La cinta comienza con un ingenioso prólogo. En una noche tormentosa en las montañas cercanas al Lago de Ginebra, la famosa cofradía literaria formada por Lord Byron, Percy Shelley y su prometida Mary están reunidos frente a la chimenea. La señora Shelley revela a los presentes que su saga de Frankenstein aún no ha finalizado.
Tomando algunas escenas del final de Frankenstein (1931), el relato comienza en los restos calcinados del molino de viento. El vengativo padre de la pequeña María busca evidencia de la muerte del asesino de su hija entre los escombros carbonizados. Repentinamente el hombre cae a una gruta subterránea que le permitió a la Criatura sobrevivir. El infortunado hombre y su esposa son rápidamente asesinados.
Mientras tanto, un convaleciente Henry Frankenstein es visitado por el malévolo científico Pretorius. Éste lo invita su laboratorio. Sigue una secuencia provista del más logrado efecto especial de la Universal hasta ese momento: una colección de botellas que contienen homúnculos. Allí Pretorius persuade a Frankenstein para continuar sus experimentos.
En una escena derivada de la novela, la Criatura errante asusta a una niña, quien cae en un pozo. Cuando él la rescata, es baleado por cazadores quienes suponen que está atacando a la pequeña. Una turba iracunda persigue y logra capturar a la Criatura, que es encarcelada en la villa por poco tiempo, pero escapa y continúa su errancia. Conoce a un ermitaño ciego, y la solitaria desesperación del inicio de la novela de Mary Shelley es reproducida en las siguientes escenas, en las que el Monstruo establece una conmovedora relación con el hombre ciego. En una simpática secuencia, la Criatura sufre un acceso de hipo al beber vino y trata de fumar un cigarro. Por supuesto su felicidad es efímera. Los cazadores arriban y reanudan su persecución y, en un acto simbólico, el ser construido con partes de cadáveres se resguarda en un cementerio.
Pretorius se encuentra con el Monstruo y establecen una alianza profana con el objeto de crearle una Novia, pues ellos obligan a Frankenstein a cooperar tras secuestrar a su esposa Elizabeth. El laboratorio en la torre nuevamente resuena por la enorme maquinaria eléctrica. El cuerpo vendado de la Novia yace en la mesa mientras espera ser elevado para atrapar el relámpago dador de vida.
La mesa regresa a su sitio y los vendajes son removidos para revelar a una Elsa Lanchester de gran estatura, con una gran cabellera negra adornada por mechones color plateado que semejan relámpagos desde sus sienes. El rostro de la Novia es frío y demencial, con unos horribles labios carnosos y enormes pestañas. Ella no posee la torpeza y fealdad de la Criatura original, y cuando éste se muestra maravillado por tener por fin una compañera, la audiencia comienza a sospechar el trágico desenlace.
Cuando trata de comunicarse con ella, la Criatura pregunta patéticamente “¿Amiga?”, pero ella sólo responde con un grito; es obvio que le teme. La Criatura el laboratorio en un acto de ira y le muestra a su creador que lo ha perdonado advirtiéndole que abandone el lugar antes de que explote por completo, pero retiene a Pretorius. Ambos desaparecen en la destrucción.
Por supuesto, un recuento de la trama no provee una respuesta a la más interesante interrogante de todas: ¿qué es lo que permitió que La novia de Frankenstein escapara del miserable destino de la mayoría de las secuelas de horror?
Podemos distinguir varios aspectos. James Whale tuvo el acierto de reunir al mismo equipo y reparto (a excepción de Mae Clarke) de la cinta original. Éste había alcanzado había resuelto los problemas fundamentales de caracterización, así pudieron desarrollar la secuela en nuevas direcciones.
A Whale no le encantó repetir ciertas secuencias que realizó para el primer filme, pero tenía ahora un laboratorio mucho más impresionante y mejores escenas de cacería. Reconoció eventualmente que, ya que el aspecto de la Criatura había sido revelado, necesitaría de algunos nuevos y extraordinarios efectos especiales. Los maravillosos homúnculos en el laboratorio de Pretorius, aunque algo innecesarios para la trama, son un resultado memorable.
La cinematografía, excelente en la primera película, es simplemente soberbia en la secuela. Las tomas son poderosas e inusuales, con un máximo uso de las sombras y el contraste. Los valores de producción fueron (y siguen siendo, insisto) muy elevados para una serie de horror, pero La novia de Frankenstein y su continuación, El Hijo de Frankenstein, son particularmente sobresalientes en su ingenuidad y opulencia.
El poder real de la película reside en dos elementos distintos. Primero, el director incorporó una pizca de humor en algunas escenas macabras que brindan un tono distinto al de la primera película. Whale hizo una grotesca mixtura de monstruos ebrios, ladrones de tumbas y aldeanos tontos en la trama para balancear temas de mayor complejidad. Un ejemplo interesante es la forma en que el cineasta acentuó la incomprensión y sufrimiento de la Criatura añadiendo simbolismos religiosos: cuando los aldeanos lo capturan, vemos una clara metáfora de la condena y eventual crucifixión de Cristo. En contraste, muchos estudiosos identifican elementos que provienen de la homosexualidad de Whale, que pasaron desapercibidos por el estudio y el público de la época. El más evidente es la relación entre el Pretorius interpretado por Ernest Thesiger y los Frankenstein –el científico y su creación-. No olvidemos que el artista imprime elementos personales en su creación.
