Para acercarse a Ray Bradbury*
Roberto
Coria
Ray
Douglas Bradbury dejó de respirar la mañana del martes 5 de junio de 2012, a
los 91 años de edad. Me enteré del hecho cuando me encontraba en un congreso de
ciencias forenses, a través del mensaje que me envió mi amigo Bernardo
Esquinca, otro de sus devotos y discípulos. No puedo evitar decir que esto me
produjo un profundo pesar. Aunque nunca lo conocí físicamente, lo hice desde mi
infancia a través de su talento e incontables creaciones que incendiaron mi imaginación.
A pesar de las complicaciones propias de su edad, Bradbury partió de la mejor
manera posible: en su hogar de California, rodeado de sus seres amados, con el orgullo
de saberse uno de los autores más importantes de la narrativa estadounidense del
siglo XX. El presidente de su país, Barak Obama, hizo una declaración oficial tras
su deceso:
Para muchos
estadounidenses, la noticia de la muerte de Ray Bradbury evocó inmediatamente
imágenes de su obra, grabada en nuestras mentes desde una edad temprana. Su
talento como narrador modificó nuestra cultura y amplió nuestro mundo. Ray
entendió que nuestra imaginación podría ser utilizada como herramienta para una
mejor comprensión, un vehículo para el cambio y una expresión de nuestros
valores más preciados. No hay duda de que Ray Bradbury seguirá inspirando a
muchas generaciones con su escritura. Nuestros pensamientos y oraciones están
con su familia y amigos.
Que
esta charla se lleve a cabo el 31 de octubre, fecha de la festividad celta que
marcaba el final de las cosechas y el inicio del inverno, ocasión celebrada
entre las culturas paganas europeas hasta la irrupción del cristianismo es
especialmente relevante si leemos dos de sus textos fundamentales. Uno es su
tercera publicación, El país de octubre
(1955), una maravillosa antología de cuentos macabros que honran a esta
festividad. El otro relato es su novela de 1972 El árbol de las brujas. No peco al decir que la parada final del
viaje casi antropológico de 8 niños se encuentra en un lugar que casi todos
conocemos:
Estaban
suspendidos sobre una isla en ese lago de México.
Allá abajo
oyeron ladridos de perros en la noche.
En el lago
iluminado por la luna vieron unos pocos botes que se movían como insectos
acuáticos. Oyeron tocar una guitarra y un hombre cantó con una voz melancólica
y aguda.
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*Extracto te de lo que leeré hoy en Fiction for the masses, homenaje a Ray Bradbury en la FES Acatlán.
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