Pensaba derramar melcocha sanguinolenta
las siguientes semanas, pero hago una pausa apremiante. Ahora que lo pienso,
nunca he escrito en este blog –a plenitud- sobre Frankenstein, la novela
indispensable que escribió en 1816 una jovencita inglesa de 17 años llamada Mary Wollstonecraft Godwin, conocida
tras sus nupcias como Mary Shelley. He
analizado a detalle el tema en otros espacios, como uno muy reciente en la
Universidad Nacional. Dudo mucho que ella imaginara
las dimensiones que su creación alcanzaría, un relato imperecedero con lecturas
inagotables. “Es más una novela filosófica que fantacientífica”, piensa el
comunicólogo español Román Gubern. Isaac Asimov, el admirado autor de Yo,
robot, está de acuerdo con él y añade que “lo importante es que se
trata del primer cuento en el que la vida se crea sin intervención divina,
únicamente por medios materiales”. Vicente
Quirarte asegura que “en tiempos de estudios de género, clonación e
ingeniería genética, la novela de Mary Shelley dista de ser una ficción para el
consumo efímero”. Esto es muy cierto. Desde su publicación en los primeros días
de 1818, Frankenstein nunca ha estado
fuera de circulación y se ha traducido a prácticamente todos los idiomas. Más
allá, ha sido adaptada a todos los medios creados por el hombre: teatro, cine,
historieta, series de televisión, Internet y videojuegos.
Precisamente la más reciente que nos ha
entregado el séptimo arte es Yo, Frankenstein (2014), segundo
largometraje del australiano Stuart
Beattie, quien además es responsable del guión (también escribió los de Piratas
del Caribe: la Maldición del Perla Negra, Colateral, 30
días de noche y G. I. Joe: el origen de Cobra). Se
basa en la novela gráfica homónima de Kevin
Grevioux. El caso de éste último es curioso. Es más recordado por
interpretar a Raze, el enorme y fiero Lycan –el incondicional de Lucian-
en Inframundo
(Len Wiseman, 2003) e Inframundo:
La rebelión de los Lycan (Patrick
Tatopoulos, 2009) y es responsable de la idea original propició la saga.
Desconocía su vasto currículum académico, su gran labor en el mundo de los
cómics y que realizó el primer libreto del filme del que hoy hablo.
La película no pretende explorar –ni alcanzar- la
profundidad ética, científica y moral de la obra que la inspira. Es un
entretenimiento simple y llano, un espectáculo visual lleno de piruetas y
combates que captura al espectador desde el inicio. Tras una versión muy libre
del desenlace de la historia que conocemos, la Criatura (Aaron Eckhart) entierra el cadáver de
su irresponsable padre (Aden Young), cuando un par de demonios pretenden
capturarlo por órdenes de su superior. Acuden a su rescate Ophir (Caitlin Stasey) y Keziah
(Mahesh Jadu), dos guerreros de la bondadosa y milenaria Orden de las Gárgolas, y
lo llevan a una enorme Catedral –en una ciudad sin nombre- ante su Reina
Leonore (Miranda Otto),
quien prefiere llamarlo Adam, como el primer hombre según la
creencia más difundida. Doscientos años después, los demonios reactivan sus
planes. El malvadísimo Príncipe Naberius (Bill Nighy) y su malencarado guarura Dekar
(el propio Grevioux), a través de su infame empresa y la inocente científica Terra
(Yvonne Strahovski) pretenden
duplicar los descubrimientos de Víctor
Frankenstein, plasmados en un diario que no deja de recordarme el que Mel Brooks nos mostró en 1974 en El
joven Frankenstein: “Cómo lo hice. Por Víctor Frankenstein”.
La combinación de gárgolas, demonios y ciencia
parece difícil de asimilar. Pero como dije, la cinta no admite academicismos. Tampoco
omite homenajes (“¡Está vivo! ¡Está vivo!”) e imágenes que remiten
inmediatamente a las cintas de Inframundo,
en una urbe donde estruendosas batallas pasan completamente desapercibidas. Y
además, Beattie busca la excusa para mostrar el musculoso torso desnudo del
protagonista, que incluso le valió la portada de la revista especializada Muscle and Fitness eso sí, lleno de
cicatrices. Y finaliza con el obligado discurso heroico en la azotea de un
edificio, con la Criatura asumiendo su
nueva cruzada y el nombre por el que la conocemos y que, con justicia, le
pertenece.
Dicho esto, considerando sus antecedentes, no
me parece difícil que Frankenstein
cruce su camino con el de la vampira Selene (Kate Beckinsale) de Inframundo.
Si esto ocurre, la idea vino de aquí y merezco regalías por ello.
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