Lo primero que hay que aclarar es que la
película El sueño de Walt Disney (2013), producción británica-australiana-estadounidense dirigida por John Lee Hancock a partir de un guión de Kelly Marcel y Sue Smith,
se llama originalmente Salvando al Señor Banks. El título
por el que la conocemos en nuestro país se debe sin duda al enorme peso de la
figura del animador y empresario en la historia, aunque no es el protagonista. Esto
me da pretexto para hablar del sentimiento amor-odio que tengo por él. Confieso
que jugó un papel decisivo en mi interés por la fantasía desde temprana edad.
Las visitas con mi madre al extinto Cine
Continental de esta gloriosa y decadente Ciudad de México, recinto sagrado
que está a meses de ser derrumbado, son parte de mi formación como amante del
Séptimo Arte. Y lo mismo ocurrió a muchos, pese a que comúnmente se niegue.
Gracias a esas películas, de Blanca Nieves (1937) a Bambi
(1942), de Dumbo (1941) a Peter Pan (1953), de 20
mil leguas de viaje submarino (1954) a El gran ratón detective
(1986), me interesé en conocer las versiones originales que las propiciaron.
Ahí nació mi romance con la literatura y la razón que me hizo despreciar sus
productos. Basta leer Cenicienta –en la versión de su
preferencia, sea la escrita por Charles
Perrault o los Hermanos Grimm-
para darse cuenta de las enormes diferencias respecto a lo que conocimos en la
pantalla grande: adaptaciones edulcoradas de relatos que nos ayudaban a lidiar
con los temores de nuestra infancia en la transición a la adolescencia. En
muchos modos no podemos culpar a Disney. Esa fue la fórmula que le permitió
convertirse de un humilde dibujante en un magnate que conquistó todos los
medios de comunicación. Supo beneficiarse de la fantasía de los niños y los
bolsillos de sus padres para construir un gran negocio. Y eso no lo que me
disgusta. Ya lo dijo el Guasón del difunto Heath Ledger: “si eres bueno en algo,
nunca lo hagas gratis”. Lo que me causa serios conflictos es que lo comercial corrompa
la esencia de las cosas. De ahí viene mi temor por su reciente adquisición de Marvel Comics y la franquicia Star
Wars. Me indigna profundamente ver al robot R2-D2 (conocido como Arturito
en estos rumbos) con unas orejitas de Mickey Mouse.
Pero regresemos a Salvando al Señor Banks.
Es un recuento, que oscila entre el drama y la comedia, de los hechos que
hicieron que la novelista británico-australiana Pamela Lyndon Travers (Emma
Thompson) vendiera a Walt Disney
(Tom Hanks) los derechos para
trasladar al cine a su más popular creación –la niñera mágica Mary
Poppins-, una negociación que se prolongó por veinte años y demostró
una de dos cosas: el genuino anhelo de Disney por contar la historia (“es una
promesa que hice a mis hijas”) o su convencimiento por su potencial económico.
Si toda obra de arte posee rasgos autobiográficos, la de Travers –nacida como Helen
Lyndon Goff- no es la excepción y relaciona terribles recuerdos de su infancia
con el personaje que detona los acontecimientos de Mary Poppins, el rígido banquero George Banks. Esto la
convirtió en una mujer absurdamente exigente que grababa en audio todas sus
sesiones de trabajo de escritorio –cosa que acompaña los créditos finales- y
despreciaba cualquier intento porque su texto –el primero de una serie- se convirtiera
en un musical animado. Al final descubrimos que ambos, Disney y Travers, son
perseguidos por demonios similares. Sólo que eligen exorcizarlos de maneras
diferentes. Y de paso conocemos un poco de Disney, descripción que deliberadamente
lo engrandece (“odia que lo llamen Señor Disney. Prefiere que le digan Walt”)
como un individuo generoso, amable y tenaz pero evade profundizar en la
especulación sobre los derechos autorales de la insignia de su Imperio. “El
ratón es mi familia”. Era previsible que la Compañía Disney, parte obligada del
proyecto por razones legales, solicitara que su fundador fuera interpretado por
un actor reconocido, en este caso uno que ha ganado dos veces el codiciado Óscar y, como está más allá del bien y
del mal, ha aparecido en la película de Los Simpson (“Hola, soy Tom Hanks.
Como el Gobierno de Estados Unidos ha perdido su credibilidad, me ha pedido
prestada la mía”) o bailando “El chicharito” en un programa de la cadena de
televisión latina Univisión.
Salvando
al Señor Banks es una película impecablemente
realizada, con una muy competente fotografía de John Schwartzman, una gran recreación de época de Lauren E. Polizzi y Susan Benjamin, y una emotiva partitura
de Thomas Newman. También cuenta con
las actuaciones secundarias de Paul
Giamatti, Bradley Whitford y Collin Farrell. En resumidas cuentas, es
una buen biopic. No más, no menos. Sigo
en espera de un filme que profundice en los claroscuros de Disney, el hombre.
Porque en la vida real no todo es hermoso. Pero eso seguramente sería obstruido
por una industria que protege y busca dar un aura de santidad a sus mitos
porque, nos guste o no, Walt Disney lo es.
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