Ahora que lo pienso, es curioso: pese a
que en incontables ocasiones –y en todos los espacios a los que tengo alcance- he
manifestado mi admiración hacia él, nunca había escrito sobre un largometraje concreto
de Guillermo del Toro. Esta
fascinación es patente si escuchan el episodio especial que CinemaNet le dedicó la semana
anterior. El tapatío es un ejemplo de congruencia y compromiso hacia un género poco
respetado en el panorama fílmico mundial. Sus obras lo dignifican y legitiman.
Su producción, impecable y perfecta, le han valido incontables seguidores en
todo el planeta. Es uno de los pocos cineastas vivos que se mueven cómodamente
entre el llamado cine de autor y el cine comercial. Guillermo del Toro es,
en esencia y como los fenómenos de Tod
Browning, “uno de nosotros”, un niño terrible que está convencido
fervientemente, como la médium que encarnó Geraldine Chaplin en El Orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007), que “no se trata de ver para creer,
sino de creer para ver”.
Su octavo largometraje, Titanes
del pacífico (Pacific Rim, 2013), es una cinta colosal
como sus protagonistas. El director demuestra satisfactoriamente su capacidad y
buen oficio para lidiar con el peso de una producción de su tamaño. De nuevo es
un tributo a las obsesiones de su primera educación sentimental, en este caso a
las series y películas japonesas de monstruos –orgánicos y mecánicos- gigantes.
El guión que fraguó con Travis Beecham
–el segundo que no es enteramente suyo- nos lo advierte desde el primer
momento. Kaiju es la expresión nipona que designa a una criatura
extraña, generalmente humanoide, de grandes proporciones y enorme potencial
destructivo. Estos seres fueron ampliamente explotados por los estudios cinematográficos
Toho. El ejemplo más famoso lo
representa, sin duda alguna, Gojira. Mejor conocido como Godzilla,
el monstruoso lagarto verde se popularizó gracias al director Ishirō Honda en 1954 y abrió las
puertas a un sinfín de creaciones similares, desde la polilla gigante Mothra,
el pterodáctilo Rodan, la tortuga colosal Gamera, el dragón volador de tres
cabezas Ghidorah o Mechagodzilla, cuyo nombre lo define
a la perfección. Por otra parte están los mangas
y series animadas –animes- sobre robots
gigantes –bautizados aquí Jaegers (cazadores)-, la última
línea de defensa de la humanidad contra los primeros y que tienen en Mazinger
Z uno de sus campeones indiscutibles. El cartel de la película resume
bien su espíritu. “Para combatir monstruos, creaos monstruos”.
Lo que sigue es un relato –el más largo
que nos ha entregado- donde se reúnen nuevamente algunas de las constantes del
cineasta (la pérdida de la figura paterna, sus mecanismos –gigantes esta vez-,
los insectos “atrapados en ámbar”) y actores indispensables –fetiches
como los califica “El Gordo”- en su filmografía: el español Santiago Segura –a quien hemos visto en Blade 2 (2002), Hellboy
(2004) y Hellboy 2, el Ejército Dorado (2008)- y Ron Perlman, quien además de aparecer en las cintas anteriores
colabora con Del Toro desde su ópera
prima La invención de Cronos (1993). Aquí encarna a Hannibal
Chau (“tomé el nombre de mi personaje histórico favorito y mi apellido
de mi segundo restaurante Szechuan preferido de Brooklyn”), un
tratante en el mercado negro de órganos de Kaijus,
un sujeto pintoresco y poco escrupuloso que aparentemente es despachado con
rapidez (“¿Dónde rayos está mi bota?”).
La trama no pretende ninguna
profundidad. En el no tan distante año 2020, del fondo de océano (“estamos más
acostumbrados a mirar al espacio”) surgen monstruos de otra dimensión –herederos
de los dinosaurios y muy en deuda con la imaginería lovecraftiana que tanto
ama el director- que amenazan con diezmar a la humanidad. Los gobiernos del
orbe crean una coalición para enfrentarlos (el Programa Jaeger) en forma de costosísimos gigantes mecánicos operados
por dúos de pilotos (“como los dos hemisferios del cerebro humano”) y un equipo
semejante al del programa espacial de la NASA
o del Instituto de Investigaciones Fotónicas. Dramas provenientes de
pérdidas y recuerdos terribles son el motor de una historia trepidante de
principio a fin donde el principal atractivo son los monumentales combates. Nos coloca en medio de esta situación tan aparentemente remota. Mi
querido Raúl Camarena dijo en redes
sociales, emocionado, “ver la película en 3D es lo más cercano a estar en medio
de una pelea de este tipo”.
Indiscutiblemente la experiencia se
disfruta mejor si estás en la sintonía del admirador de la otredad y que, como
ustedes y yo, creemos en el universo de Del Toro, un hombre que conserva el
potencial de sorprendernos. Así será como lo demuestra su saturada agenda en
los próximos 10 años con proyectos de cine, animación e historieta. El próximo
2014 –el 9 de octubre- cumplirá su primer medio siglo de vida, ocasión que sin duda
celebraremos ampliamente. Esto aunque su trascendencia está ya asegurada.
Al ver esta película me remontó a mi infancia, sentí la emoción cuando veía un capítulo de Mazinger Z con sus luchas y los efectos especiales son magníficos!!!! Guillermo del Toro es el rey Midas del cine...
ResponderEliminarEspero con ansias ver Nocturna-Oscura-Eterna en la pantalla grande!!!!
Aunque el guión ha recibido infinidad de críticas, hay que reconocer que está bien contada, de manera sencilla, pues lo que importa e interesa es el despliegue de gigantes robóticos contra alienígenas en la lucha por la Tierra.
ResponderEliminarEn lo personal, me pareció fantástica y extraordinariamente bien lograda. El manejo de los Jaegers con 2 pilotos para controlar los 2 hemisferios me pareció una genialidad que, definitivamente, tenía que surgir de la imaginería de Del Toro.
Ojalá volvieran a ponerla en cartelera en 3D. Seguro que rompería taquilla. Y por favor, no escuchemos tanto a los críticos "esoecializados" de cine, porque muchos de ellos tienen una imaginación que rebasa lo cuadrado. Y su máxima aspiración para los realizadores mexicanos están cortados bajo el encuadre de los Diego Luna y los Gael García Bernal.
Abrazo enorme, querido Coria.
Es más cumplidora desde ese aspecto, amigos. ES un enorme espectáculo que no admite academicismos. Punto. Nos permite recuperar la infancia. Y sobre la trilogía reciente, creo que más que largometrajes ameritaría una serie de televisión, donde cada libro puede ser una temporada. Tienen tantas subtramas que sería un crimen recortar. El tiempo lo dirá. Y por cieto, una errata: Lo de "creer para ver" lo dice Geraldine Chaplin, y no Edgar Vivar como bien me hizo notar mi amada Ana Luisa. Siempre le he atribuido erróeamente la frase, que es una de mis favoritas. Muchos saludos a ambos.
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