Desde la noche del lunes reúno fuerzas para escribir estas
líneas. Ese día acudí, entusiasmado, al Auditorio Nacional para ver una
película que esperé desde la tarde del 18 de julio de 2008. Como es bien
sabido, soy un gran aficionado de Batman. Mi naturaleza está
notablemente influida por su figura, valores y significados simbólicos. Contra el
pensamiento de muchas personas, lo estudié profusamente en mi tesis de
Licenciatura. Si mi opinión puede parecer extrema –severa- es porque tiene
raíces en esa entrega y en el espléndido cuerpo de la obra de Christopher Nolan, con los maravillosos guiones que coescribió con su hermano Jonathan
Nolan. Esa colaboración desprendió estupendas cintas como El
gran truco (2006) y El origen (2010). La mayor parte de
mi desencanto proviene de las altas expectativas que me cree desde los últimos
momentos de Batman: El Caballero de la Noche (2008), una película de nivel
difícil de emular y superar. “El problema es que esa es ya un clásico
inalcanzable”, trató de confortarme mi amigo Rafael Aviña. Y la opinión de Miguel
Cane lo complementó: “Por lo tanto, la pregunta es, ¿conseguirá El Caballero de la Noche Asciende
satisfacer esta sed de perfección y mito? Y la respuesta es que semejante cosa
no es posible. Y no porque la cinta no sea de calidad, que lo es, es
simplemente que a estas alturas del poema, resulta imposible dar gusto a nadie.
Habrá quienes la amen, habrán quienes la vilipendien, quienes se queden
estupefactos, quienes se conmuevan hasta lo más hondo y no faltará quienes le
encuentren defectos a todo. Es el precio de ser un filme tan anticipado, si
bien está más allá del bien y del mal; no importa lo que se diga de ella, su
leyenda la precede”.
La trama de Batman: El Caballero de la Noche asciende
(2012) puede resumirse así: han pasado 8 años desde la última aventura. La
muerte del paladín convertido en villano Harvey Dent (Aaron Eckhart) inició una nueva era de paz y esperanza en Ciudad
Gótica. Batman, tras asumir la responsabilidad del hecho, ha
desaparecido y Bruce Wayne (Christian
Bale) se ha autoexiliado, con las facturas que le cobró sus alma y cuerpo, en su mansión ancestral. Pero eventos
que inician con la llegada de un nuevo mal (Bane, interpretado por Tom Hardy) y la aparición de una
sensual ladrona (Selina Kyle/Gatúbela, encarnada afortunadamente por
Ane Hathaway) lo obligan a salir de
su retiro.
Lo que sigue es una historia confeccionada para atraer a los
grades públicos a la sala de cine, enmarcada por una ambiciosa campaña
publicitaria y los trágicos eventos ocurridos el día de su estreno en esa sala
de cine de Aurora, Colorado. El guión es
extremadamente largo y contiene elementos que contradicen por momentos el
realismo que los Nolan impusieron, que es el triunfo de la saga –no abundo en
ellos para no vender la historia-. Lo peor, cede en momentos cruciales a
sentimentalismos que no empatan con la esencia del héroe y que se deben a convenciones
hollywoodenses –tampoco los
mencionaré por el momento, pese a que me disgustaran tanto-. Si las cintas
previas tuvieron una notable influencia en novelas gráficas como Batman:
Año Uno de Frank Miller, en la
serie de cómics Batman: The long Halloween y en La broma mortal de Alan Moore, esperaba –deseaba- que esta
aventura tuviera como modelo a The Dark Knight returns, también de Miller.
Sobre todo que se apegara más a los ritos de paso que debe seguir el viaje del
héroe tal y como los planteó Joseph
Campbell en su texto canónico El héroe de las mil caras (Fondo de
Cultura Económica, 1980). ”El último acto de la biografía del héroe es el de su
muerte o partida. Aquí se sintetiza todo el sentido de la vida”.
Insisto, no es una mala película –brilla
por su insuperable reparto de apoyo, la fotografía de Wally Pfister y la
briosa partitura de Hans Zimmer-,
pero dista de encontrarse al nivel de sus predecesoras. Como sucedió a otra
notable trilogía, la comenzada por Francis
Ford Coppola en El Padrino (1972), la conclusión de Nolan es la menor de todas,
pese a su espectacularidad.
Desde su creación en 1939, Batman ha demostrado tener vidas inagotables. Como una de ellas –la
cinematográfica- es un fenómeno cíclico y comercial, estoy seguro que volveré a verlo en
las salas de cine en 20 años. Yo seré entonces un sabio señor de 60. Mi héroe
seguirá como hoy, incorruptible, imperecedero. Ese es tal vez el aspecto que mejor
retrató Cristhopher Nolan. Logró convertirlo en algo más que un personaje de
ficción. En una leyenda.