No soy un gran admirador de Pedro Almodóvar, pero reconozco su talento y proyección. No por nada ha ganado el favor del público y la crítica especializada y recibido incontables galardones internacionales. He visto algunas de sus películas –Átame (1989), Tacones lejanos (1991) y Todo sobre mi madre (1999) son las que más recuerdo-. Fiel a sus temas y obsesiones –la sexualidad y sus conflictos, la ambigüedad de géneros, el poder femenino-, Almodóvar posee un ensamble actoral –Carmen Maura, Marisa Paredes, Penélope Cruz, Antonio Banderas, entre muchos otros-, el mérito de escribir las historias que filma y colaboradores frecuentes –el editor José Salcedo, el músico Alberto Iglesias y el cinefotógrafo José Luis Alcaine-. Todo ello hace a su cine un espectáculo disfrutable. Muchas actrices pelean por el privilegio de ser “Chicas Almodóvar”. Estudiosos de todo el mundo se han entregado a diseccionar su obra. En resumen, Almodóvar es un cineasta autor en todo el sentido de la expresión.
Hace meses leí que por primera vez iba a incursionar en el thriller y eso llamó mi atención. Me enteré que la historia giraría en torno a un “demente cirujano plástico que tenía cautiva a una mujer” y eso me atrajo aún más. Por ese momento acababa de leer Belleza roja (Fondo de Cultura Económica, 2005) de mi amigo Bernardo Esquinca y fui seguidor entusiasta (de las dos primeras temporadas) del binomio Mc Namara/Troy de la teleserie Nip/Tuck. Me recordó a esa maravilla francesa titulada Ojos sin rostro (Georges Franju, 1960). De hecho pensé que sería la base del libreto del artista manchego pero luego me leí que se basada en la novela Tarántula del escritor francés Thierry Jonquet –la cual me gustaría conocer-. Meses después –hace unas semanas- conocí el resultado: La piel que habito (2011). Diré en un inicio que es una película bien realizada. Su banda sonora –autoría de Iglesias- me recordó por momentos la que Bernard Herrmann compuso para Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960). La fotografía de Alcaine es pulcra y eficaz, lo mismo que el diseño de arte de Antxón Gómez. Sus actuaciones son competentes –el protagonista, con su cabello teñido, me recordó la inclemencia del tiempo-. Pero el resultado no me convenció del todo ni me pareció lo estremecedora y “enferma” que muchos me aseguraban. Robert Ledgard (Banderas) es un prominente cirujano plástico que atiende en su casa/clínica a una bella paciente llamada Vera Cruz (Elena Anaya). Con ella mantiene una relación ambigua. La observa obsesivamente a través de monitores y le procura todos los cuidados pero le impide abandonar –a punta de pistola- su cautiverio. Llega a auxiliarle en su cuidado Marilia (Paredes), antigua colaboradora con quien posee un vínculo especial y profundo. Aparece de pronto Zeca (Roberto Álamo), delincuente vestido de tigre que viola a la paciente y tiene un fatal destino. Sigue una historia con continuos saltos temporales, sub tramas no resueltas –ni necesarias o coherentes-, vínculos no utilizados y un desenlace que me hizo preguntarme “¿eso es todo?”. No abundo en explicaciones pues temo estropear el efecto a quienes no han visto la película. Sólo diré que no entiendo por qué Robert no concentró todo su dolor y frustración en el rostro que modeló. Eso hubiera sido realmente “enfermo”. Muchos lo justificarán diciendo que el amor y las obsesiones no son lógicos, y no puedo rebatir eso.
La piel que habito no es, según dicen los seguidores del director, la mejor cinta de Almodóvar, y posiblemente la olvide pronto. Lo que sin duda recordaré es el sismo que interrumpió la proyección (el del sábado 10 de diciembre). Ese no sólo me obligó a salir de la sala, sino a regresar el día siguiente a ver el metraje que me faltó y comprobar mi opinión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario