No recuerdo si he hablado del tema en este espacio (lo refiero frecuentemente en mis clases de Criminalística), pero la popular serie de televisión CSI: Crime scene investigation ha perdido mi interés. Reconozco que no es mala. Es producida por el experto en blockbusters Jerry Bruckheimer y por tanto su factura es impecable: destacan su estética cercana al videoclip, sus dramáticos acercamientos a pistas importantes (parodiados incluso en Los Simpson) y el famoso tema musical de The Who. La seguí con entusiasmo desde su estreno el año 2000, pero cuando vi que su protagonista Gil Grissom (William Petersen) movía de su posición original –con guantes, eso sí- un indicio antes de fijarlo fotográficamente, reparé que violaba una máxima del protocolo de trabajo en una escena del crimen. Y de eso conozco algo. “Es una serie de ficción”, pensé, “una licencia narrativa”. Pero tengamos en cuenta que una serie que tiene profundas raíces en la realidad debe seguirla rigurosamente en aras de conseguir verosimilitud. Así sus técnicas (equipos o bases de datos que no existen, por ejemplo), algunos personajes (como la asesina de las maquetas cuyo origen y motivaciones me parecen endebles), omisiones (la sordera progresiva del estelar), cambios de elenco (Lawrence Fishbourne y Ted Danson), fueron alejándome gradualmente. El pasado miércoles vi un capítulo atrasado (de su 9ª temporada) que capturó mi atención: giraba en torno a la pesquisa del asesinato de uno de sus estelares, el criminalista Warrick Brown (Gary Dourdan). Ello me hizo pensar en las causas que mueven a los artífices de una serie literaria, de televisión o una saga cinematográfica a matar a personajes mayores de sus relatos. Este, sin duda alguna, es un movimiento arriesgado porque las víctimas se convierten en seres apreciados por los espectadores, incluso pueden sufrir el hecho como cuando pierden a alguien de su familia. Si no se hace con inteligencia los efectos pueden ser nefastos: la audiencia puede dejar de seguirla definitivamente. He aquí las principales razones que identifico:
1. Necesidades argumentales. Cuando J. K. Rowling decidió asesinar a Sirius Black en Harry Potter y la Orden del Fénix (2003) arrancó el pesar y descontento de sus lectores. Pero la autora lo hizo por una razón poderosa: para que su protagonista pudiera seguir su viaje iniciático debía enfrentarse nuevamente a la pérdida.
2. Hastío. Sir Arthur Conan Doyle asesinó a su personaje más memorable en 1893. Lo arrojó de unas cataratas junto con su némesis, el profesor Moriarty, en el cuento El problema final. En muchas formas fue un acto de defensa propia. La dimensión y popularidad que alcanzó Sherlock Holmes restó importancia a sus otros intereses: la novela histórica y de ciencia ficción, lo esotérico, el ensayo y la dramaturgia. Cuando Doyle se enfrentó al disgusto de sus lectores, al reproche de la misma Reina Victoria y a la falta de respuesta a sus nuevas obras, decidió revivir a su detective. Y lo hizo espectacularmente en El sabueso de los Baskerville (1901 a 1902). La legitimidad de este crimen (asesinar a tu propia creación) es un ejercicio genuino de libertad pero es cuestionable cuando tu “hijo” se posiciona de manera importante en el imaginario de las personas.
3. Por el rechazo del público. El segundo asistente de Batman (en el mundo de los cómics), Jason Todd, no fue bien recibido por los lectores de DC comics. La solución fue someter a su opinión, vía telefónica (como en uno de los populares plebiscitos de esta Ciudad de México), el destino del nuevo Robin. El público habló. Entre diciembre de 1988 y enero de 199 la editorial publicó una serie de historias tituladas Muerte en la familia, a partir de un guión de Jim Starlin con ilustraciones de Jim Aparo, donde el joven héroe murió en una explosión a manos delGuasón.
4. Desacuerdos económicos. Hace unos meses el actor Christopher Meloni solicitó a los productores de La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especialesun aumento en su salario. Éstos se negaron. Como resultado Meloni abandonó la serie. Argumentalmente se trató de justificar esto con su renuncia a la fuerza policíaca, fortalecido esto por sus constantes problemas de disciplina, con el reforzamiento de personajes secundarios y la inclusión de algunos nuevos. Grave error. Actualmente, al menos, perdió un seguidor devoto (yo). Las personas que conozco y también eran seguidores de la serie han hecho lo mismo, lo cual la coloca en riesgo. Lo mismo ocurrió con el reencuentro que propicia estas líneas. En abril de 2008 el actor Gary Dourdan, que daba vida a Warrick Davis en CSI (como ya mencioné), solicitó un incremento salarial. A los productores les resultó más barato asesinarlo (a Davis). A los pocos meses William Petersen (su mentor Grissom) abandonó la serie. Pero él corrió con mejor suerte. No lo mataron. Las palabras que éste le dedicó en su funeral fueron muy justas y pertinentes para el ejercicio de las personas que comparten mi profesión:
“Nos entrenan para decir a los deudos de las víctimas cuatro palabras: siento mucho su pérdida. Hasta hoy comprendí que significan muy poco”.
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