Comenzaré jugando al abogado del Diablo. A pesar del
descontento y desilusión de muchos, Prometeo (Ridley Scott, 2012) no es una mala película. No fue lo que
esperaba, cierto, pero es una cinta a la que no puede reprocharse nada en sus
aspectos técnicos. La fotografía de Daruisz Wolski es grandiosa, espectacular
por momentos –su secuencia inicial, por ejemplo-, al igual que el Diseño de
Arte de Marc Homes, que retoma la imaginería que Hans Rudi Giger hizo popular
cuando se estrenó Alien en 1979 y que se ha integrado ya a la cultura popular de
occidente. De ahí proviene el malestar. Desde que su afamado director dijera
que su nuevo proyecto tenía "ADN de Alien” las expectativas
que todos nos fijamos fueron las más altas, sobre todo porque se especulaba era
la precuela de una de las obras más inteligentes de su tiempo, la séptima mejor
película de ciencia ficción de todos los tiempos según el American Film
Institute, una verdadera joya.
Las fallas emanan del guión de Damon Lindelof –quien fuera parte esencial del éxito de la teleserie Lost- y John Spaihts. Pero si el espectador logra superar sus inconsistencias, podrá disfrutar el gran espectáculo. Las fallas son muchas, también es cierto. Una de las que más aborrecí fue que dos de los expedicionarios –científicos a diferencia de los pilotos de la primera aventura- se encuentran con un organismo alienígena en un planeta desconocido, luego de ver una pila de cadáveres, se aproximan a él como si se tratara de un lindo gatito. Merecieron su horrible destino. Por lo demás sus actuaciones son competentes: Noomi Rapace (la original Chica del Dragon Tatuado) como una arqueóloga que cree en Dios, Charlie Holloway como un científico desilusionado por no obtener las respuestas que anhelaba, Idris Elba como un capitán con una repentina vocación heroica, Charlize Theron –desaprovechada- como la hija del patrocinador del viaje y Guy Pierce –cubierto de kilos de maquillaje- como Peter Weyland, el malvado promotor de la desgracia y genio detrás de la ambiciosa y poco escrupulosa Weyland-Yutani –antes de fusionarse con la segunda-, una transnacional más siniestra que McDonalds, Microsoft, Walmart y Televisa Networks juntas. El mejor elemento del reparto –y posiblemente del filme- es sin duda David (Michael Fassbender), un androide que juega basketball en bicicleta, espía los sueños ajenos, se tiñe el cabello y ve Lawrence de Arabia para matar el tiempo. David se aleja notablemente de su sucesor Bishop (Lance Henriksen) en tanto viola las tres leyes de la robótica concebidas por Isaac Asimov.
Las fallas emanan del guión de Damon Lindelof –quien fuera parte esencial del éxito de la teleserie Lost- y John Spaihts. Pero si el espectador logra superar sus inconsistencias, podrá disfrutar el gran espectáculo. Las fallas son muchas, también es cierto. Una de las que más aborrecí fue que dos de los expedicionarios –científicos a diferencia de los pilotos de la primera aventura- se encuentran con un organismo alienígena en un planeta desconocido, luego de ver una pila de cadáveres, se aproximan a él como si se tratara de un lindo gatito. Merecieron su horrible destino. Por lo demás sus actuaciones son competentes: Noomi Rapace (la original Chica del Dragon Tatuado) como una arqueóloga que cree en Dios, Charlie Holloway como un científico desilusionado por no obtener las respuestas que anhelaba, Idris Elba como un capitán con una repentina vocación heroica, Charlize Theron –desaprovechada- como la hija del patrocinador del viaje y Guy Pierce –cubierto de kilos de maquillaje- como Peter Weyland, el malvado promotor de la desgracia y genio detrás de la ambiciosa y poco escrupulosa Weyland-Yutani –antes de fusionarse con la segunda-, una transnacional más siniestra que McDonalds, Microsoft, Walmart y Televisa Networks juntas. El mejor elemento del reparto –y posiblemente del filme- es sin duda David (Michael Fassbender), un androide que juega basketball en bicicleta, espía los sueños ajenos, se tiñe el cabello y ve Lawrence de Arabia para matar el tiempo. David se aleja notablemente de su sucesor Bishop (Lance Henriksen) en tanto viola las tres leyes de la robótica concebidas por Isaac Asimov.
Más emparentada con los dilemas planteados en Frankenstein
de Mary Shelley y con un inevitable
vínculo con Las montañas de la locura de H. P. Lovecraft, Prometeo
(así se llama la nave) no sólo toma oportunamente el nombre del Titán griego,
sino plantea preguntas existenciales sobre el origen del hombre. La más notable
es que la raza humana y la alienígena que todos conocemos poseen un origen
común. Para finalizar me quedo con una de las reflexiones de David, que perfectamente se ajusta al
espíritu de la cinta: “las grandes cosas tiene comienzos pequeños”.
P.D. Más sobre la cinta en futuras entregas de la
versión en podcast de este blog, en tres programas de antología que grabamos ayer con Carlos del Río, Blanca López, Raúl Camarena, Antonio Camarillo, Pablo Guisa y su servidor.
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