La segunda causa de éxito es simple: Boris Karloff. A pesar que los tiempos diarios de maquillaje se extendieron en esta secuela a cinco horas, y que Whale se rehusara a aceptar su punto de vista sobre la caracterización, Karloff entregó la mejor actuación de su carrera. Él advirtió discretamente al director del riesgo artístico que representaba hacer a la Criatura hablar. Pero cuando Whale insistió –él mandaba, por supuesto-, Karloff hizo de esto una ventaja, enfatizando el anhelo de comunicación y contacto humano de la Criatura. Su línea final, dirigida a la Novia en un tono de horror y desprecio, revela la fatal aceptación de su destino: “Nosotros debemos estar muertos”.
Pretorius se encuentra con el Monstruo y establecen una alianza profana con el objeto de crearle una Novia, pues ellos obligan a Frankenstein a cooperar tras secuestrar a su esposa Elizabeth. El laboratorio en la torre nuevamente resuena por la enorme maquinaria eléctrica. El cuerpo vendado de la Novia yace en la mesa mientras espera ser elevado para atrapar el relámpago dador de vida.
La mesa regresa a su sitio y los vendajes son removidos para revelar a una Elsa Lanchester de gran estatura, con una gran cabellera negra adornada por mechones color plateado que semejan relámpagos desde sus sienes. El rostro de la Novia es frío y demencial, con unos horribles labios carnosos y enormes pestañas. Ella no posee la torpeza y fealdad de la Criatura original, y cuando éste se muestra maravillado por tener por fin una compañera, la audiencia comienza a sospechar el trágico desenlace.
Cuando trata de comunicarse con ella, la Criatura pregunta patéticamente “¿Amiga?”, pero ella sólo responde con un grito; es obvio que le teme. La Criatura el laboratorio en un acto de ira y le muestra a su creador que lo ha perdonado advirtiéndole que abandone el lugar antes de que explote por completo, pero retiene a Pretorius. Ambos desaparecen en la destrucción.
Por supuesto, un recuento de la trama no provee una respuesta a la más interesante interrogante de todas: ¿qué es lo que permitió que La novia de Frankenstein escapara del miserable destino de la mayoría de las secuelas de horror?
Podemos distinguir varios aspectos. James Whale tuvo el acierto de reunir al mismo equipo y reparto (a excepción de Mae Clarke) de la cinta original. Éste había alcanzado había resuelto los problemas fundamentales de caracterización, así pudieron desarrollar la secuela en nuevas direcciones.
A Whale no le encantó repetir ciertas secuencias que realizó para el primer filme, pero tenía ahora un laboratorio mucho más impresionante y mejores escenas de cacería. Reconoció eventualmente que, ya que el aspecto de la Criatura había sido revelado, necesitaría de algunos nuevos y extraordinarios efectos especiales. Los maravillosos homúnculos en el laboratorio de Pretorius, aunque algo innecesarios para la trama, son un resultado memorable.
La cinematografía, excelente en la primera película, es simplemente soberbia en la secuela. Las tomas son poderosas e inusuales, con un máximo uso de las sombras y el contraste. Los valores de producción fueron (y siguen siendo, insisto) muy elevados para una serie de horror, pero La novia de Frankenstein y su continuación, El Hijo de Frankenstein, son particularmente sobresalientes en su ingenuidad y opulencia.
El poder real de la película reside en dos elementos distintos. Primero, el director incorporó una pizca de humor en algunas escenas macabras que brindan un tono distinto al de la primera película. Whale hizo una grotesca mixtura de monstruos ebrios, ladrones de tumbas y aldeanos tontos en la trama para balancear temas de mayor complejidad. Un ejemplo interesante es la forma en que el cineasta acentuó la incomprensión y sufrimiento de la Criatura añadiendo simbolismos religiosos: cuando los aldeanos lo capturan, vemos una clara metáfora de la condena y eventual crucifixión de Cristo. En contraste, muchos estudiosos identifican elementos que provienen de la homosexualidad de Whale, que pasaron desapercibidos por el estudio y el público de la época. El más evidente es la relación entre el Pretorius interpretado por Ernest Thesiger y los Frankenstein –el científico y su creación-. No olvidemos que el artista imprime elementos personales en su creación.
La segunda causa de éxito es simple: Boris Karloff. A pesar que los tiempos diarios de maquillaje se extendieron en esta secuela a cinco horas, y que Whale se rehusara a aceptar su punto de vista sobre la caracterización, Karloff entregó la mejor actuación de su carrera. Él advirtió discretamente al director del riesgo artístico que representaba hacer a la Criatura hablar. Pero cuando Whale insistió –él mandaba, por supuesto-, Karloff hizo de esto una ventaja, enfatizando el anhelo de comunicación y contacto humano de la Criatura. Su línea final, dirigida a la Novia en un tono de horror y desprecio, revela la fatal aceptación de su destino: “Nosotros debemos estar muertos”.
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