa la abyección y la crueldad. Único rostro de caricatura en medio de figuras realistas, el Guasón se destaca por su absurdidad. Salpica de absurdo vicisitudes de otro modo demasiado previsibles. No por casualidad entre los coprotagonistas de la serie de Batman, el Guasón es desde siempre el que obtiene el mayor éxito, el enemigo preferido del lector”. El Guasón, creado por Kane y Finger, apareció por vez primera en Barman No. 1, en la primavera de 1940. Originalmente era un asesino con mucho humor que empleaba un veneno especial que aniquilaba a sus víctimas e imprimía en su rostro una macabra sonrisa. Estaba destinado a morir en su segunda aparición, pero los editores se dieron cuenta de su potencial y desde ese entonces se convirtió en una presencia frecuente en sus aventuras. Un par de años después paró de asesinar y se convirtió en un bromista que dejaba cáscaras de plátano en su escape para evitar ser capturado. Kane y Finger lo concibieron a partir de la imagen del actor alemán Conrad Veidt en la película expresionista El hombre que ríe (1928), adaptada de la novela de Víctor Hugo. Desde entonces, al igual que su enemigo, el Guasón ha tenido las más variadas encarnaciones, desde las más simpáticas hasta las más aterradoras y brutales. Entre las últimas –mi preferida- brilla la del malogrado actor Heath Ledger (1979-2008), quien el martes 22 de enero de 2008, aproximadamente a las 14:45 horas, tiempo local, fue encontrado muerto en su departamento del número 421 de Broome Street, en el barrio del Soho, en Manhattan, Nueva York. Se ha especulado incansablemente sobre las causas de su deceso. Depresión y suicidio son las más notables. Pero se mantendrá vivo gracias a su obra. Ledger recibió el prestigiado premio Oscar de manera póstuma por su interpretación como el Guasón en la segunda película de la saga de Christopher Nolan. Un alumno me preguntó si prefería al Guasón que encarnó Jack Nicholson (Tim Burton, 1989) o al del desaparecido Ledger, y sobre la validez de hacer nuevas versiones de una historia. Respondí que cada generación tiene el derecho de reinventar a sus clásicos y que son dos visiones actorales distintas sobre un personaje memorable, como igualmente entrañables son los Dráculas que personificaron Bela Lugosi, Christopher Lee y Gary Oldman. El crítico de cine Gustavo García describió al Guasón de Nicholson como un “vándalo estético”, más en deuda con la intención original de Kane y Finger y la oscuridad de los primeros años del señor Burton. El de Ledger se nutre del enfoque sombrío y profundamente psicológico de novelas gráficas como La broma asesina y El Asilo Arkham, pero sobre todo de la visión de un cineasta talentoso que apuesta por el realismo y por contextualizar las hazañas de un héroe del cómic a una época donde el crimen, la violencia interpersonal y la sed de justicia son preocupaciones de cada día. El Guasón de Ledger es un criminal despiadado, sin ataduras. “No tienes nada con qué amenazarme, nada que puedas hacerme con todas tus fuerzas”, advierte al héroe. Su único objetivo es el caos (“no se trata de dinero, sino de enviar un mensaje”) y poner en jaque a un gobierno que durante décadas alimentó al monstruo que ahora es incapaz de combatir. Eso me recuerda la interminable ola ejecuciones del narcotráfico reseñadas diariamente en los medios de comunicación. El Guasón de Ledger advierte algo aterrador por certero: “la locura es igual que la gravedad, sólo necesita un pequeño empujón”.

