No puedo negar la cruz de mi parroquia. Y eso me
atormenta desde el viernes pasado que vi la muerte de uno de mis héroes en su adaptación
televisiva para el nuevo milenio Sherlock. Porque muchas muertes
pueden fingirse: un disparo de arma de fuego, un apuñalamiento, a través de
drogas que atacan el sistema nervioso central y provocan un estado similar a la muerte,
incluso un ahorcamiento, como vimos (coincidentemente) en Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009). Todas requieren una
preparación cuidadosa, como el ilusionista que ejecuta un acto de magia. ¿Pero
cómo disimulas una caída de más de 30 metros de altura? Algo así significa una
muerte segura por todas lesiones en conjunto que causaría y que son imposibles
de evitar. Ello puso a prueba mi razonamiento. Tan pronto comenzaron los
créditos finales del episodio, corrí al librero (a la parte de Ciencias
Forenses) para tratar de aclarar mi cabeza. Consulté (entre otros títulos) Medicina
legal de Eduardo Vargas Alvarado
(Trillas, 2000), que dice sobre la caída
y la precipitación lo siguiente:
“En ambos casos se trata de contusiones ocasionadas
por el desplome de una persona. Es caída cuando ocurre en el mismo plano de
sustentación, y precipitación si se produce en uno que se encuentra por debajo
del plano de sustentación. En la caída, debido a la falta de tiempo y espacio,
se establece un sistema de fuerzas que lanza al cuerpo lateral y oblicuamente
sobre el suelo (Gisbert Calabuig); las lesiones tienen un carácter
esencialmente focal porque el efecto acelerador sólo se observa en la cabeza,
mientras es nulo en el resto del cuerpo. En la precipitación, la fuerza de
gravedad desempeña un papel importante. La energía que se libera en el momento
del impacto se transmite a todo el cuerpo y explica el carácter generalizado de
las lesiones.
En la caída, al movilizarse la cabeza sobre el
suelo se produce la lesión golpe-contra-golpe. El golpe se observa en la piel
cabelluda como hematoma o herida contusa. El contragolpe está dentro del
cráneo, en el punto diametralmente opuesto, y consiste en hematoma epidural o
subdural, y en focos de contusión cerebral. En otros casos hay fractura del
cráneo, en ocasiones con hundimiento. En los miembros inferiores, puede
producirse fractura del cuello del fémur. La muerte inmediata es causada por
lesiones craneoencefálicas, y la tardía por complicaciones sépticas, como la
neumonía hipostática en los ancianos debido al decúbito obligado.
En la precipitación, las lesiones de la piel son
mínimas, como en la caída. En cambio, el daño interno es severo. El esqueleto
puede estar multifragmentado ("bolsa de nueces") y las vísceras,
especialmente hígado, bazo, cerebro y pulmones, encontrarse muy lacerados.
Las lesiones esqueléticas ocasionadas por la
precipitación varían de acuerdo con la forma en que la víctima recibe el
impacto con el suelo:
-Impacto de pie. Significa la introducción de la
columna vertebral en el cráneo, fractura del astrágalo y del tercio medio de
las piernas.
-Impacto estando sentado. Las alas menores del
esfenoides y la apófisis crista galli del etmoides se incrustan en el encéfalo.
Impacto de cabeza. Representa fractura de cráneo conminuta, con hundimiento y,
aspecto de telaraña (Keith Simpson). De los órganos internos restantes, la
aorta y el hígado son particularmente vulnerables. La aorta puede seccionarse a
nivel de la unión del arco aórtico con la porción descendente, en tanto que el
hígado puede mostrar laceraciones en su parte central, pero con indemnidad de
la superficie.
Las lesiones descritas se denominan puras porque
corresponden exclusivamente a la precipitación. A ellas pueden agregarse las
llamadas lesiones contaminadas, las cuales se observan en la superficie del
cuerpo y se deben al golpe contra estructuras salientes que se interponen en la
trayectoria hacia el suelo.
La muerte en la precipitación se debe a choque
traumático, laceración visceral o traumatismo craneoencefálico.
La etiología medicolegal de caída y de
precipitación es frecuentemente la accidental. Sin embargo, en cuanto a la
precipitación, no es raro el suicidio que suele realizarse desde sitios
elevados, que se vuelven clásicos en cada ciudad debido a la preferencia para
tal propósito”.
Bueno. Eso fue algo para pensar. Si concedemos
el mínimo de confianza a sus guionistas Steven
Moffat y Mark Gattis -pues se lo
han ganado con creces- la explicación nos sorprenderá y dejará satisfechos.
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