En mi colaboración anterior les informé de dos venideros
programas de televisión, adaptaciones de personajes literarios entrañables, que
despiertan mis más altas expectativas: una nos presentará los días juveniles de
Norman Bates, ideado por el escritor
estadounidense Robert Bloch en su novela Psicosis; la otra la etapa previa a
que el prestigiado psiquiatra Hannibal
Lecter, protagonista de cuatro libros de Thomas Harris, fuera reconocido
por sus aficiones homicidas y antropófagas. Resulta curioso que los autores
nunca hayan abundado en la descripción física de ambos. Sólo nos ofrecen
algunos rasgos, más bien escuetos, de su fisonomía. Sobre Bates, Bloch dice: “A Norman no le importaba; los cuarenta
años de su vida habían transcurrido en aquella casa y era agradable y
tranquilizador sentirse rodeado de cosas conocidas”, “La
luz alumbraba su cara regordeta, se reflejaba en sus gafas de lentes montados
al aire, y bañaba su rosado cuero cabelludo bajo el escaso cabello rubio,
cuando se inclinó para proseguir su lectura”, o “Al ver la cara gorda con
gafas y oír la voz suave y vacilante, Mary
tomó una rápida decisión”. De Lecter,
Harris nos ofrece un vago retrato en su segunda aventura, El silencio de los corderos (1988), a través de los ojos dela
novata investigadora Clarice Starling:
“Y al doctor Hannibal Lecter
reclinado en su catre, absorto en la lectura de la edición italiana de Vogue. Sujetaba las páginas sueltas con
la mano derecha y las iba poniendo una a una a su lado con la izquierda. El
doctor Lecter tiene seis dedos en la
mano izquierda”. Casi inmediatamente sigue “Clarice
observó que era de baja estatura y aspecto pulcro; en las manos y brazos del
doctor observó fuerza nervuda, como la suya. —Buenos días —dijo él como si
hubiese salido a abrir la puerta. Su cultivada voz poseía una leve aspereza
metálica, debida seguramente al desuso. Los ojos del doctor Lecter son de un castaño granate y
reflejan la luz con destellos de rojo. A veces los puntos de luz parecen volar
como chispas hacia el centro de la pupila. Esos ojos tenían presa a Starling por completo”.
Ha recaído en el cine la
responsabilidad de ayudarnos a mentalizarlos. Curiosamente los actores que los
encarnan se llaman Anthony; de apellidos Perkins y Hopkins, respectivamente. No
hace falta ser eruditos para descubrir que se alejan, sobre todo el primero, de
la imagen que sus creadores querían ofrecernos de ellos. Por ello, un ejercicio
de ocio.
En muchos espacios he
hablado de mi profesión diurna. Soy Perito en Arte Forense de la Procuraduría
de Justicia capitalina. Alguna vez un catedrático de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM me calificó como “un hombre de arte que trabaja con
policías”. Y me gustó. Entre mis obligaciones está elaborar los erróneamente conocidos
como “retratos hablados” –su nombre correcto es “retratos compuestos”-
relacionados con los probables responsables de hechos delictivos. En un
principio, hace casi 18 años, empleaba el dibujo tradicional para ejecutarlos.
Hoy en día, con los avances de la tecnología, utilizo programas de computación
para manipulación fotográfica –entre ellos el Adobe Photoshop, tan recurrido para no evidenciar los estragos del
tiempo en algunas celebridades-. Ello me lleva a imaginarme ¿cómo sería el
rostro tantos personajes de ficción, como Norman
Bates o Hannibal Lecter?
Siguiendo el protocolo de trabajo en la realidad, los datos que Bloch y Harris
ofrecen sobre ellos serían insuficientes para la labor. Acaso el primer caso es
más viable. Y al no existir una interacción con el testigo, quien es el único
que tuvo a la vista a su victimario y podría corroborar la similitud entre éste
y mi trabajo, la interpretación es enteramente subjetiva. No obstante, he aquí
un esfuerzo, basándome en el grupo racial del sujeto y la edad que nos da el
autor. Y el resultado sería algo como esto.
Muy lejano de lo que reconocemos, sin
duda. Así de poderoso es el cine.
* Texto publicado en la sección "Tinta Negra" de morbido.com
Sin duda una imagen vale más que mil palabras y como muestra un botón, lo más sorprendente de una imagen compuesta como la que compartes es que resulta pertenecer a una persona completamente común, alguien de quien no sospecharía de primera instancia; lo cual resulta a mi forma muy personal de ver más aterrador.
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