Las últimas semanas he escrito sobre obras que no han sido de mi entero agrado pese a que les he reconocido incontables méritos. Llegué a preguntarme si no me estaría ocurriendo algo. El domingo descubrí, para mi tranquilidad, que había alguien que compartía mi pensar: mi amigo Rafael Aviña. A continuación reproduzco su crítica sobre Sherlock Holmes: Juego de sombras, que apareció el pasado 30 de diciembre del extinto 2011 en la sección Primera fila del diario Reforma.
Deducción que seduce
Rafael Aviña
El año pasado, el hábil cineasta Guy Ritchie consiguió levantar una flamante y exitosa franquicia con la renovada figura del celebérrimo detective del 221B de la calle Baker creado por Sir Arthur Conan Doyle en el siglo 19, interpretado por un estupendo e imparable Robert Downey Jr.
En la vertiginosa y explosiva secuela, Sherlock Holmes: Juego de sombras (EU-Gran Bretaña, 2011), Ritchie apuesta por nuevos guionistas que se apegan más a las aventuras originales de su autor primigenio y rodean el relato de un ambiente siniestro con referencias terroristas, en línea de “El agente secreto” (1907), novela del también escritor británico Joseph Conrad.
Narrada por su inseparable amigo y compañero de peripecias, el Dr. Watson, próximo a casarse, la historia se centra en los avatares del deductivo Holmes para detener a su némesis. El Profesor Moriarty.
Moriarty como un genio del mal, creado por Doyle, decidido a desestabilizar a Europa desatando una guerra mundial y especulando con la industria bélica.
Al mismo tiempo, Holmes –experto boxeador, esgrimista con el bastón y maestro del disfraz- intenta ayudar a una atractiva gitana a encontrar a su hermano, seguidor de causas anarquistas.
A medio camino entre Conrad, Conan Doyle y el vulnerable James Bond de las primeras novelas de Ian Fleming, Sherlock Holmes: Juego de sombras no alcanza el brillante paroxismo de su predecesora.
Sin embargo, se trata de un eficaz espectáculo pirotécnico de acción desbordada, con otra gran banda sonora de Hans Zimmer y buenas intervenciones de personajes secundarios, como la de Stephen Frye en el papel de Mycroft Holmes.
El filme incluye escenas de delirio puro, como ese prólogo en las calles londinenses con Holmes disfrazado como chino, la secuencia de la casa de juego, la persecución en el bosque y el escape en el tren.
Uno de los momentos clave de los relatos originales de Sir Arthur Conan Doyle, que ocurre en las cataratas Reichenbach en Suiza, se inserta aquí, en un filme que insiste más en el humor y la irreverencia.
El filme, que deja de lado la profundidad psicológica de los protagonistas, en aras de una diversión desmedida, eficaz y calculada al mismo tiempo, mantiene la atención constante y da pie a una nueva y anunciada continuación.
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