A principios
de los noventas conocí, gracias a mi querido amigo y mentor Ricardo Bernal, una obra más de Phillip Kindred Dick, el popular autor
de ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas? (1968), la maravillosa novela que
inspiró Blade Runner (Ridley
Scott, 1982). Ricardo no sólo es una de las personas que más sabe de
ciencia ficción que conozco –y de otros temas relacionados con el horror y la
fantasía-, sino uno de los mayores conocedores de la obra del escritor norteamericano.
También incluyó el relato en una maravillosa antología titulada Cuentos
de ciencia ficción (Alfaguara, 1997). Sobre él escribió en su prólogo:
“Por último, y para cerrar con broche de oro, Lo recordaremos por usted
perfectamente de Phillip K. Dick, quien a partir de su muerte en 1982
se ha convertido en un autor de culto, a tal grado, que algunos críticos lo han
llegado a considerar como el mejor escritor norteamericano del siglo XX. El
insólito argumento de este cuento sirvió de base para el guión de la película El
vengador del futuro (Total recall), aunque claro, el
original supera con creces a la película”. Y es cierto. El relato es estupendo,
contundente, en mi humilde opinión uno de los mejores de Dick. En la narración,
en un futuro no distante en la ciudad de Chicago, el apocado empleado de
migración Douglas Quail acariciaba el deseo de visitar Marte, planeta con
el que soñaba constantemente. Al no tener los recursos para materializar el
viaje, acudía a Recuerda, S.A. para que implantaran en su memoria la
experiencia, con resultados inesperados. Sobre esta base, Ronald Shusett, Dan O´Bannon
y Gary Goldman (los dos primeros
mejor recordados por su trabajo en Alien de Ridley Scott y el segundo
por adaptar al propio Dick en Minority report: sentencia previa de
Steven Spielberg y Next,
el vidente de Lee Tamahori) escribieron la ya mencionada El vengador del futuro, dirigida en 1990
por el holandés Paul Verhoeven, muy
reputado en aquellos días por esa joya llamada Robocop (1987). La cinta
era un vehículo para el lucimiento del fortachón Arnold Schwarzenegger, quien pese a sus limitadas capacidades
actorales encajaba a la perfección para el papel de un obrero de la
construcción que llevaba una vida que no era la suya. Si bien se alejaba
–como muchas cintas- de su fuente de procedencia, la buena mano del director, los logrados
efectos visuales de Rob Bottin, la
briosa partitura de Jerry Goldsmith
y su competente reparto (Rachel Ticotin, Sharon Stone, Michael Ironside y Ronny Cox)
la convirtieron en un éxito de taquilla bien recibido por la crítica
especializada. El joven que fui y con el que mantengo un diálogo constante la
disfrutó enormemente. Hace muy poco que me reencontré con la película volví a
disfrutarla. Esto fue con el pretexto del estreno de su inevitable remake, a cargo ahora del buen artesano
del cine de acción Len Wiseman y
protagonizada por el irlandés Colin
Farrel.
La cinta no
fue en absoluto una decepción. Más que una nueva adaptación del cuento de Dick,
el guión de Jon Povill y Kurt Wimmer toma la historia planteada por Sushett y
O´Bannon con algunos cambios notables: la trama se desarrolla ahora en la Tierra, y no parcialmente en Marte como su predecesora. A finales del
siglo XXI el planeta, asolado por guerras químicas, divide a la población
superviviente en dos territorios, la Federación Unida de Britania y la Colonia ,
ubicada en el territorio que solía ocupar Australia. Para asegurar su
supervivencia y realizar sus labores, obreros debían atravesar el globo
terráqueo todos los días en un transporte conocido como La
Caída. En este contexto el obrero Douglas Quaid (Farrell) tiene extraños
sueños que su esposa Lori (Kate Beckinsale) trata de minimizar.
Pero nada es lo que parece. Una visita a la empresa Rekall y la aparición de
la bella Melina (Jessica Biel) se encargan de revelarle a su “otro yo” Carl Hauser, brazo derecho del malvado
canciller Cohagen (Bryan Cranston, el papá de Malcolm el de en medio) convertido en
parte de la resistencia contra una sociedad totalitaria liderada por Matthias (Bill Nighy). El vertiginoso espectáculo que sigue, plagado de
persecuciones, peleas y tiroteos está diseñado para empalmar con la estética de
otras adaptaciones al cine de relatos de Dick, desde las ya mencionadas Blade Runner y Minority report, a otros clásicos de la ciencia ficción como la reciente
versión de Yo, Robot (Alex Proyas,
2004), con sus soldados artificiales. Aunque como dije prescinde de elementos
de su antecesora, como el taxista robótico Johnny
Cab, el líder insurgente marciano Kuato
(Marshall Bell), la intención de ocultar ese gigantesco dispositivo para dar al
planeta rojo una atmósfera y la ya inolvidable persecución en la glorieta del
Metro Insurgentes –los de mi edad saben que se rodó en México-, conserva detalles
que todos conocemos bien, como esa mujer obesa y pelirroja en la aduana, la
prostituta mutante con tres senos, o el dispositivo de localización en el
cuerpo del héroe, ahora transformado en teléfono celular implantado en la palma
de su mano. El resultado es satisfactorio. Quizá innecesario, pero
satisfactorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario