Iba a seguir con la filmografía de
Guillermo del Toro, película por película, pero las circunstancias me hacen por
el momento cambiar de planes.
Hablar del matrimonio de Edward y Lorraine Warren, fundadores de
la Sociedad de Investigación Psíquica deNueva Inglaterra, así como de otras personas de su
gremio, es controversial. Primeramente por su objeto de trabajo y el
escepticismo natural que arrancan entre los no creyentes. Después por la
charlatanería –descarada muchas veces- en se mueven “investigadores serios” de
lo oculto. Todos los hemos visto aparecer en banales programas de chismes del
espectáculo o anunciarse en revistas similares. Una verdadera moda televisiva,
conocida como reality shows exhibidos en canales prestigiados como History channel y Discovery channel, sigue sus andanzas en programas como Ghost
hunters, Paranormal state, A Haunting, Paranormal witness o Psychic
kids. En el país gozamos (¿gozamos?) con la cosa llamada Extranormal
Si el más allá existe o no, no lo discutiré en este momento. Lo que es seguro
es que miles de personas, alrededor del mundo, han dado testimonios de su
encuentro con la otredad y devoran con avidez todo lo que tenga que ver con
ello. Asumiré una postura segura que escuché decir hace tiempo a mi abuela: “yo
no creo en esas cosas, pero de que existen, existen”. Regresando a los Warren, ambos
admiten las etiquetas que les han colocado. “Nos han dicho cazafantasmas, investigadores paranormales, locos”. Ed fue (murió el
23 de agosto de 2006) un demonólogo y Lorraine una clarividente y médium
afamada. Lo que no puede cuestionarse es su capacidad comercial. La pareja sacó
provecho de los más de 10 mil casos que aseguran haber investigado: publicaron
media docena de libros y han inspirado otros tantos (El Demonólogo, la
extraordinaria carrera de Ed y Lorraine Warren de
Gerald Brittle es el más popular), dan
conferencias a lo largo de su país, son consultores (ella que le sobrevive) en
televisión y crearon un Museo con
los artículos malditos que colectaron a lo largo de los años. Esto –el
mercantilismo- podría poner en duda lo legítimo de su cruzada. Creo que no
debemos juzgarlos a la ligera. Como también dice mi abuela, “hay que corretear
la chuleta”. Pero si son auténticos o un fraude, no es lo que me importa en
este momento. Las experiencias de esta pareja hecha en el cielo (¿o debo decir
el infierno?) ha propiciado un muy inteligente largometraje.
El Conjuro (James Wan, 2013) no se basa en la que
tal vez es la más sonora de sus intervenciones, la del Horror de Amityville, sino en la pesadilla que vivió la numerosa
familia Perron (integrada por papá,
mamá y cinco hijas) al mudarse a una vieja casa en in Harrisville, Rhode Island
en el año 1971. En muchos sentidos, siguen señales que hemos visto en otras
ocasiones: advertencias, niños que comienzan a tener amigos imaginarios, la aparición
de objetos misteriosos, relojes que se detienen a una hora maldita, objetos que
se mueven de su lugar original y apariciones fugaces. Posteriormente, el mal se
desata, y sólo dos personas pueden evitarlo. “Dios nos unió por una razón”.
Todo lo orquesta venturosamente el director Wan apoyado de una estupenda puesta
en escena ambientada en la época en que nací, sólidas actuaciones, una briosa e
inspirada partitura de Joseph Bishara
y una cámara ingeniosa de John R.
Leonetti en una película que evoca a un horror clásico, libre de
efectismos, como el que nos causó El exorcista (William Friedkin, 1973) o El horror de Amityville (Stuart Rosenberg, 1979). Lo he dicho en
el pasado: si no pretendes innovar, usa bien lo que ya existe. Pude ver cómo en
más de una ocasión el respetable, literalmente, saltaba de su butaca. Y eso se
debe a la habilidad del director de crear una atmósfera opresiva que tiene
momentos verdaderamente logrados. No digo cuáles para no estropear la sorpresa.
Vera Farmiga (la psicóloga de Los
infiltrados y muy recientemente la Señora Bates televisiva) y Patrick Wilson (el pedófilo de Niña
mala o Búho nocturno en Watchmen) encarnan de manera
convincente a los Warren, cuyo famoso caso Annabelle (una muñeca poseída)
sienta el precedente perfecto para un relato que te captura de principio a fin.
Su impresionante éxito comercial –y
entre la crítica- ha asegurado, por lo menos, una aventura más de los Warren. No
una secuela directa, porque la historia es un envoltorio perfectamente cerrado.
Por lo pronto Farmiga y Wilson han firmado ya un contrato para interpretarlos
de nueva cuenta. El matrimonio Warren –al menos el del celuloide- tiene en mí
un nuevo seguidor.
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*Texto publicado por primera vez en la página web de Mórbido.
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