viernes, 29 de noviembre de 2013
miércoles, 27 de noviembre de 2013
lunes, 25 de noviembre de 2013
Sentimientos encontrados, o Drácula contra los monopolios energéticos
Uno de los platos fuertes del pasado Festival Mórbido –del que ya platicaré
en un futuro no lejano- fue la premier del primer episodio de la nueva
encarnación televisiva de Drácula, co producción británica-estadounidense
creada por Cole Haddon, de la que ya
hablé hace varias semanas. Al finalizar el capítulo tuve
sentimientos encontrados. Primeramente quedé deslumbrado por su factura,
portentosa y que por muchos momentos me hizo sentir que veía una gran
producción cinematográfica. Luego vinieron los cambios, algunos sutiles y otros
dramáticos: Mina Murray (Jessica De
Gouw) es la primera estudiante (mujer) de Medicina en Inglaterra y uno de
sus profesores es Abraham Van Helsing (Thomas
Kretschmann). El voivoda Vlad Drácula (Jonathan Rhys Meyers), luego de ser
cautivo por su enemiga Orden del Dragón siglos atrás, es
devuelto a la vida en 1881 por un aliado insólito y, 8 años después, se infiltra
en la sociedad victoriana bajo el disfraz del genio científico estadounidense Alexander
Grayson, desterrado a las islas por Thomas Alva Edison. Conserva a su fiel servidor R. M.
Renfield (Nonso Anozie), ahora un solemne hombre de color que ya no
está obsesionado con los insectos. Jonathan Harker (Oliver Jackson-Cohen) sigue
pretendiendo a Mina –no se atreve a
dar el paso para conquistarla y sólo la presenta en sociedad como “su amiga”-
pero de ser un abogado en bienes raíces se convirtió en un intrépido reportero.
El refugio del vampiro, la ruinosa Abadía Carfax, se ha convertido en
una fastuosa mansión. Por supuesto no podía faltar la provocativa Lucy
Westenra (Katie McGrath). Fue
curioso que su vestido de fiesta, rojo como la pasión, contrastara con el de Mina, azul como la virtud y la nobleza.
Y luego vinieron guiños que ya son ritos
de paso establecidos por Bram Stoker:
“Bienvenidos a mi casa y dejen algo de la felicidad que traen consigo” o la
respuesta insinuada del vampiro “yo nunca bebo vino”. También están presentes
hechos que caracterizaron la época, como los crímenes de Jack el destripador o el auge económico del Imperio facilitado,
entre otras cosas, por su gran industria. Precisamente ahí está la motivación
del protagonista: lleva a cabo una venganza contra la milenaria Orden del Dragón, que basa ahora su
vasto poder en el monopolio de la industria petrolera. Y Drácula anticipó muy bien lo comprendido por Eliot Ness en su guerra contra el crimen de Chicago: si quieres
destruir a tus enemigos, pégales donde más les duele. En el bolsillo. Por
supuesto los malos no se quedaran sin dar batalla. Poseen a su asesina en jefe,
Lady
Jayne Wetherby (Victoria Smurfit),
que tiene cautiva a una vampira en busca de obtener información sobre su
enemigo.
Todo, insólitamente, se adhiere al Canon
establecido por Stoker: Harker
facilitará que el vampiro se posicione en Inglaterra –antes le vendió su
guarida, hoy parece que lo apoyará desde el Cuarto Poder-, Mina sigue siendo el prototipo de la Brave New Woman, Lucy la
chica coqueta de sociedad y Drácula aún
tiene un encono desmedido contra la sociedad occidental. Ahí se encuentra la
comunión con el rescatador misterioso que mencioné hace un rato: “nuestro odio
nació en el mismo lugar”. Y esto, por más que nos alarme, tiene sentido
estratégico. “Los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, dicen algunos. No
pienso que su trato sea definitivo. Ninguna sociedad de negocios es eterna.
Aún tengo reservas. Como he dicho hasta
el cansancio, Drácula no es una
historia de amores interrumpidos ni de reencarnaciones. No sé qué tan
necesarias son las secuencias de acción, que oscilan entre Matrix (hermanos Wachowski), 300 (Zack Snyder) y el más reciente díptico sobre Sherlock Holmes dirigido
por Guy Ritchie. Tal vez pretenden
dar un sello propio al programa, pero francamente a estas alturas del partido
identificamos las fuentes que las inspiraron. Tampoco comprendo el afán de que
el señor Rhys Meyers aparezca sin camisa cada vez que sea posible. Bueno, eso
sin duda tiene fines comerciales que apreciarán muchos –mujeres y hombres- y tal
vez sea parte –junto con las escenas sexualmente explícitas- de los contenidos
eróticos subyacentes de la novela.
Esta noche veré su segundo episodio. Eso
nos dará más elementos para formarnos una opinión definitiva.
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viernes, 22 de noviembre de 2013
Texto para la presentación de Desmodus, el vampiro
Muy buenas
noches a todos. Gracias por estar aquí. Primeramente deseo agradecer a
Editorial Terracota –a Alejandro
Villagrán y a Ximena Ruiz Rabasa por sus buenos oficios- por su amable
invitación y la oportunidad de reencontrarme con mi querido Enrique Alfaro
Llarena, incansable promotor de la cultura que en el pasado me demostró su
confianza en los fulgores de lo oscuro.
Contrariamente a
la percepción popular, existe un profundo arraigo de la figura del vampiro en
nuestra cultura. Desde la deidad maya Tzotz hasta el Dios Tzinacán de la
cultura náhuatl, el monstruo ha desplegado sus alas en prácticamente todas las
manifestaciones culturales. Esto lo expresa muy bien el indispensable Jorge
Ibargüengoitia en su divertido ensayo Vida
de los vampiros: “la gente común y corriente sabe más de vampiros que de
los otomíes”.
Debemos ejemplos
que refuerzan lo dicho por el guanajuatense a autores como el hidalguense Efrén
Rebolledo –con su poema romántico El
Vampiro-, Amado Nervo –con su poema A
Leonor-, Bernardo Couto Castillo –con su cuento Blanco y rojo-, Amparo Dávila –con el cuento El huésped- y a casos más recientes como Emiliano González –con el
cuento La mantis-, Ricardo Bernal –con
el cuento Los manuscritos del vampiro-,
Sergio Santiago Madariaga –con su cuento Muerte
veo en tus ojos-, Bernardo Fernández Bef –con el cuento Sólo salimos de noche- , Patricia
Laurent Kullick –con el breve e hilarante cuento Se solicita sirvienta-, Mario Méndez Acosta –con el estremecedor relato
No se duerman en el metro-, el
poblano José Luis Zárate –con su prodigiosa novela La ruta del hielo y la sal-, Adriana Díaz Enciso –con la novela La sed- y Carlos Fuentes, con su novela
corta Vlad, contenida en la antología
Inquieta compañía.
Pero uno de los
vínculos más profundos proviene de las raíces mismas del mito, con los
avistamientos hechos por Hernán Cortés durante la conquista de la Nueva España:
se percató cómo una variedad de murciélago, identificada posteriormente como Desmodus rotundus, una de las tres
especies de quirópteros hematófagos presente desde México hasta el norte de
Chile y Argentina, se alimentaban por las noches de sus caballos y las bestias
de tiro. William López-Forment Conradt, autoridad en México sobre estos seres,
señala que fueron los invasores los que llevaron esta noticia Europa, “donde
poco tiempo después comenzaron a aparecer cuentos de vampiros humanos,
especialmente en Europa Oriental, debido a su inaccesibilidad y desconocimiento
que tenían de esa zona del Continente Americano los habitantes de la Europa
Occidental. Los primeros europeos en reportar sobre estos animales, amén de
equivocarse de especie, fueron de Oviedo y Valdés en 1526, y Benzoni en 1565”.
Precisamente es este
animalito el responsable de dar el nombre al protagonista de la novela que hoy
nos reúne, Desmodus el vampiro de
José Carlos Vilchis Frausto. Y tengo ahora el reto de hablar del texto sin
estropear su descubrimiento a los nuevos lectores. En un escenario reconocible,
la Ciudad de México de nuestros días, el autor nos narra el descenso a las
tinieblas de un nuevo vampiro, “Desmodus, el hambriento, el Paria, el maldito,
el desterrado”. Esa dignidad es lo primero que debo agradecer a José Carlos: el
alejar al monstruo de la fórmula vacía, contemporánea y comercial y presentarlo
como es, un asesino en la cima de la cadena alimenticia.
Vilchis se da
tiempo de citar a sus clásicos a lo largo de la narración: de Julio Cortázar a
mi querido Vicente Quirarte, de William Shakespeare a Patrick Süskind. También
dedica un capítulo al cineasta alemán Win Wenders, cuya visión está presente en
la historia. Esto
nunca para sonar pretensioso o que el lector diga con asombro: “Cuánto ha leído
y conoce de cine este autor”. Lo hace para venerar a sus maestros y mostrar
orgulloso la presencia de sus lecciones. En ese sentido, su estilo es moderno
pero también muy generacional. El cine está presente no como referencia sino
como manera de ver y captar la realidad, sea mediante la descripción de una
espectacular persecución, de los inframundos del Centro Histórico de nuestra
ciudad –no sabía de la existencia del Pervert
lounge-, de sucios cuartos de hotel o de una lóbrega morgue con su
refrigerador con el letrero “carnes frías”. Y es precisamente gracias a esta
capacidad de observación, casi cinematográfica, que los detalles sumergen al
lector en el relato.
Podría continuar, pero prefiero concluir aquí. Gracias,
querido José Carlos, por esta disfrutable novela de vampiros, pues desde el
título establece vínculos muy necesarios en nuestro tiempo. Donde yo me eduqué,
el vampiro no brilla. Hablé antes de algunas de las virtudes de tu libro. Este ya
pertenece a los lectores y navega con sus propios medios. Serán ellos quienes
determinen su efecto y perdurabilidad. Espero que goce de la fortuna material
de recientes sagas literarias. Si no fuere así, tu obra triunfa sobre ellas en
muchos sentidos: posee el decoro y la autenticidad que los mayores éxitos sólo
sueñan. Ello no es gratuito. Se debe, sobre todo, a tu talento y tu constancia.
Toma estas palabras como una obligación para escribir novelas cada vez más
sorprendentes y, por qué no, más oscuras.
Muchas gracias.
martes, 5 de noviembre de 2013
En los martes consagrados al horror
Algunos rituales
son importantes. De eso saben muy bien nuestros vecinos del país norte, que han
convertido en una verdadera tradición el Monday nigth football, una reunión
obligada frente al televisor donde los espectadores se emocionan con las
contiendas entre sus equipos favoritos, devoran botanas de todo tipo y mucha
(mucha) cerveza.
En el México de
mi infancia eso se trasladaba a los domingos, donde observar las hazañas
futboleras de mi tío consumía el día y luego las tardes entre los programas de
la televisora privada y estatal de la era. Eso afirmó mi desprecio por el que
muchos llaman el juego del hombre
(hoy es más un espectáculo que un deporte) y afianzó mi amor por el horror.
Los últimos años
he visto con satisfacción que la televisión por cable transmite al menos dos
programas (The walking dead y American
horror story) relacionados con el género en horario estelar. Y mejor, hace
alarde de esto. Así que me pregunto, ¿no podemos institucionalizar un Tuesday
night horror? Quien me conoce sabe que detesto el abuso de los
anglicismos, pero en este caso es necesario para emular el sentido de la idea que
desprende la iniciativa.
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viernes, 1 de noviembre de 2013
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