El
pasado Festival Mórbido, además de ofrecernos el banquete cinematográfico a que
nos tiene acostumbrados, fue escenario de numerosas presentaciones editoriales.
Ya hablé de una de ellas, Amor, zombis y
otras desgracias (Alfaguara Juvenil, 2012) de José Luis Trueba Lara. Ahora
lo hago de una en la que estoy involucrado de muchas formas. La primera es el
inmenso cariño que me une a la familia Curiel. La segunda es el especial
aprecio que siento por el homenajeado y su obra, que nutrieron mi imaginación
infantil. La tercera es porque una pequeña parcela de esta obra es de mi
autoría.
Curiel, la nueva
coedición del Instituto Mexicano de Cinematografía, el Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, editorial Sétis y Mórbido, es un compendio que trata de acercarnos
a las obsesiones de un cineasta poco conocido y valorado en el panorama
nacional, Federico Curiel Espinosa de los Monteros, mejor conocido como Pichirilo. Su obra, generalmente
menospreciada por las altas esferas del séptimo arte, tiene muchas aristas que
merecen ser analizadas. Todas emanan del carácter multifacético del cineasta,
miembro de una estirpe poco frecuente. No sólo dirigía, sino tenía una
prolífica carrera como guionista, compositor,
ilustrador –pues le debemos los
carteles de sus cintas y populares historietas de su tiempo- y actor. Era, como
bien lo describió Pablo Guisa en su texto en el libro, “un charrito
renacentista”. Y pese a que el tema –la fantasía y el horror- no domina la
producción fílmica de Curiel, son sin duda los géneros por los que es mejor recordado.
Diría, incluso, en los que lo percibo más cómodo. Sobre uno de sus trabajos que
más aprecio, escribí en mi turno lo siguiente:
En los minutos iniciales
de La maldición de Nostradamus
(1959), el Profesor Durán (Domingo
Soler), reputado académico y dirigente de una sociedad que combate la
superstición, ofrece una recepción para celebrar la fiera conferencia que
ofreció esa misma tarde. Por la vestimenta de los convidados, asumimos que nos
encontramos a finales del siglo XIX o principios del XX. Tras unos minutos de
charla banal, el tema se desvía hacia la cruzada del anfitrión, quien niega
rotundamente la existencia de lo sobrenatutral, incluidos los vampiros humanos.
En la siguiente escena, como una clara objeción a lo dicho por el sabio, vemos
la perturbadora mirada del mítico Germán Robles, quien ganara el reconocimiento
internacional en el papel del Conde Lavud
en El vampiro (Fernando Méndez,
1957), como el malvado protagonista Nostradamus,
descendiente –convertido en vampiro- del famoso matemático, astrólogo y profeta
del siglo XVI. La postura de Durán resume
el pensamiento del hombre moderno frente a lo que no puede comprender, ante la
irrupción de lo extraño en el universo doméstico. Afortunadamente, este
enfrentamiento ha producido obras memorables en las bellas artes.
Afortunadamente Federico Curiel Espinosa de los Monteros –Pichirilo para sus más cercanos- fue uno de los pocos cineastas
mexicanos que lo entendió muy bien.
Mi
contribución sólo habla de uno de sus temas. De sus otros rostros, expertos y
amigos hablan profusamente. Su hija, Rosana Curiel Defossé, nos ofrece, desde
la emotividad consanguínea y su buen oficio de escritora, memorias desde la voz
heredada. Su nieto, el cineasta Álvaro Curiel de Icaza, director de Acorazado (2012) hace un recuento de
todas sus virtudes cinematográficas. El experto en cine de luchadores José
Xavier Návar un vistazo a una de sus incursiones más recordadas, la que lo
coloca en el “Olimpo del pancracio fílmico”. El crítico de cine Hugo Lara
explora su faceta actoral. Armando Vega Gil, prolífico escritor y fundador de
la mítica agrupación musical Botellita de Jerez, nos habla precisamente desde
este campo, de sus “rancheras”. Mi cofrade Antonio Camarillo explora los finos
lindes entre el horror y la comedia en el cine de Pichirilo. Gonzalo Rocha
habla de uno de sus personajes más heroicos, el Látigo Negro, y de sus dotes como dibujante. Para finalizar, Rosana
y Andrés Paniagua abren el baúl de los recuerdos, que contiene las fotografías,
recortes de periódico, ilustraciones, documentos, páginas de guiones y demás
materiales que embellecen este libro indispensable para recuperar figuras de
nuestro cine.
Yo
remato mi parcela, dedicada a sus vampiros tan queridos, con lo que creo resume
el sentir de todos los involucrados:
Como Nostradamus exigía se honrara a su
antepasado, los que aquí contribuimos buscamos se reconozca la vida y obra de
Federico Curiel. Él, como Fernando Méndez, Juan Bustillo Oro, Chano Urueta,
Alfredo B. Crevena, Alfonso Corona Blake, Rafael Baledón, la dinastía Cardona y
Carlos Enrique Taboada, confió en las inmensas posibilidades
del horror y la fantasía y reconoció el objetivo principal de la
cinematografía: entretenernos más allá de academicismos. Su cine puede ser
cuestionado y descalificado por muchos, pero sus carencias son compensadas con
creces por su honestidad y pasión. Pichirilo
–porque sus devotos nos ganamos el derecho de llamarlo así- y sus ilustres
contemporáneos no sólo contribuyeron al esplendor y posterior supervivencia de
una industria. Llegaron a lo más inocente y maravilloso que poseemos: nuestra
imaginación y nuestra capacidad de asombro. Como sus vampiros, y por todos sus
méritos, Federico Curiel es eterno.
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