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Ahora lo que nos reúne, mi afirmación sobre el vínculo entre Batman y la ciencia de la deducción. Como ya dije, el personaje es un ejemplo de tenacidad, disciplina y voluntad. Contra toda interpretación que haya podido dársele a lo largo de los años, la esencia del héroe es simple: desde una posición humana, combatir al fenómeno criminal con los recursos que ofrece la ciencia. Es cierto que el personaje pudo allegarse de estos medios gracias a su fortuna económica, pero la base de su esfuerzo puede explicarse desde un prisma de realismo. Es curioso que la Criminalística, disciplina en la que se apoya el detective, tenga raíces en la Francia donde vivió Eugene François Vidocq y posteriormente caminaría Alphonse Bertillon (1853-1914), el sabio francés que significó el matrimonio entre las ciencias exactas y la pesquisa criminal. En aquella época la Criminalística  era sólo un conjunto de técnicas y conocimientos sin ninguna sistematización clara, no muy comprobados ni verificables y, por consiguiente, falibles. Fue en 1894 en Graz, Austria, que el juez Hans Gross (1847-1915), hizo evidente la necesidad de una materia que pudiera erradicar la subjetividad y las falsas soluciones, conocimientos que plasmó en su Manual del Juez de Instrucción, Agentes de Policía y Policías Militares, cuyo objeto de estudio es el material sensible significativo localizado en la escena del crimen, también conocido como indicio, todo objeto, instrumento, huella, marca, rastro, señal o vestigio, que se usa y se produce respectivamente en la comisión de un hecho, sin importar cuán pequeño sea. Su estudio nos puede ayudar a establecer la identidad del perpetrador o la víctima de un hecho, a establecer la relación entre éstos y las circunstancias en que se consumó el crimen. El indicio es el más confiable testigo del crimen. Las personas mienten, los indicios no.
En su libro The forensic files of Batman, el escritor Doug Moench advierte adecuadamente la estrecha relación del detective con las ciencias forenses. Ya desde 1910 el criminólogo francés Edmond Locard observó que todo criminal deja una parte de sí en la víctima y la escena del delito, y se lleva algo consigo, deliberada o inadvertidamente. También descubrió que estos indicios pueden conducirnos a su identidad. El razonamiento lógico de Locard constituye hoy en día la piedra angular de la investigación científica de los crímenes y es conocido como principio de intercambio: “Es imposible que un criminal actúe, especialmente en la tensión del hecho criminal, sin dejar rastros de su presencia”. Locard, autor también de los siete volúmenes del Traité de Criminalistique, fundó el laboratorio de Criminalística de la ciudad de Lyon, Francia. Con un poco más de sofisticación que éste, Batman posee una base de operaciones – popularmente conocida como la Baticueva- dotada de todo tipo de equipo de laboratorio y cómputo, y lleva siempre consigo –en el que suele conocerse como baticinturón- instrumental para la búsqueda, localización, levantamiento y embalaje de indicios, los testigos mudos del crimen.
Moench habla en su libro de diversos tópicos, desde la Toxicología a la Balística, de los Incendios y Explosiones a los Indicios Dactilares. Documenta, por ejemplo, el primer encuentro de Batman con uno de sus contendientes más reconocidos. Una serie de muertes por afecciones cardiacas, hechos sin aparente conexión, llaman la atención del héroe. Todas las víctimas son hombres jóvenes, deportistas de la Universidad de Ciudad Gótica. El análisis de una mosca muerta en una escena del crimen le permite descubrir un potente alucinógeno que, eventualmente, le conduce a la identidad de su creador, el ya mencionado Jonathan Crane. El momento en que los dos oponentes se encontraron cara a cara por vez primera, uno vestido como un murciélago y el otro como un espantapájaros, resume la contundencia y posibilidades de la historieta de superhéroes.

