El
sábado pasado, Alfaguara Infantil me
invitó a presentar la novela Amor, zombis y otras desgracias
(Alfaguara, 2012) de José Luis Trueba Lara, obra a la que me referí
anteriormente. Acompañé al autor y al crítico de cine Rafael Aviña, figura importante en este espacio y en mi formación.
Por los dos siento el más genuino respeto y aprecio personal y profesional, cosa que me hizo
disfrutar la ocasión por partido doble. El acto, celebrado en la edición XXXIV
de la Feria Internacional
del Libro del Palacio de Minería, en orgulloso territorio de mi Universidad, contó
con un público –mayormente integrado por jóvenes- que colmó el Salón de la Academia de Ingeniería.
Es comprensible por la reciente efervescencia del fenómeno zombi, un monstruo que
invita a las más variadas interpretaciones. De todos sus terribles colegas, es
el más correcto. A un zombi no le importa si eres rico o pobre, feo o hermoso, lees
la Revista de
la Universidad
o TV y Novelas, escuchas a Metallica y Jenny Rivera: tu carne es igualmente
suculenta que la de cualquier persona. Comprometí a Rafael para compartir en
este blog el texto que preparó para la actividad, por lo que lo reproduzco con
su amable autorización. Que lo disfruten.
***
AMOR, ZOMBIS Y OTRAS
DESGRACIAS de José Luis Trueba Lara
Rafael
Aviña
Conocí
a José Luis Trueba Lara hacia el año de 1980, cuando ambos coincidimos como
alumnos en el primer semestre de la UAM Xochimilco en el turno vespertino, un tronco
común, en el que la UAM
mezclaba en una suerte de cacerola experimental a aspirantes a Diseño Gráfico,
Biología, Comunicación, Sociología, Arquitectura, Agronomía, Economía y más.
José Luis iba para Sociólogo y yo para Comunicador Social y sobrevivimos a esa
experiencia. Fue tal la empatía que tuvimos y la sana competencia que
establecimos, que decidimos trabajar en equipo en los dos semestres que
compartimos. Parte de nuestra afinidad tenía que ver con ese gusto por platicar
y desmenuzar toda clase de películas enfermizas, sangrientas y delirantes y sus
correspondencias con la vida cotidiana.
Basta
decir que de ese gusto mutuo, varios años después, José Luis, en su faceta como
editor, avaló algunos de mis primeros libros como: El cine oscuro, el placer criminal y El cine de la paranoia, que publicó
bajo el sello de su propia editorial Times
Editores. José Luis es académico, promotor cultural, ensayista, periodista,
ha estudiado varias carreras y desarrollado cargos públicos relacionados con el
área editorial y cultural y además de ello, no ha dejado de escribir. Más
sorprendente aún, es que se trata de un autor que igual puede narrar la
historia de un policía capitalino, contar las vicisitudes de los chinos en
Sonora o de la huelga de Cananea en 1906, y a la vez, escribir una novela sobre
muertos vivientes quinceañeros. Su capacidad de trabajo y su obra publicada
resulta asombrosa y lo digo con gusto y admiración.
Una
de aquellas tantas tardes de 1980 en la UAM Xochimilco ,
nuestro profesor nunca llegó, entonces José Luis y un servidor iniciamos una
larga plática que se extendió hasta entrada la noche cuyo tema era una película
en particular considerada un parteagüas cultural del cine de horror y sobre un
tópico que hoy en día ha conseguido crear un enorme embeleso y veneración. Me
refiero a La noche de los muertos
vivientes dirigida en 1968 por George A. Romero, director que ha seguido
realizando una serie de eclécticas y fascinantes secuelas sobre el mismo tema y
generado múltiples filmes que rinden homenaje a su trabajo. En éste, su nuevo
libro, Amor, zombis y otras desgracias,
editado por Alfaguara juvenil, el personaje protagónico se llama Jorge Antonio Romero (es decir: George
A. Romero), a quien José Luis rodea de una serie de personajes y situaciones
que van del humor negro al horror más desolador. Si algo tiene José Luis Trueba
Lara además de incansable talento, es que es dueño de un humor despiadado que
aplica aquí de manera brillante. Veamos.
El
personaje de UV el mejor amigo de Jorge Antonio a quien conoce en la nueva
escuela secundaria a donde se cambia, se llama así porque es albino. En otra
parte, Jorge Antonio le pregunta a su
amigo si su mamá se volvió a casar. El responde: “¿Tu te casarías con ella?” y
es habría que aclarar que la mujer es casi albina, se pinta el cabello color
rosa pálido, se maquilla como geisha y es una cosmetóloga que carece de cejas.
Lo mismo sucede con la anécdota de ese jabón con feromonas llamado quita calzón que el protagonista compra
en el mercado y que puede convertirse en una fallida arma biológica.
José
Luis Trueba pasa revista a un universo adolescente que en un principio puede
parecernos un lugar común desde el punto de vista adulto. No obstante, sería
bueno que los adultos regresaran a los años de adolescencia para recordar esa
sensación de estar cubiertos de espinillas, flacuchos, hablando como el Gallo Claudio y enfrentando al típico
gandalla golpeador de toda secundaria y
al mismo tiempo, a la atracción física hacia chicas que se desarrollan mucho
más rápido que los jóvenes. Es justo ahí donde encaja Jorge Antonio, un chavo solitario que lleva un diario escrito, con
una media hermana pequeñita, un padrastro bueno pero anodino y una madre
cariñosa. UV, el albino que vive con
su madre ídem, fanático de las
teorías de las conspiraciones los blogs de
ese mismo tema y de películas como Resident
Evil, La facultad, La noche de los muertos vivientes, El exorcista, Usurpadores
de cuerpos o Diabólica tentación y que además, tiene en su casa un
chihuahua disecado y cree en suplantaciones alienígenas, lavados de cerebro y
bacterias extraterrestres. O Alicia,
la chica solitaria cuya madre la acosa y acusa todo el tiempo, cubierta de
piercings y que se desahoga a través de una cámara de video. Chavos segregados
y auto marginados que bien podrían tener cabida en la película Cuenta conmigo escrita por Stephen
King, Por cierto, los personajes de Trueba, se adelantaron a los de Paranorman y Frankenwinie, donde cabe también la chica fanática del maquillaje,
los antros, la ropa de moda, Camila y Justin Bieber, llamada Bárbara como Barbie.
Amor, zombis y otras
desgracias,
está etiquetada como novela juvenil, ya que transcurre en ambientes adolecentes.
Lo curioso, es que en realidad se trata de una obra que al mismo tiempo
debieran de leer los padres de los chavos a los que está dirigida. En su
novela, la familia nuclear no existe. Los chicos protagonistas o han sido
abandonados por el padre, o son hijos de divorciados, pero sobre todo, los
adultos se localizan a años luz de los sentimientos de sus hijos, lo que
también da pie a reflexiones crudas. En la pag. 164, Alicia habla consigo misma a través de una cámara refiriéndose a su
mamá y dice: “cuando le comenté que teníamos que platicar de algo muy
importante, ella, como siempre, entendió otra cosa. Se me quedó viendo muy feo.
En ese momento, supe que para no variar, estaba pensando en cosas que no son,
ya sabes: que me fui de zorra, que estoy esperando un bebé, que me había metido
algo, que ya me habían reprobado o que me habían pegado una enfermedad de esas
que no se puede hablar sin vergüenza. A veces cuando se pone así, pienso en
ella y en mi papá, en un matrimonio a la carrera y en una niña prematura, esa
soy yo…en que mi mamá tal vez no quiere que sea como ella, pero nunca se ha
querido dar cuenta, que definitivamente, yo no soy ella”.
José
Luis hace referencia a personajes del cine de horror contemporáneo como Stephen
King, Robert Rodríguez, o Romero, sin embargo, atiende las premisas de aquellos
relatos de horror de los años 40 y 50, cuyos personajes sufrían terribles
mutaciones que no eran otra cosa que alegorías de las transformaciones hormonal
adolescente y sus horrores inconfesables, como sucede en La marca de la pantera, Yo fui un hombre lobo adolescente, El hombre
caimán o La mancha voraz, mismas que a su vez, encontraron eco en la
década de los 70 con cintas de culto como Martin
de George A. Romero, Carrie de Brian
De Palma o Parásitos asesinos y Rabia, dirigidas por David Cronenberg.
En ellas, los vómitos, las evisceraciones eran metáforas de la bulimia,
anorexia, dermatitis o automutilaciones adolescentes y a su vez, alegorías
sexuales sobre los cambios hormonales de adolescentes que despiertan al mundo.
Por supuesto, el cine
mexicano de la época no se quedó atrás para hablar de los jóvenes, personajes
que parecían invisibles como hoy se sienten hoy los chavos. Así, perdidos entre
charros, gángsters, chinas poblanas, rumberas, pecadoras o madres abnegadas,
jóvenes como Martita Mijares, Marta Elena Cervantes, Maricruz Olivier, Tere
Velázquez, Olivia Michel, Luz María Aguilar o Chachita, Fredy Fernández el Pichi, Alfonso Mejía, René Cardona
Junior, o Fernando Luján, jamás se convirtieron en panteras, caimanes, o lobos.
No obstante, para los realizadores y argumentistas de aquel cine mexicano
adolescente, nuestros jóvenes eran unos verdaderos monstruos con acné y tobilleras,
culpables de todo tipo de desviaciones como el rocanrol, el cigarro, las
chamarras de cuero y el despertar a la sexualidad. Jóvenes inconformes y
rebeldes como deben ser los jóvenes, pero por ello, para nuestro cine:
regañables, sermoneados, rechazados e incomprendidos en películas cuyos títulos
hablan por sí mismos de sus “aberraciones” adolescentes: La edad de la tentación ¿...Y mañana serán mujeres!, Ellas también son
rebeldes, ¿Con quién andan nuestras hijas?, Juventud desenfrenada, ¿A dónde van nuestros hijos? o Estos años violentos.
Si Drácula de
Bram Stoker se construía con materiales como cartas, diarios, recortes de
periódicos y un narrador omnisciente. En la novela de José Luis además del
narrador ese “alguien del que quizá nunca sabremos quien cuenta lo que pasa” en
la obra, nos encontramos con mensajes de twitter, de
celular de facebook, videos de youtube, confesiones a cámara, diarios
escritos, entradas de blogs y páginas
de Internet, correos electrónicos, notas de periódico, comunicados de prensa y
más, para contar no sólo una historia que pasa del humor negro a un asunto cada
vez más ominoso y sangriento, con caminantes o muertos vivientes que salen de
los túneles del Metro y de hombres topos
que viven en las cloacas y en los recovecos de esas mismas estaciones, muy
similares por desgracia a los indigentes marginados, teporochos y adolescentes
pachecos que corrieron de la calle de Humboldt y que ahora deambulan entre la
calle de Independencia y el Metro Juárez.
En el fondo, esta historia de muertos que caminan,
de una terrible pandemia que mucho tiene que ver con aquella que asoló nuestra
ciudad en abril de 2009, de jovencitos armados con decenas de dvds de horror Serie B, paranoias y conspiraciones, se
trata sobre todo, de un relato de sobrevivencia emocional y hormonal
adolescente: su relación con el mundo, con los adultos, la experiencia del
amor, el valor de la amistad, la forma en que los chavos intentan enfrentar la
soledad, la ausencia de sus padres y las burlas de sus compañeros, con un
escenario zombie apocalíptico como alegoría.
Por encima de todo ello, Amor, zombis y otras desgracias, retrata el dolor de crecer. El
abandonar las fantasías de la infancia y esa burbuja en que solemos crecer,
para ver la realidad: la forma en que conviven de manera cotidiana fealdad y
belleza, el horror, la corrupción, o la apatía, con el esfuerzo, el optimismo y
el trabajo verdadero. Ahí, donde, el enamorarse es sólo otra faceta de ese
proceso que es el tormento de crecer. Y es que crecer duele, duele mucho.
Pregúntenle a sus hijos adolescentes y verán, o más bien, preguntémonos a
nosotros mismos. Es ahí donde el epígrafe de José Emilio Pacheco de El principio del placer que José Luis
refiere, adquiere sentido. Cito: “Si, en opinión de mi mamá, ésta que vivo es
la “etapa más feliz de la vida”, como estarán las otras, carajo”.
Muchas gracias.
Compre este libro hace un par de semanas, la verdad esta muy bueno, sobre todo para que los adolescente se acerquen a la lectura, se lo eh prestado a algunos de mis alumnos de secundaria, y les ha encantado, se los recomiendo ampliamente
ResponderEliminarEstupenda iniciativa, Anónimo. Suerte en el reto. Felicita a tus alumnos.
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