jueves, 22 de octubre de 2009

Asesinos en Tlalpujahua.

Como anuncié previamente, el próximo sábado viajaré a Tlalpujahua, Michacán, hogar de las esferas navideñas, cuna de los hermanos Rayón y sede de la segunda emisión del Festival de Cine de Horror Mórbido.
A las 17:30 presentaré el cortometraje "La crónica", de Mario Beauregard, y haré una breve exposición sobre el asesinato serial y el séptimo arte.
Les presento un pequeño anticipo de mi charla.
Nos vemos la siguiente semana.

--
Poetas, caníbales y otros dementes
el asesino serial en el cine
Segundo Festival Mórbido, Tlalpujahua, Michoacán.
Roberto Coria.


Dos policías llevan su segunda cena a un hombre en el inicio de sus cincuentas, vestido de blanco y convenientemente encerrado en una amplia jaula. El prisionero está rodeado de sus libros y dibujos, y escucha afablemente Las variaciones de Goldberg de Johann Sebastian Bach. El menú de la noche: chuletas de cordero, casi crudas, acompañadas de una guarnición de guisantes, granos de elote y una papa horneada. Los guardias, respetuosos pero precavidos, ordenan al custodiado ponerse contra los barrotes para esposarlo. Seguros de su inmobilidad, uno de los uniformados penetra en la jaula con el manjar, incluso procura no manchar los papeles que descansan en el escritorio. Antes de que puedan reaccionar, el hombre de blanco coloca las esposas al improvisado maître; se ha liberado con el alma de un bolígrafo que hábilmente escondió en su boca. Como un relámpago muerde el rostro del otro uniformado, luego le vacía su gas lacrimógeno antes de golpear repetidamente su cabeza contra la estructura metálica. El policía esposado grita de horror antes que el hombre de blanco, con el rostro ensangrentado y una expresión serena, le destroce el cráneo con su propio tolete. Los dos guardianes yacen inertes, en sendos charcos de sangre, mientras el homicida disfruta los últimos acordes su melodía. Su nombre, Hannibal Lecter. Su profesión, psiquiatra. Su naturaleza, asesino antropófago.
La anterior es una escena memorable de El silencio de los inocentes, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Thomas Harris. Esta cinta valió a sus artífices, en 1991, incontables premios y el reconocimiento de la crítica y el público. Más allá, legitima a “todo un subgénero que no solo se nutre de la nota roja cotidiana, sino del suspenso, el relato policial, el horror y sus derivaciones el gore y el splatter, e incluso de la pornografía”, como bien asegura el investigador y crítico de cine Rafael Aviña.
Recordamos El silencio de los inocentes porque era una de las joyas de la videoteca que la Procuraduría de Justicia de la capital del país descubrió el 8 de octubre de 2007 entre las pertenencias de José Luis Calva Zepeda, en el interior del departamento 17 del edificio número 198 de la calle de Mosqueta, colonia Guerrero, en el centro de la ciudad de México. En la habitación contigua yacían los restos de Alejandra Galeana Gararvito, de 32 años, mujer divorciada, madre de dos hijos y empleada de una farmacia. Parte de su cuerpo fue mutilado y encontrado a medio cocer en una sartén. En sus posteriores declaraciones Calva Zepeda, hombre de 38 años, supuesto escritor, poeta y dramaturgo, se declaró admirador de Hannibal Lecter y se definió como “gastrónomo de afición, no de degustación, sino de elaboración”.
Los medios de comunicación se cebaron en el caso, inusual a todas luces en la nota roja nacional. Calva Zepeda fue apodado “el poeta caníbal”, aunque el calificativo no se ajusta a ninguna de sus acciones. Sin embargo ha permeado al imaginario popular como un asesino en serie, miembro de una ya no tan rara estirpe que protagoniza novelas, películas, documentales, series de televisión e historietas. En ella destaca más adecuadamente –en nuestro hermoso México- Gregorio Cárdenas Hernández, “el estrangulador de Tacuba”, bautizado así por los crímenes que cometió en 1942. Pero esa es otra historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario