Hace casi un año que se transmitió su
último episodio en la televisión estadounidense. Pese a las innumerables
recomendaciones y al alud de premios que recibió a lo largo de su vida de 5
temporadas, nunca me había dado la oportunidad de ver un episodio de Breaking
bad (algo así como Volviéndose
malo). Grave error. Hace unos meses decidí ponerme al corriente. Y todo el
tiempo que invertí fue recompensado con creces. Superó gratamente todas mis
expectativas. Fueron muchos los factores que contribuyeron a esto. Fue un
programa que nunca perdió el rumbo. Concluyó en el momento preciso. No sucumbió
a la tentación del éxito y las paletadas de dinero que éste trae consigo. La
serie creada por Vince Gilligan, uno
de los más brillantes guionistas de Los Expedientes Sercetos X (también
fue su productor ejecutivo), fue congruente de principio a fin y supo mantener
un alto nivel argumental. No en balde ha sido considerada por la crítica como
una de las mejores series de la Historia de la Televisión. A diferencia de
muchas de sus contemporáneas, cuyos desenlaces no me dejaron del todo –o nada- satisfecho,
logró mantenerme en el filo del asiento hasta el último momento.
Ayer, durante la entrega número 66 de
los prestigiados premios Emmy, al
recoger su bien merecido galardón como Mejor
actor en una serie dramática, Bryan
Cranston, el rostro de la serie, agradeció a sus seguidores por su
respuesta al que calificó como “el papel de su vida”. Y es que la historia de Walter
White, el apocado pero brillante profesor de Química en una escuela
preparatoria de Albuquerque, Nuevo México, recién convertido en cincuentón, que
sufre la abulia y falta de respeto de sus alumnos, humillado empleado de medio
tiempo de un lavado de autos, cuya mediocre existencia es interrumpida por el
Cáncer y decide internarse en los infiernos de la producción de Metanfetaminas
y la violencia del Narcotráfico, es simplemente magnífica.
Repito que Cranston es sólo la parte más
visible, pero en todo momento estuvo acompañado de un reparto sólido: Anna Gunn como su abnegada esposa Skyler,
Aaron Paul como su discípulo y socio
Jesse
Pinkman, RJ Mitte como su
minusválido hijo Walter White, Jr., Dean
Norris como su cuñado Hank Schrader (mi personaje secundario
favorito), Betsy Brandt como su cleptómana
y anoréxica cuñada Marie Schrader, Giancarlo Esposito como el cerebral y terrible narcotraficante Gustavo
Fring, Jonathan Banks como
el ex policía y mortal sicario Mike Ehrmantraut y, la esperanza de
continuidad del proyecto, Bob Odenkirk
como el facineroso abogado Saul Goodman, estrella del futuro spin-off de la serie, Better
call Saul.
Su gran desempeño no hubiera sido
posible sin un gran equipo de guionistas, desde el mismo Gilligan, Sam Catlin, Peter Gould, Gennifer
Hutchison, Patty Lin, George Mastras, Thomas Schnauz, John Shiban
y Moira Walley-Beckett, quien
también fue galardonada con el Emmy
por el libreto de Ozymandias, el decimocuarto episodio de la quinta temporada de la
serie. Más allá del mero suspenso, el programa les dio la oportunidad para
reflexionar sobre la complejidad de las relaciones interpersonales, las
transformaciones de los roles en la familia, las consecuencia de nuestras
acciones, los lindes morales entre el bien y el mal y sobre los eventos que
pueden llevar a un buen hombre a convertirse en una persona malvada. Todo
llevado de la mejor manera hasta su inevitable desenlace, Felina, en cuyos últimos momentos
vemos a nuestro héroe caído con el tema Baby Blue del grupo británico Badfinger como melancólico marco.
Breaking bad
macó una pauta en la televisión contemporánea y sin duda estableció parámetros
difíciles de emular. Anoche Vince Gilligan, en el podio del Teatro Nokia de Los
Ángeles, dijo algo que bien definió el espíritu de su hijo recientemente
fallecido pero más vivo que nunca: “Esta es la maravillosa cereza del pastel”.
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