Entre 1998
y 1999, una efímera serie de televisión tuvo una exhibición comercial en
Estados Unidos. Contó con sólo 13 episodios. Se titulaba Brimstone (algo así como Azufre), creada por Ethan Reiff y Cyrus
Voris. Y por alguna razón, su tema musical resuena en mi cabeza desde esta
mañana. Quizá porque lo compuso el talentosísimo Peter Gabriel, laureado cantautor y productor británico que admiro
profundamente. La serie seguía la fuga de 113 de los más viles habitantes del Infierno. El Diablo (John Glover)
recurría a Ezekiel "Zeke" Stone (Peter Horton), un alma torturada y otro de sus inquilinos, para
llevarlos de nuevo al infierno. Stone era un condecorado detective de la Policía de Nueva York que
asesinó al hombre que violó a su esposa y posteriormente fue muerto en el cumplimiento
del deber. Con la promesa de redención, aceptó el ofrecimiento del Maligno.
Para ello, debía disparar a los ojos de los fugitivos (“porque los ojos son el
espejo del alma”) para devolverlos a dónde pertenecían. Cada mañana Stone
despertaba con la misma indumentaria que vestía en el instante de su muerte,
con la misma cantidad de dinero que llevaba en el bolsillo ($36.27 USD), su
placa y su arma de cargo. Llevaba tatuados en su cuerpo, como el personaje que
inspira Los Libros de Sangre de Clive
Barker, los nombres de todas sus presas. La premisa sonaba interesante, en
algún lugar entre el John Constantine de Alan Moore, las aventuras del John
Silence de Algernon Blackwood,
tantos pactos fáusticos como los descritos por Christopher Marlowe o Johann
Wolfgang von Goethe o a Corazón satánico (1987) de Alan Parker. Pese a ello, nunca prosperó. En fin. Como dicen, recordar es
volver a vivir.
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