viernes, 14 de marzo de 2014

Renuencia a los remakes, capítulo 2, o el extraño caso del nuevo RoboCop

Han pasado cuatro semanas desde su estreno comercial, así que la distancia me permite hablar de ella con más libertad. Hay que vencer los prejuicios para disfrutar la reelaboración de RoboCop (José Padilha, 2014). Expresé previamente mis preocupaciones, pero afortunadamente el resultado rebasó mis expectativas. Me encontré ante un remake que disfruté enormemente y se ajusta a lo que comenté ayer. Sobre todo respeta elementos que distinguieron a su versión original, dirigida por el holandés Paul Verhoeven en 1987. Hice en su momento una verdadera súplica a los Reyes Magos: “lo que más deseo es que el espíritu crítico de su primera versión prevalezca: la violencia que sobrepasa las capacidades gubernamentales para enfrentarla, la privatización de las instituciones policíacas, la codicia empresarial, los límites de los avances científicos, el poder de los medios de comunicación, la cosificación del individuo, la pérdida de la identidad y, sobre todo, el triunfo de la condición humana”.
En el año 2028, la Policía del Mundo (el gobierno de Estados Unidos) impone la paz con ayuda de la poco escrupulosa OmniCorp, una transnacional que provee a su ejército de la más impresionante tecnología armamentística (incluido el monstruoso y brutal ED-209). No puede hacer esto en su propia casa pese al apoyo de políticos y del incendiario Patrick Novak (Samuel L. Jackson), conductor de un popular programa de “serio periodismo de investigación”. El propietario del conglomerado Raymond Sellars (Michael Keaton), una suerte de Steve Jobs, identifica la tecnofobia de la opinión pública de su país y decide colocar a un humano dentro de sus máquinas. Entra en escena Alex Murphy (Joel Kinnaman), amoroso esposo y padre de familia quien ostenta ahora un grado de Detective y presta sus servicios en el muy corrupto Departamento de Policía de Detroit. Tras un atentado casi fatal, con ayuda del genio Dr. Dennett Norton (Gary Oldman) e instigado por Sellars, ingresa a un programa que cambiará su vida –o no vida- y lo convertirá en un instrumento supremo de justicia. Uno “pintado de negro”, como resuelve su creador.
Todo está ahí, insisto. Incluso el ruido se los servomotores del héroe y el retumbar del piso cuando camina (a pesar de su diseño aerodinámico). El guión de Joshua Zetumer se permite realizar adiciones notables, como la que tiene que ver con la tecnología de las prótesis ortopédicas en la era del corredor con piernas de titanio –y presunto homicida- Oscar Pistorius. O qué decir del poco amable estratega de combate Rick Mattox (Jackie Earle Haley), entrenador y enemigo de nuestro héroe mecánico. Y ese remate con “I fought the law and the law won”, la pegajosa canción del grupo de punk británico The Clash. En lo personal adoré la puesta en escena, con una muy buena fotografía del brasileño Lula Carvalho, que por momentos se acerca al documental, y los deslumbrantes efectos visuales de Legacy Effects, que dan una nueva dimensión a la tragedia de Murphy.

Al final, lo más importante para sus distribuidores la Metro-Goldwyn-Mayer y Columbia Pictures: trae con vigor a una redituable creación a un nuevo público y abre las puertas al renacimiento de una franquicia. Y no podemos culparlos. El cine de nuestros días es una forma de entretenimiento –a veces de arte-, pero sobre todo un negocio millonario. Esto hace evidente que los nuevos días de RoboCop apenas comienzan.

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