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No puedo evitar terminar esta plática con una de las más recientes encarnaciones del personaje, Batman: El Caballero de la Noche asciende (Christopher Nolan, 2012), una cinta que ha generado las opiniones más divididas. El sentir del crítico de cine Miguel Cane se ajusta muy bien a la situación: “Por lo tanto, la pregunta es, ¿conseguirá El Caballero de la Noche Asciende satisfacer la sed de perfección y mito? La respuesta es que semejante cosa no es posible. Y no porque la cinta no sea de calidad, que lo es, es simplemente que a estas alturas del poema, resulta imposible dar gusto a nadie. Habrá quienes la amen, habrán quienes la vilipendien, quienes se queden estupefactos, quienes se conmuevan hasta lo más hondo y no faltará quienes le encuentren defectos a todo. Es el precio de ser un filme tan anticipado, si bien está más allá del bien y del mal; no importa lo que se diga de ella, su leyenda la precede”. Cane tiene razón.  La dimensión del personaje se impone.
Acaso esa ocasión se vio verdaderamente opacada por los lamentables hechos ocurridos en el complejo de cines Century 16 en Aurora, Colorado, la noche del 20 de julio de este 2012. La matanza sin sentido que cometió el aspirante a Doctor en Neurociencias  James Eagan Holmes invita nuevamente al debate del tan popular fenómeno conocido como bullying y la facilidad de adquisición de armas de fuego en el vecino país del norte. Mientras cientos de espectadores observaban maravillados la película que esperaron por cuatro años, Holmes abrió fuego contra ellos utilizando un rifle Smith & Wesson M&P15, una escopeta Remington 870 Express y una pistola 2 Glock calibre 22. Recordemos por un momento a las 12 víctimas mortales:
1.      Alex Sullivan, que celebraba su cumpleaños 27
2.      John Larimer, miembro de 27 años de la marina estadounidense
3.      Jessica Redfield Ghawi, cronista deportiva de 24 años, quien antes sobrevivió un tiroteo en un centro comercial de Toronto
4.      Micayla Medek, joven de 23 años
5.      Jon Blunk, un joven de 26 años que sirvió de escudo a su novia, Jansen Young
6.      Alex Teves, de 24 años, quien recientemente obtuvo un grado de Maestría
7.      Alexander "AJ" Boik, de 18 años, quien recientemente se había graduado de la preparatoria
8.      Gordon Cowden, de 51 años y padre de dos
9.      Rebecca Wingo, de 32 años
10.  Matt McQuinn, de 27 años, quien protegía a su novia, Samantha Yowler
11.  Veronica Moser-Sullivan, una niña de 6 años, cuya madre Ashley Moser se encuentra en condición crítica
12.  Jesse Childress, sargento de 29 años de la Fuerza Aérea Estadounidense.
El calificativo víctima no sólo debe aplicarse a los caídos, sino a sus seres cercanos. Todos eran hijos de alguien, hermanos de alguien, esposos de alguien. Al menos dos murieron como héroes, sacrificaron sus vidas por el bienestar de otros. De las teorías de conspiración en torno a Holmes, su padre el Dr. Robert Holmes, el famoso escándalo Libor y la falta de cobertura de los medios informativos, hablaríamos en otro momento. El horror en que está envuelto es lo verdaderamente apremiante.

Como en la vida real, el héroe libra una guerra que sabe nunca podrá ganar del todo. Reconoce que son las pequeñas victorias las que le animan a seguir adelante. Hoy sigue enseñándome que los momentos de tragedia no nos definen tanto como las acciones que tomamos para lidiar con ellos. Es un hecho que nos sucederá a todos los presentes. Seguramente incendiará, como hace con nosotros desde nuestra infancia, la imaginación de sus hijos y nietos. En mayo próximo cumplirá 73 años de vida.  Pero Batman, al igual que los ideales que representa, es imperecedero. Así que sus años apenas comienzan.



Bibliografía
Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. Fondo de Cultura Económica, México.
Jurgen, Thorwald. El siglo de la investigación criminal. Ed. Labor, México. 1966.
Langley, Travis. Batman and Psicologhy. A dark and stormy knight. John Wiley & sons, Nueva York. 2012.
Maldonado Aguirre, Alejandro. El delito y el arte. Instituto de Investigaciones Jurídicas. UNAM, México. 1994.
Moench, Doug. The forensic files of Batman. Ibooks, inc, Nueva York. 2004.
Moreno González, Rafael. Sherlock Holmes y la investigación criminalística. Instituto Nacional de Ciencias Penales, México. 2005.
Soderman, Harry; O´Cornnell, John J. Métodos modernos de Identificación Policíaca. 8ª edición. Ed. Limusa, México. 1986.
Symmons, Julian. Historia del relato policial. Bruguera, España. 1982.

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