Memoria de un fantasma
Roberto Coria
Escribo estas palabras a 111 años de que Oscar Wilde, en la modesta habitación de un hotel parisino, exhalara su último aliento. Conocí uno de sus cuentos más populares, El príncipe feliz, cuando tenía 8 años, en una bella edición ilustrada que me procuró mi madre, editada y traducida al español por José Emilio Pacheco. Cuando crecí conocí y me estremecí por el genio inigualable del irlandés. Se convirtió así en uno de los autores que definieron mi amor por las letras y el arte dramático. En los albores del nuevo milenio, como un homenaje a Wilde en su centenario luctuoso, Vicente Quirarte escribió El fantasma del Hotel Alsace, obra que se montó con el auspicio de la Universidad Nacional bajo la dirección de Eduardo Ruiz Saviñón. Toda gran puesta en escena, al igual que una película o una serie de televisión, sustenta su efecto en una historia sólida y formidable. Así fue con el texto de Vicente, uno de los más bellos que he leído y presenciado. 11 años después, el talento y pasión de Abraham Feria le hicieron retomar la estafeta y nos presentó una obra solvente, que rendía tributo al planteamiento primigenio, pero que se movía con fuerza y personalidad propias. Para presenciarla había –literalmente- que descender al inframundo. En el sótano del Teatro Carlos Lazo, en un escenario austero, el director nos presentó a un Oscar Wilde decadente, con un negro sentido del humor (encarnado con gran eficacia por Gonzalo Blanco), conocedor de su desgracia pero que conservaba la vanidad del que se supo una vez “tan famoso como la Torre Eiffel”. Abraham supo explorar subtextos que el autor sugirió y lo hace de una forma agresiva y vigorosa: las preferencias sexuales y debilidades de Wilde. Su encuentro con el garçon (Diego Cuevas) representa la forma en que la sociedad victoriana –y aún en esta época- veía las relaciones homosexuales: como algo ilícito, un crimen que es mejor no mencionar. El Hada Verde del Ajenjo (Mirel García) fue en el nuevo montaje una dominatriz en diminuta ropa de cuero, que torturaba la lacerada alma y carnes del escritor. Guillermo Uribe interpretaba a un Bram Stoker sombrío, que rinde tributo a su creación más recordada, y que anuncia a su amigo el reconocimiento que está por venir. Cuestiona Wilde, “Ahora que el tiempo se me acaba”. Bram responde, “Ahora que el tiempo es todo tuyo. Ahora que el tiempo te pertenece”.
El trabajo de Abraham Feria es un decoroso homenaje a sus clásicos. Durante una mesa redonda, el joven director recordó la manera en que El fantasma orientó su vocación. Por eso, porque me siento completamente identificado con él, es un honor que haya puesto su mirada en un trabajo que yo mismo escribí, El hombre que fue Drácula. Como autor tengo la confianza que hará un trabajo espléndido con el que concebí como un homenaje al teatro y la amistad, y que el mismo Vicente Quirarte definió como “la aventura intelectual de un hombre que supo defender su insobornable vocación literaria a pesar de todos los obstáculos”.
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