Habían transcurrido 20 minutos del metraje de Sherlock Holmes: juego de sombras (2011) cuando el desconcierto -una desazón que no esperaba- me invadió. Sinceramente no podía explicarlo. Soy un declarado admirador de su predecesora, Sherlock Holmes (2009). Unos días después de su estreno alabé el desempeño de su protagonista, Robert Downey, Jr., – pese a su nacionalidad, porque no dejo de pensar que el detective debe ser interpretado por un británico-, a su competente reparto, a la puesta en escena –sobre todo la briosa partitura de Hans Zimmer, el vestuario de Jenny Beavan y la brillante fotografía de Philippe Rousselot) y al desempeño de su director Guy Ritchie. Es obvio que el cineasta está plenamente inserto en la gran maquinaria hollywoodense, y eso no es algo malo. Posiblemente mi sentir se debía a las altas expectativas que me había formado, a que era la primera cinta que observaba en pantalla grande en este recién nacido 2012 –y deseaba deslumbrarme- o a que un gran amigo –digno de toda mi confianza- me había hablado maravillas de ella. Y tiene razón, porque de ninguna manera es una mala película. Cuenta con todos los elementos que tanto admiré en la aventura anterior. Es al guión de Michele y Kieran Mulroney al que tengo cosas que reprocharle –y muchas que aplaudirle-. Entre ellas muchas líneas afortunadas (“Observo todo. Esa es mi maldición”). La dupla escritural narra una historia original que guarda una notable relación con El problema final (1893), el cuento donde Arthur Conan Doyle mató a su personaje más memorable. Pero mejor trataré de desmenuzar mis pensamientos.
1. El desempeño del elenco es más que competente. El protagonista es eficiente –como acostumbra-, al igual que Jude Law –según yo, la cinta previa había hecho a un lado la cojera del Dr. Watson-. El actor británico Jared Harris –el malvado Dr. David Robert Jones de la serie Fringe, el Capitán Mike de El curioso caso de Benjamin Button, o el asesino serial Robert Morten de La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales- es un James Moriarty digno, frío, malévolo y encantador. A pesar de ser un actor experimentado, Harris es un rostro relativamente desconocido. Yo hubiera deseado ver a alguien de un perfil similar al de Downey, Jr. como su antagonista –en algún momento se mencionaron nombres como Brad Pitt y Russell Crowe para el papel-. El Moriarty de la primera película, el que se ocultaba en una capa con capucha, salió a la luz. Incluso reveló su faceta de prestigiado académico, autor de “La dinámica de un asteroide”. Como en una cinta romántica, el efecto se basa en la química entre los enamorados en que se centra la historia. Sucede lo mismo en casos como el que propicia estas líneas. Todavía me pregunto si Downey y Harris proyectan suficiente encanto como rivales. Aunque insisto, quedé satisfecho.
2. Por otro lado, elegir a Stephen Fry para interpretar Mycroft Holmes fue algo muy inspirado. Al actor lo admiro desde que estelarizara Oscar Wilde (Brian Gilbert, 1997). El mayor de los Holmes es un personaje interesante, “más inteligente”, como el mismo detective reconoce. Trabaja en las sombras, en una posición nunca aclarada, “al servicio secreto de Su Majestad”. No tiene necesidad de hacer reverencias a la misma Reina Victoria. Pero sobre todo es un eminente victoriano. No lo visualizo presentándose desnudo ante una mujer, ni haciendo eco de las extravagancias de su hermano.
3. Como lo dije, la historia se basa notablemente en El problema final. Y también incluyó al Cnel. Sebastian Moran (Paul Anderson), personaje que bien recuerdan los lectores de Sir Arthur Conan Doyle.
4. La carrera armamentística, industria que creció enormemente en la Inglaterra victoriana, es la base del libreto de los Mulroney. El discurso final del villano sobre la naturaleza humana es muy revelador.
5. Algo que me encantó fue el emblemático enfrentamiento final entre los prestigiados rivales al borde de las cataratas Reichenbach, primero intelectual y luego físico. Que este último fuera detonado porque el héroe pisó intereses económicos del villano es muy relevante en esta época (la de la guerra contra el narcotráfico). Bien lo comprendió Eliot Ness: si quieres lastimar al enemigo, ataca sus bolsillos.
Para finalizar, Sherlock Holmes: juego de sombras es un filme entretenido, impecablemente realizado, pero que a la vez me dejó con muchas interrogantes: ¿cuál es el futuro del nuevo Sherlock Holmes cinematográfico ahora que ya se enfrentó a su máximo enemigo? ¿Qué reto sigue después? Todo es nebuloso.
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