Alien
(1979), el segundo largometraje de Sir Ridley
Scott (porque ya se ganó un título nobiliario) es una película cercana a la
perfección. No sólo es considerada la séptima mejor película de ciencia ficción
de todos los tiempos por el American
Film Institute, sino que representa el matrimonio perfecto con otro género
considerado menor por muchos: el horror. Es también la primera incursión del
cineasta en el tema y, por mucho, una de sus mejores obras. Alien atrae las miradas nuevamente por
el estreno de Prometeo (2012), y las comparaciones son inevitables. Ya dije
que la segunda no alcanza la dimensión de su hermana mayor pese a su
espectacular puesta en escena, pero puede disfrutarse como el digno inicio de
una saga desigual e increíblemente lucrativa.
El principal atractivo de Alien es su horrendo protagonista,
surgido de las pesadillas del artista visual suizo Hans Rudi Giger, un ser fascinante, alabado por su naturaleza e
integrante ya de la cultura popular de occidente. Mi amigo y mentor Ricardo Bernal siempre destaca su ausencia
de ojos como un elemento clave para infundir miedo. Así como generaciones
previas se aterraron y maravillaron por las creaciones de Bela Lugosi, Boris Karloff
y compañía, el Alien es uno de los
monstruos favoritos de nuestra era. Es el centro de una de mis cintas
favoritas. Sobre ella se ha escrito y dicho mucho. La entrada que Pedro Duque le dedica en Arañas
de Marte, videoguía de invasiones alienígenas (Glenat, 1998) la describe
muy bien, por eso reproduzco el texto:
Alien,
el octavo pasajero es indudablemente una de las
mejores películas de ciencia-ficción de todos los tiempos. No sólo fue una
inflexión en el género, sino que también le dio al aficionado a las monster movies lo que le venían prometiendo durante más de
tres décadas y casi nunca se cumplió: un monstruo auténticamente terrorífico,
abundante gore y emociones que
congelaban las palomitas en las tripas. Y no es que el argumento de Dan
O´Bannon (basado en un relato firmado por él mismo y Ronald Shusett) fuera
precisamente novedoso; It! The terror beyond space (1958) o
Queen
of blood contaban prácticamente la misma historia, pero con unos valores
de producción mínimos y una ingenuidad formal que las aleja del perverso terror
gótico que supura esta pesadilla extremadamente vívida.
Por
otro lado, el inolvidable diseño de producción recrea un futuro totalmente
opuesto a la asepsia de 2001: una odisea en el espacio y
otras cándidas visiones del espacio, como un lugar limpio y controlado. En el
futuro del Nostromo las naves son sucias, oscuras y húmedas, propiedad absoluta
de una mefistofélica compañía comercial y tripuladas por navegantes más
parecidos a soldados de fortuna que a cadetes dl espacio. Mención aparte merece
la visión enferma y genial de H. R. Giger, creador de los decorados
satánicamente orgánicos y del mítico Alien –animado por Carlo Rambaldi y su
equipo-, directamente salido de la fangosa imaginación de H. P. Lovecraft, una
despiadada forma de vida que ya forma parte de las pesadillas contemporáneas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario