Inframundo (Len Wiseman, 2003) fue una inteligente y entretenida revisión a los mitos de los vampiros y los hombres lobo, seres tan arraigados en la cultura popular gracias al folclore, la literatura, el cine, los videojuegos y el internet. No nos presentaba nada nuevo. Fueron su estética oscura (muy en deuda con la del videoclip), un buen guión escrito por Danny McBride –que tenía innegables referencias a famosos juegos de rol como Vampiro: La Mascarada y Hombres lobo: Apocalipsis- y a cintas ya clásicas –como Ciudad en Tinieblas (Alex Proyas, 1998) y Matrix (Andy y Larry Wachowski, 1998)-, efectos especiales (físicos) sobresalientes de Patrick Tatopoulos, un sólido villano (Billy Nighy) y la sensual protagonista Selene (Kate Beckinsale), los factores que la convirtieron en un objeto de culto casi instantáneo. Le siguió una desigual secuela, Inframundo: la evolución (Len Wiseman, 2006) y una precuela más afortunada, Inframundo: la rebelión de los Lycan (Patrick Tatopoulos, 2009), que si bien narraba el origen de la rivalidad entre vampiros y licántropos –ya brevemente descrito en la primera entrega-, tenía el acierto de centrar el relato en Lucian (Michael Sheen), figura mesiánica de los lobos que cobra especial importancia en una época dominada por las injusticias.
Pero sin duda un aspecto que muchos de los fanáticos (hombres) extrañaron de la tercera entrega de la serie fue a la vampira Selene, una sicaria al servicio de los de su clase enfundada en un ajustado traje de látex negro. Ella regresa ahora en Inframundo, el despertar (Måns Mårlind y Björn Stein, 2012), cinta que cuenta con un guión de Wiseman –iniciador de la franquicia- y John Hlavin, que traslada el relato 12 años después de los eventos de la segunda cinta. El prólogo nos pone al corriente de ocurrido en el pasado. La existencia de los vampiros y los licántropos ha quedado expuesta. Como el hombre es muy bueno para destruir aquello que no comprende, los lleva al borde de la extinción, en una especie de purga global –ayudada por un siniestro laboratorio- que buscaba devolver a la raza humana su posición como la especie dominante del planeta. Selene y su amado Michael Corvin (Scott Speedman en escenas de las películas previas), el híbrido de las dos estirpes malditas, son congelados criogénicamente. Al salir del letargo, la vampira tiene que actualizarse sobre lo sucedido en su sueño. Encuentra así a una misteriosa niña, a quien los guionistas se refieren como el Sujeto 2 (India Eisley), con quien la protagonista tiene un especial vínculo. Con la ayuda del vampiro David (Theo James) y de un detective (Michael Ealy) alguna vez casado con una vampira, inician una resistencia contra el nuevo régimen y el poco escrupuloso Dr. Jacobs (Stephen Rea), quien tiene una agenda secreta. Porque no todo es lo que parece y la guerra por la noche continúa.
La película no aporta nada al mito, fuera de acción desmedida que me recordó por momentos a Terminator (James Cameron, 1984) y a la ya citada Matrix. Acaso lo más interesante es idea de ver al victimario convertido en presa, y lo mejor es su prólogo, donde a través de las videograbaciones de las fuerzas humanas observamos la oposición de vampiros y licántropos, al más puro estilo de REC (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007), Cloverfield (Matt Reeves, 2008) y tantas otras. Del 3D no hablemos. Por lo anterior me brinda ciertas esperanzas el avance de Sombras tenebrosas (2012), la nueva obra de Tim Burton protagonizada por su actor fetiche Johnny Depp, reelaboración del emblemático serial televisivo del mismo nombre. Las escenas nos revelan una comedia ambientada en la colorida década de los setentas, con música de Barry White y numerosas situaciones hilarantes y absurdas, referencias ineludibles a Beetlejuice (1988) y Marcianos al ataque (1996). Tal vez eso es lo que necesita el vampiro: mofarse un poco de sí mismo con conciencia y eficacia. Porque Selene amenaza volver en una quinta aventura, que seguramente se llamará Inframundo, rescatando a Michael Corvin.
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