Dice la anécdota que la primera vez que Guillermo del Toro vio a Ron Perlman caracterizado como Hellboy,
conmovido, escaparon de sus ojos lágrimas de emoción. No es difícil comprender su
sentimiento luego de ver hecho carne al héroe que adoró en la página impresa desde
su juventud y que su creador Mike
Mignola trabajaba con él hombro con hombro para llevarlo al cine. Casi
puedo imaginar el nudo en su garganta, la ilusión del niño que sigue siendo. Su
sueño largamente acariciado por fin se hacía posible, justo antes de cumplir 40
años de edad. Siempre he pensado que todo lo que hizo estuvo encaminado a esa
cinta, crisol de sus obsesiones y madurez de su talento narrativo. Hellboy
(2004) es el tipo de historia que adora y le encanta compartir con las personas
como él.
Hellboy
surgió en el año 1993 en un especial publicado por la Comic-Con de San Diego –esa fiesta para nosotros los extraños- y a
partir de entonces ha gozado de una fructífera aunque discreta vida: crossovers
entre compañías –conoció a Batman-, historietas unitarias
compiladas como novelas gráficas –el volumen 1 de sus aventuras reunidas, Semilla
de Destrucción, tiene un prólogo de Robert Bloch- , versiones animadas y dos largometrajes, ambos
dirigidos por uno de sus admiradores más brillantes.
La historia que del Toro y Peter Briggs
nos presentaron reúne elementos de todas sus correrías, magnificados muchos,
incluso momentos tomados directamente de ellas: en 1944, en un intento por
ganar la 2da. Guerra Mundial, científicos Nazis abren un portal entre
dimensiones para convocar a los malvados Ogdru Jahad –seres completamente lovecraftianos-
y poner la balanza de su lado. La operación es conducida por –el que se creía
muerto- Grigori Efimovich Rasputin (Karel Roden), ayudado por su
amante-asistente Ilsa Haupstein (Bridget
Hodson) y el casi autómata Karl Ruprecht Kroenen (Ladislav Beran), letal arte
marcialista, miembro de la oscurísima Sociedad Thule y asesino consentido
del Führer. Antes de completar el rito, son interrumpidos por un comando de
valientes soldados estadounidenses, asesorados por el Profesor Trevor Bruttenholm (un maravilloso John Hurt). Al más puro estilo de Rescatando
al Soldado Ryan, sostienen un cruento enfrentamiento y dan por muerto a
Rasputin, quien desaparece en el portal ante la mirada atónita de todos. Pero
algo logró atravesar el umbral: Anung un Rama, el hijo del Diablo.
Triunfantes, el grupo se toma la foto del recuerdo tal y como nos la presentó
Mignola. El académico decide criar al niño demoníaco como suyo. “Ahí estábamos.
Un padre no preparado para un hijo inesperado”. Y al final le puso el nombre
que todos conocemos.
60 años después, en nuestra época, Hellboy es parte del ultra secreto Buró
para la Investigación y Defensa de lo Paranormal, organización –creada en
la cinta por el presidente Franklin
Delano Roosevelt- asesorada por un moribundo Profesor Bruttenholm. Se
une a ellos el joven John Thaddeus Myers (Rupert Evans), agente del FBI
transferido a expresa petición del anciano. Su labor ser custodio de su hijo
adoptivo, gigantón grosero con un apetito insaciable, amor por los gatos,
sediento de fama y serios problemas con las figuras de autoridad, como bien
sabe su posterior jefe Tom Manning (Jeffrey Tambor). Es parte del equipo el anfibio humanoide Abe
Sapien (Doug Jones con voz
de David Hyde Pierce) y
posteriormente se les une la piroquinética Elizabeth Sherman (Selma Blair), amor secreto de nuestro
héroe. Pero el peligro regresa. Rasputin y sus aliados pretenden retomar su
empresa y someter a la humanidad a una nueva era de tinieblas. Y como dijo el
sabio, “ante la ausencia de luz, la oscuridad prevalece”.
El quinto largometraje de del Toro es un
agasajo de principio a fin, nuevamente musicalizado por Marco Beltrami, fotografiado por su leal Guillermo Navarro y con una fastuosa puesta en escena de Stephen Scott, quien logra que la cinta
luzca más grande de los 60 millones de dólares que costó. Los momentos
destacables son muchos, desde su fascinante prólogo, la resurrección del
villano, el enfrentamiento con Sammael en el metro neoyrkino –que
por cierto conduce Santiago Segura-,
la visita guiada en el cementerio ruso, la guarida de Kroenen llena de mecanismos de relojería y el desenlace surgido de
las pesadillas de Howard Phillips
Lovecraft. Todo lo que fascina al director vuelve a reunirse: su cuadro
actoral –del Toro defendió a capa y espada la participación de Perlman en el
protagónico, pues el estudio quería dar el papel al bulto llamado Vin Diessel-,
las alcantarillas, los insectos, los engranes, el conflicto con la figura
paterna, las disertaciones sobre lo efímero del tiempo y, sobre todo, la
interrogante planteada en el mismo inicio de la película. “Lo que define a un
hombre son sus acciones”. El libreto también es increíblemente personal. Al
igual que Hellboy, del Toro es un ser
marginal que lucha por ser aceptado en una industria que cuando es necesario lo
aplaude y abraza. Al final elige la fidelidad a su esencia. En algún lugar leí
que el argumento que usó para pedir matrimonio a su amada Lorenza es el mismo
con el que el héroe se desnudó ante su musa: “Hay dos cosas seguras: siempre
seré así de guapo y que nunca dejaré de amarte”.
A pesar de todo, Hellboy tuvo una magra ganancia en taquilla. Eso era suficiente para
sepultar la posibilidad de una continuación o truncar una carrera, pero eso
afortunadamente no fue así. Lo mejor estaba por venir.
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